lunes, 4 de enero de 2016

Abecedario Orgasmus (A, B, C, D, E)

El curso 2012-2013, realicé un Erasmus en Cracovia. A continuación, ordenados alfabéticamente, los perfiles sexuales de algunos de mis compañeros de andanzas, mucho más interesantes que sus perfiles académicos o amorosos, aunque es inevitable que a veces se entrecrucen. Los nombres y las nacionalidades han sido modificados para no ofender a nadie; también se han alterado los hechos, para que nadie se aburra leyéndolos.

Ania era polaca, estudiaba periodismo y le apasionaba conocer gente nueva, sobre todo extranjeros, su especialidad eran los erasmus. Ella no era una erasmus, pero colaboraba con la ESN de Cracovia, la Erasmus Student Network. Allí conoció a Faruk (turco), a Javier (español), a Nigul (estonio) y a Sándor (húngaro), entre otros, aunque no en orden alfabético. Ania no le hacía ascos a ninguna nacionalidad porque le gustaba experimentar; no obstante, prefería a los europeos, sus favoritos eran los occidentales, su fetiche los mediterráneos. Desde que en una fiesta alguien descubrió a Ania de rodillas frente a la lavadora, haciéndole una enérgica mamada a Pio (italiano), que vibraba al ritmo del centrifugado y de las embestidas de la felatriz, la llamaron Centrifuania. Gracias a aquel mote, en aquella generación de erasmus le fue más fácil que nunca conocer chicos. Sin embargo, su gran trofeo fue Hanna (alemana).

Bernard era francés (parisiense), estudiaba literatura comparada y no soportaba la mediocridad. Vestía con elegancia y pulcritud extremas, bebía vinos franceses de más de 30€, no viajaba con transporte público ni aerolíneas low cost y sólo salía con chicas de nombres y apellidos múltiples (zapatos Christian Louboutin, bolsos Louis Vuitton, relojes Patek Philippe y demás parafernalia). La única excepción en su refinado estilo de vida —más bien una anomalía— se hallaba en el plano sexual: le atraía lo más bajo, no tanto lo humilde ni lo sencillo como lo sórdido. Justo antes del Erasmus, tenía una novia del distrito XVI, pero salpimentaba su vida sexual con encuentros moteleros, uno o dos por semana, con una basurera marsellesa. Durante su estancia en Cracovia, empezó a salir con la estilosa Yvonne (noruega), pero por su cama fueron pasando una checa, una húngara, una española, una portuguesa, una belga y una macedonia: todas pobretonas y desarregladas. No obstante, su mayor éxito erasmista, y el punto álgido de su carrera sexual, fue una indigente polaca, maloliente y desdentada. No puedo evitarlo, se justificaba Bernard frente a los que descubrían las opacas veredas de su lascivia, tengo una polla más caritativa que el papa.

Courtney era irlandesa, estudiaba derecho y había decidido no trabajar en toda su vida, ya que la vida había sido muy perra con ella. Antes del Erasmus nunca había tenido un orgasmo; tampoco lo tuvo durante ni lo tendría después. Pero eso no era óbice para simularlo frente a su novio, un irlandés pelirrojo, borracho y bonachón que vivía en Cork, y frente a los chicos con los que se acostó en Cracovia. Cuando Faruk (turco) descubrió que los fingía y los había fingido antes, le pidió que no se lo contara a nadie; a cambio, Courtney le ofreció hacerle una paja o mamada semanal hasta que terminara el semestre. Los miércoles por la tarde se convirtieron en el momento más placentero de Courtney: por fin podía dar placer sin necesidad de simularlo. En seguida hubo encuentros los martes, los jueves, los sábados, a todas horas y en cualquier parte. Unos lo llamarían amor; otros, simbiosis.

Daria era ucraniana, estudiaba biología y odiaba a los españoles. Todas sus amigas de Kiev le dijeron que en Cracovia había muchos españoles y que tenía que pescar a uno como fuera. Ella, por contra, no soportaba que fueran tan creídos, tan ignorantes y tan etnocéntricos, una versión bárbara de los franceses, pero sobre todos sus defectos no aguantaba que fueran tan ruidosos. Cuando subía al tranvía para ir a sus clases, se alejaba de los españoles sin verlos, como si fueran un foco infeccioso. Tuvo un par de ligues: Pio (italiano) y Sándor (húngaro), pero no fueron nada especial. En cambio, tras la primera noche con Javier (español), quedó enamorada hasta las trancas. El día siguiente, le escribió un correo electrónico a su mejor amiga contándoselo todo. Esta no se podía creer lo que Daria le decía: ¿aquella adolescente enamorada era Daria, su Daria? ¿Qué le había hecho ese español para cambiar tan radicalmente su opinión?

Enrique era español (andaluz), estudiaba economía y decidió ir de Erasmus para follar más que en toda su árida existencia pretérita. Se había informado bastante bien y había llegado a la conclusión de que Cracovia era la destinación ideal; mil veces les había contado a sus amigotes cuánto se hartaría a follar en Polonia, con cuántas nacionalidades y religiones diferentes. Sin embargo, la realidad fue más dura de lo que esperaba: el pobre Enrique no se comió un rosco. Lo intentó con españolas, con polacas, con checas, con rusas, con alemanas, con portuguesas, con francesas, con lituanas, con finlandesas, incluso con una catalana, pero nada. Tras dos meses de sequía, empezó a escribir un blog en el que relataba sus juergas cracovianas, plagadas de encuentros sexuales (imaginarios, claro). A pesar de que también estaba plagado de faltas de ortografía e incongruencias geográficas y culturales, las fantasías sexuales de Enrique eran tan detalladas, parecían tan reales, que todos sus amigos se las tragaron: Enrique era un pichabrava, un héroe de Charles Bukowski. Sin embargo, el pobre Enrique no calculó que sus amigos-lectores algún día lo visitarían a Cracovia, para verlo pero sobre todo en busca de una breve pero intensa aventura sexual como las suyas. Cuatro de ellos se instalaron por un fin de semana en la habitación de Enrique; casualmente o por desgracia, durante esos días sus múltiples novietas, follamigas y otras compañeras sexuales estaban ausentes u ocupadas. Cuando ya estaba a punto de confesar que todo había sido una gran mentira fruto de su aun mayor frustración, Enrique logró convencer a María (española), su compañera de piso y una de sus falsas parejas en el blog, de que simulara por una noche ser su ligue. Por los pelos, pero la fama de Enrique quedó intacta.

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