miércoles, 23 de mayo de 2012

Houellebecq y los escombros

En Ampliación del campo de batalla (1994), de Michel Houellebecq, se narra la vida de un informático deprimido, bastante hijo de puta y que lleva dos años de celibato tras el abandono de su novia; todo esto está relacionado, claro. Pero no se trata solamente del retrato de un enfermo, sino de la condena de una sociedad enferma, que engendra individuos imposibilitados para las relaciones y, en consecuencia, abocados al aislamiento y todo lo que viene después.

El narrador, que, por cierto, no tiene nombre, tiene la mirada fría y deshumanizada propia del analista informático; esto, en sí mismo, no es malo: lo malo es aplicar esta mirada sobre la sociedad, considerar que toda relación humana no es más que "un intercambio de información". La sociedad, según él, funcionaría tal que así:
"Tengo la impresión de que todo el mundo debería ser desgraciado; ya ve, vivimos en un mundo tan sencillo... Hay un sistema basado en la dominación, el dinero y el miedo, un sistema más bien masculino, que podemos llamar Marte; y hay un sistema femenino basado en la seducción y el sexo, que podemos llamar Venus. Y eso es todo."
Es decir, la vida en sociedad es un campo de batalla en el que uno puede elegir entre dos armas para combatir a los demás: el dinero o el sexo. Vista así, la vida humana no es más que la lucha por la supervivencia del más fuerte de Darwin: no es que el ser humano escape a los designios de la evolución, sino que estos se manifiestan de otro modo en el hombre. El plano económico y el sexual son dos expresiones de lo mismo, dos mecanismos para defenderse y atacar; por eso tienen características similares:
"En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria. En un sistema sexual perfectamente liberal, algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad."
El único remedio contra este panorama tan fatídico —por lo que tiene de cierto— sería, para Houellebecq, el amor; así juzga a sus compañeros de hospital psiquiátrico:
"Poco a poco, empecé a tener la impresión de que toda aquella gente —hombres o mujeres— no estaban trastornados en absoluto; sencillamente, les faltaba amor. Sus gestos, actitudes y mímica traicionaban una sed desgarradora de contacto físico, de caricias; pero claro, eso no era posible."
En esta novela, sin embargo, el amor hay que intuirlo: está presente solo como ausencia, en negativo. Las consecuencias de la falta de amor se pueden ver tanto en la desesperación del protagonista informático como en el recuerdo de su última relación sentimental, con Véronique (la que acaba de destrozarlo y de configurar su pesimista visión del mundo):
"Desde el punto de vista amoroso Véronique pertenecía, como todos nosotros, a una generación sacrificada. Había sido, desde luego, capaz de amar; le habría gustado seguir siéndolo, se lo concedo; pero ya no era posible. Fenómeno raro, artificial y tardío, el amor sólo puede nacer en condiciones mentales especiales, que pocas veces se reúnen, y que son de todo punto opuestas a la libertad de costumbres que caracteriza la época moderna. Véronique había conocido demasiadas discotecas y demasiados amantes; semejante modo de vida empobrece al ser humano, inflingiéndole daños a veces graves y siempre irreversibles. El amor como inocencia y como capacidad de ilusión, como aptitud para resumir el conjunto del otro sexo en un solo ser amado, rara vez resiste un año de vagabundeo sexual, y nunca dos."
En definitiva, la liberación sexual es uno de los culpables de la derrota del amor, según Houellebecq, o al menos de su cambio de significado. El psicoanálisis, más o menos relacionado con la liberación sexual, es otro de los culpables. Aviso: este fragmento puede picar:
"Una mujer que cae en manos de un psicoanalista se vuelve inadecuada para cualquier uso, lo he comprobado muchas veces. No hay que considerar este fenómeno un efecto secundario del psicoanálisis, sino simple y llanamente su efecto principal. Con la excusa de reconstruir el yo los psicoanalistas proceden, en realidad, a una escandalosa destrucción del ser humano. Inocencia, generosidad, pureza... trituran todas estas cosas entre sus manos groseras. Los psicoanalistas, muy bien remunerados, pretenciosos y estúpidos, aniquilan definitivamente en sus supuestos pacientes cualquier aptitud para el amor, tanto mental como físico; de hecho, se comportan como verdaderos enemigos de la humanidad. Implacable escuela de egoísmo, el psicoanálisis ataca con el mayor cinismo a chicas estupendas pero un poco perdidas para transformarlas en putas innobles, de un egocentrismo delirante, que ya sólo suscitan un legítimo desagrado. No hay que confiar, en ningún caso, en una mujer que ha pasado por las manos de los psicoanalistas. Mezquindad, egoísmo, ignorancia arrogante, completa ausencia de sentido moral, incapacidad crónica para amar: éste es el retrato exhaustivo de una mujer «analizada»."
El resto de personajes, todos ellos desgraciados por la falta de amor, no tiene desperdicio. Esta es Catherine Lechardoy, compañera de trabajo; también es informática; aquí el narrador transcribe cómo habla, en principio, de informática y de programación:
"Su rabia [la de Catherine] es intensa, su rabia es profunda. Ahora habla de metodología. Según ella, todo el mundo debería obedecer a una metodología rigurosa basada en la programación estructurada; y en lugar de eso viva la anarquía, los programas se escriben de cualquier manera, cada cual hace lo que le da la gana en su rincón sin preocuparse de los demás, no hay acuerdo, no hay proyecto general, no hay armonía, París es una ciudad atroz, la gente no se reúne, ni siquiera se interesan por el trabajo, todo es superficial, todo el mundo se va a casa a las seis haya terminado o no lo que tenía que hacer, a todo el mundo le importa todo tres leches."
Aquí habla con uno de sus únicos amigos, Jean-Pierre Buvet; casualmente es un cura:
"Nuestra civilización [dice el cura amigo] padece un agotamiento vital. [...] Necesitamos la aventura y el erotismo, porque necesitamos oírnos repetir que la vida es maravillosa y excitante; y está claro que sobre esto tenemos ciertas dudas. Tengo la impresión [piensa el informático] de que me considera un símbolo pertinente de ese agotamiento vital. Nada de sexualidad, nada de ambición; en realidad, nada de distracciones tampoco. No sé qué contestarle; tengo la impresión de que todo el mundo es un poco así. Me considero un tipo normal. Bueno, puede que no exactamente, pero ¿quién lo es exactamente? Digamos que soy normal al 80%. Por decir algo, observo que en nuestros días todo el mundo tiene forzosamente la impresión, en un momento u otro de su vida, de ser un fracasado. Ahí estamos de acuerdo."
En fin, Ampliación del campo de batalla muestra el resultado de haber errado en la elección de las armas: ni la sexualidad ni el dinero valen para luchar en la vida si lo que se quiere es vivirla; la elección correcta era, mala suerte, el amor.

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