miércoles, 2 de enero de 2013

Virilidad religiosa: "Món Mascle", de Terenci Moix

Con el comienzo del año nuevo, uno ha de empezar la dieta, debe dejar de fumar o, al menos, escribir una lista de propósitos: hay que prometerse algo, lo que sea. Sin embargo, en mi vida he hecho dieta, no fumo y, en general, el concepto del propósito me produce el mismo rechazo casi alérgico que cualquier forma de autoayuda... Pero vamos a probar: primer propósito bloggero para el nuevo año: me propongo tener al menos un propósito.

Bien.

Segundo y auténtico propósito bloggero: pues, bueno, no sé, por ejemplo escribir entradas más cortas y digeribles. Y que, puestos a pedir, comporte menos tiempo escribirlas, pudiendo así publicar más frecuentemente.

A ver.

Supongo que podría continuar, pero entonces la lista de propósitos se convertiría en una segunda carta a los reyes magos.

* * *

Cuando acabo de leer una novela que, como Món Mascle (1971), me ha sembrado de dudas, busco por ahí algún blog que la comente. En este caso no he encontrado nada, así que he asumido la enorme responsabilidad de escribir online y brevemente— sobre la novela de Terenci Moix. Qué responsabilidad, ¿no?

El protagonista y narrador de la novela es una famosa estrella de pop, a lo Michael Jackson, que es secuestrada y obligada a formar parte del así llamado Món Mascle. A diferencia de otros mundos distópicos, como los de 1984 Un mundo feliz, el Món Mascle no es una consecuencia de la degradación del mundo real, de nuestro mundo, sino que, de alguna forma que el lector nunca llega a entender, está conectado con este y comparten espacio, aunque los habitantes de ambos mundos no tienen conocimiento del otro (quizá es más parecido al W de Georges Perec en W o el recuerdo de la infancia). En resumen, el Món Mascle es un mundo alternativo al real, su reverso, el otro lado del espejo. En él solo viven hombres, pues las mujeres están desterradas —igual que las relaciones sexuales, sustituidas por el sadismo y el masoquismo— y son meras herramientas para la reproducción anual. También sus valores son masculinos y viriles hasta extremos surrealistas; de hecho, son dos principios los que rigen la vida machista: la belleza y la violencia, aunque aquella siempre está subordinada a esta:
"en observar l’expressió ferotge d’Astor, els cabells desordenats, xops de suor, que li queien sobre el front de botxí i el contrast de la túnica de lli blanc, bruta ara de la sang de Glauc, vaig pensar una vegada més que la civilització més refinada, la bellesa més reeixida i l’extrema perfecció cultural no aconsegueixen triomfar del tot sobre la crueltat".
Astor es a la vez el secuestrador, sirviente y cicerone del protagonista, que ha sido elegido para ejercer como líder político y religioso del mismo mundo que lo ha raptado (he aquí otra característica que distingue a Món Mascle de otras novelas de ficción distópica): el protagonista se convertirá en una divinidad viva, Nbj'nepu-ra Nofretere, "el Co-divino". El rol que debe adoptar, sin embargo, no es tan distinto del que anteriormente llevaba a cabo, quizá por eso ha sido elegido:
"en aquella societat tan llunyana [el món real], jo era el Citereu que calia a uns interessos que m’ultrapassaven; era el mitjancer entre aquells interessos i uns adoradors que només esperaven un gest meu per a aprendre-se’l de memòria i imitar-lo. Potser era el mateix que aquí [el Món Mascle]; exactament el mateix, si no fos que el meu santuari d’aleshores era una oficina de publicitat que regia el meu representant, i les estàtues que em reproduïen no amagaven el meu rostre, ans l’explotaven contínuament, en totes les seves manifestacions... és a dir, totes menys aquella que era la meva autèntica: aquella que pertocava al meu dolor d’home, a la meva veritat".
A través de su testimonio, posterior al secuestro, el lector asiste, por un lado, a la presentación de las leyes y costumbres del Món Mascle y, por otro, a su proceso de rechazo, aceptación e incluso estima, un auténtico síndrome de Estocolmo con un país y una cultura enteros como secuestradores. También somos testigos de los relatos míticos del Món Mascle, en gran parte mitos cosmogónicos que parecen sacados de algún texto religioso o de El señor de los Anillos o El Silmarillion, por qué no— y cuya única verdad común pone de relieve el mismo narrador, Nbj'nepu-ra: "No és el mite qui triomfa, sinó aquells qui l’han fet, aquells qui ens han agafat per mitificar-nos, aquells dels quals serem sempre presoners". El mito es, en fin, un instrumento de sumisión utilizado por el que tiene el poder. Hacia el final de la obra, el narrador se atreve incluso a hacer sus pinitos en la literatura del buen gobernante:
"La duresa ha de ser el motus bàsic de tot governant que vulgui ser respectat; i dintre aquesta duresa, un amor extrem envers el poble l’ha de capacitar per a concedir, ara i adés, aquell mínim de gentilesa que el poble, en no estar-hi acostumat, li agrairà encara més, bo i fent-lo estimar amb més força el governant que els déus li han donat".
Nbj'nepu-ra no es el único habitante de Món Mascle que proviene del mundo real, sino que hay otros secuestrados como él. Pero no solo de personas de nuestro mundo se nutre el Món Mascle, también la arquitectura y la escultura, como mecanismos para representar el poder, son absorbidas pasando antes, claro está, por un filtro de virilidad, que, en este caso, se traduce en un carácter monumental. Así, por ejemplo, su máxima divinidad, Epsamon, es representada como un san Sebastián titánico, aguantando estoica y estéticamente las flechas de los enemigos infieles. Las abundantes descripciones de la heterogénea y desbordante arquitectura machista permiten a Terenci Moix sacar a relucir su prosa más barroca, a veces demasiado alambicada, tanto, incluso, que uno de los dos interlocutores del narrador, un profesor de arqueología, no puede aguantar su historia y momento estelar de la novela y, por qué no, de la historia de la literatura se queda dormido:
"Ah, però aquest problema no us deu interessar gaire, professor, des del moment que preferiu dormir! Em deixeu la narració per a mi sol, me la convertiu en autoconfessió, em deixeu el descàrrec, feu que sigui de bell nou un sac de solitud, un feix que rebutgeu d'alleujar ni que sigui amb els quatre consells que jo esperava de vós, ni que sigui amb l’almoina de la vostra credulitat (i que consti que ja no parlo de la raó, perquè sé perfectament que ningú no me la donarà mai). I em deixeu navegar de mica en mica cap al monòleg interior, absurd a hores d’ara per a allò que ens cal i, amb tot, empenyedor, punyent, consolador i no sé ben bé quina cosa més..."

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