—¿Salimos a tomar una cerveza? —me dice un portugués ebrio, llamémosle E.
E y yo nos conocemos solo desde hace un par de horas, pero, entre personas desamparadas y necesitadas de afección como los estudiantes de Erasmus, dos horas son suficientes para tener cierta confianza. Por cierto, en este caso salir significa salir de la discoteca donde estamos y donde nos hemos conocido. Y aunque aquí la cerveza es bastante barata, al menos en comparación con los precios barceloneses, siempre es más económica en las alcoholerías.
E y yo nos conocemos solo desde hace un par de horas, pero, entre personas desamparadas y necesitadas de afección como los estudiantes de Erasmus, dos horas son suficientes para tener cierta confianza. Por cierto, en este caso salir significa salir de la discoteca donde estamos y donde nos hemos conocido. Y aunque aquí la cerveza es bastante barata, al menos en comparación con los precios barceloneses, siempre es más económica en las alcoholerías.
Propuesta de definición de alcoholería para la RAE:
1. f. Tienda que vende alcohol las veinticuatro horas del día y que tiene un letrero que reza "Alkohole".
2. f. Símbolo nacional polaco, o casi. O, mejor dicho, síntoma del alcoholismo polaco.
—¿Sabes que te pueden multar por beber en la calle? —le digo a E mientras cruzamos la Plaza Central de Cracovia. (De día está bonita, sí, pero de noche está aún más guapa, la plaza.)
—Lo sé. Pero así es más divertido. Las reglas hay que conocerlas para poder romperlas. Es lo mejor de las leyes y, de hecho, lo que las define: la necesidad de su profanación. Como estudiante de Derecho, lo más divertido es violar las normas que memorizas o escribes. Para nosotros, es como construir y derruir castillos de arena.
Pongo cara de perdido: ¿cómo ha pasado de beber en la calle a los castillos de arena? E se detiene un momento, pero pronto vuelve a la carga.
—Me explico. ¿Te crees que los niños se lo pasan bien construyendo castillos de arena? La finalidad del juego no es superarse, ni cultivar la paciencia, ni siquiera dar un momento de paz a los padres. La clave del juego no está en el proceso de construcción, sino en el instante de la destrucción. La esencia del juego es aceptar y aprender a gozar de la destrucción de lo que se ha creado. Poder echar por los suelos lo más importante para ti, ser capaz de despreciar tu esfuerzo o tu propio trabajo: no hay placer mayor ni mejor medicina. Es como recetarse dosis de humildad.
—¿Como una catarsis? —le respondo, como buen interlocutor, para darle cuerda.
—Algo así. Para el buen legislador, no hay mayor catarsis que violar una ley que él mismo ha escrito. Y romper la norma por primera vez es como inaugurar un barco de un botellazo en el casco. Oye, hablando de catarsis, seguro que en la mitología griega hay algún caso de destrucción del propio trabajo. Estos tenían ejemplos para todo. ¿No lo conocerás, por casualidad, como buen humanista?
Pongo cara de perdido: ¿cómo ha pasado de beber en la calle a los castillos de arena? E se detiene un momento, pero pronto vuelve a la carga.
—Me explico. ¿Te crees que los niños se lo pasan bien construyendo castillos de arena? La finalidad del juego no es superarse, ni cultivar la paciencia, ni siquiera dar un momento de paz a los padres. La clave del juego no está en el proceso de construcción, sino en el instante de la destrucción. La esencia del juego es aceptar y aprender a gozar de la destrucción de lo que se ha creado. Poder echar por los suelos lo más importante para ti, ser capaz de despreciar tu esfuerzo o tu propio trabajo: no hay placer mayor ni mejor medicina. Es como recetarse dosis de humildad.
—¿Como una catarsis? —le respondo, como buen interlocutor, para darle cuerda.
—Algo así. Para el buen legislador, no hay mayor catarsis que violar una ley que él mismo ha escrito. Y romper la norma por primera vez es como inaugurar un barco de un botellazo en el casco. Oye, hablando de catarsis, seguro que en la mitología griega hay algún caso de destrucción del propio trabajo. Estos tenían ejemplos para todo. ¿No lo conocerás, por casualidad, como buen humanista?
—Pues, por casualidad, ese mito no me suena —le respondo a E, sabiendo que lo decepciono profundamente. Miro a mi alrededor: no tengo ni idea de dónde estamos—. Por cierto, ¿sabes dónde estás yendo?
—Claro. Lo primero que hice al llegar a Cracovia fue llegar a la Plaza Central y, lo segundo, buscar una alcoholería. Mira, ahí está —me dice, señalando una alcoholería con su letrero de "Alkohole"—. No recuerdo muy bien todo lo que vino después, pero sí sé que al final de aquel día estaba echando un polvo con una polaca. For real, man.
—Vaya, qué eficiencia, ¿no?
—Bueno, solo estoy siguiendo El Plan.
—¿El Plan?
—El Plan, sí —dice E, confiado—. Resumen de El Plan: tienes que follarte a cien tías en los diez meses que estarás en Cracovia. Da igual si son feas o guapas, gordas o flacas, polacas o venezolanas, jóvenes o viejas. Solo importa alcanzar el objetivo: cien tías. Y no vale repetir ni irse de putas. Este es El Plan. Gracias a Él, yo y cien chicas nos lo pasaremos en grande. ¿Qué te parece?
Dos chicas que también compran en la alcoholería nos miran con miedo y asco en los ojos. El inglés de E, pese a su borrachera, es muy bueno.
—Pienso que podrías hacerte un álbum de fotos con las que quieran formar parte de El Plan —le digo a E mientras abrimos nuestras cervezas y nos sentamos en un banco—. Así podrías recordarlo cuando seas mayor.
—Pues no es mala idea. Podría enseñarles a mis nietos las hazañas de su abuelo.
—Además, llevas buen ritmo: una sola noche y ya te falta una chica menos para llegar a tu meta.
—Sí, pero ya llevo cinco días en Cracovia. El empuje inicial no podía ser mejor, pero tengo que mantener el ritmo. El Plan requiere mucha dedicación y constancia, es como entrenar para una maratón, y lo sé porque no soy el que lo inventó, no soy un pionero. Hay muchos Erasmus con Un Plan particular. Un amigo marcaba en un mapamundi las nacionalidades que se había pasado por la piedra. Se quería follar a todo el mundo, decía. Qué cachondo. ¿Lo pillas, no? A todo el mundo... Lo malo es que solo consiguió completar el mapa europeo y algún otro país. Pero yo, que no soy tan selectivo, quiero quitarme los límites y follarme, realmente, a todo el mundo. O al menos a cien tías. En realidad le estoy haciendo un favor al mundo: promover el amor libre es como repartir felicidad.
—Sí, sí. Soys unos personajes curiosos, tú y tus amigos...
—¿Has visto La cena de los idiotas? —me pregunta E. Cambio de tema radical.
—Sí, pero no la recuerdo muy bien...
—Joder. Pues en la película, un grupo de amigos, cada uno con un invitado, se reunía semanalmente para ver quién había invitado al más idiota. Como homenaje, mis colegas y yo celebramos de vez en cuando una cena de las idiotas. Cada uno de nosotros ha de invitar a la chica más fea, gorda, pesada, tonta, etc., que haya conocido desde la cena pasada. La más infumable que haya conocido, la más idiota. Al acabar la cena, el que haya invitado a la peor de ellas gana; el que haya invitado a la menos idiota, en cambio, pierde.
De nuevo, estoy desorientado. Pensaba que E sería de los invitados a la cena, no al revés.
—No pongas esa cara —sigue E—, que no es tan complicado. La cosa no acaba aqui: cuando ya tenemos perdedor y ganador, salimos de fiesta, y entonces el perdedor ha de lograr follarse a la chica del ganador, a la gran idiota, la campeona de las idiotas. También hemos jugado con variaciones: cada uno ha de follarse a su propia idiota, o hay que follarse a la de la izquierda, etc. Oye, espera un momento que tengo que mear.
E se levanta y se mete en el parque. No hace falta que le diga que la multa por mear en las calles polacas es de 200 zloty. Dirá que mear en la calle, como beber en la calle, es mejor si es una aventura, y que el único sentido de las normas es su transgresión, y que castillos idiotas y arenas de cena y etcétera, etcétera.
—Vaya, qué eficiencia, ¿no?
—Bueno, solo estoy siguiendo El Plan.
—¿El Plan?
—El Plan, sí —dice E, confiado—. Resumen de El Plan: tienes que follarte a cien tías en los diez meses que estarás en Cracovia. Da igual si son feas o guapas, gordas o flacas, polacas o venezolanas, jóvenes o viejas. Solo importa alcanzar el objetivo: cien tías. Y no vale repetir ni irse de putas. Este es El Plan. Gracias a Él, yo y cien chicas nos lo pasaremos en grande. ¿Qué te parece?
Dos chicas que también compran en la alcoholería nos miran con miedo y asco en los ojos. El inglés de E, pese a su borrachera, es muy bueno.
—Pienso que podrías hacerte un álbum de fotos con las que quieran formar parte de El Plan —le digo a E mientras abrimos nuestras cervezas y nos sentamos en un banco—. Así podrías recordarlo cuando seas mayor.
—Pues no es mala idea. Podría enseñarles a mis nietos las hazañas de su abuelo.
—Además, llevas buen ritmo: una sola noche y ya te falta una chica menos para llegar a tu meta.
—Sí, pero ya llevo cinco días en Cracovia. El empuje inicial no podía ser mejor, pero tengo que mantener el ritmo. El Plan requiere mucha dedicación y constancia, es como entrenar para una maratón, y lo sé porque no soy el que lo inventó, no soy un pionero. Hay muchos Erasmus con Un Plan particular. Un amigo marcaba en un mapamundi las nacionalidades que se había pasado por la piedra. Se quería follar a todo el mundo, decía. Qué cachondo. ¿Lo pillas, no? A todo el mundo... Lo malo es que solo consiguió completar el mapa europeo y algún otro país. Pero yo, que no soy tan selectivo, quiero quitarme los límites y follarme, realmente, a todo el mundo. O al menos a cien tías. En realidad le estoy haciendo un favor al mundo: promover el amor libre es como repartir felicidad.
—Sí, sí. Soys unos personajes curiosos, tú y tus amigos...
—¿Has visto La cena de los idiotas? —me pregunta E. Cambio de tema radical.
—Sí, pero no la recuerdo muy bien...
—Joder. Pues en la película, un grupo de amigos, cada uno con un invitado, se reunía semanalmente para ver quién había invitado al más idiota. Como homenaje, mis colegas y yo celebramos de vez en cuando una cena de las idiotas. Cada uno de nosotros ha de invitar a la chica más fea, gorda, pesada, tonta, etc., que haya conocido desde la cena pasada. La más infumable que haya conocido, la más idiota. Al acabar la cena, el que haya invitado a la peor de ellas gana; el que haya invitado a la menos idiota, en cambio, pierde.
De nuevo, estoy desorientado. Pensaba que E sería de los invitados a la cena, no al revés.
—No pongas esa cara —sigue E—, que no es tan complicado. La cosa no acaba aqui: cuando ya tenemos perdedor y ganador, salimos de fiesta, y entonces el perdedor ha de lograr follarse a la chica del ganador, a la gran idiota, la campeona de las idiotas. También hemos jugado con variaciones: cada uno ha de follarse a su propia idiota, o hay que follarse a la de la izquierda, etc. Oye, espera un momento que tengo que mear.
E se levanta y se mete en el parque. No hace falta que le diga que la multa por mear en las calles polacas es de 200 zloty. Dirá que mear en la calle, como beber en la calle, es mejor si es una aventura, y que el único sentido de las normas es su transgresión, y que castillos idiotas y arenas de cena y etcétera, etcétera.
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