Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Kurtz (¿o sería Ulises? ¿O quizá Abraham?). De hecho, fue mi madre quien me lo dijo: Pedro Páramo, tu padre, es un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
O vine a México D.F. para encontrar a la poeta mexicana Cesárea Tinajero, la eterna desaparecida, y sus poemas.
O vine a Estados Unidos para investigar el significado de Rosebud, la última palabra que (no quise saberlo, pero lo supe) pronunció Charles Foster Kane antes de morir.
O vine a México D.F. para encontrar a la poeta mexicana Cesárea Tinajero, la eterna desaparecida, y sus poemas.
O vine a Estados Unidos para investigar el significado de Rosebud, la última palabra que (no quise saberlo, pero lo supe) pronunció Charles Foster Kane antes de morir.
¿O no? La memoria me falla...
Vine aquí para ser Lázaro. ¡Sí, sí, a eso vine! Ahora lo recuerdo. Así que sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. O, aún mejor: me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir. Bueno, no sé. La cuestión es que no hablo del Lázaro bíblico, el resucitado o el zombie, sino del Lázaro con diminutivo. El Lázaro lazarillo. El Nuestro. (Atención: pronúnciese Nuestro con ene mayúscula y muy ibéricamente, muy hispánicamente, muy castellanamente; pronúnciese con el orgullo grasiento con el que hablaría el jamón si Nuestros Jamones hablaran y dijeran, por ejemplo, palabras como cojones, tortilla o gilipollas.) Vine a resucitar picarescamente, como Lazarillo. A eso vine. A resucitar simbólicamente: abre los ojos y la boca, con la babita colgando, e inclina ligeramente la cabeza para despejar el cogote y dejar que la verdad te aseste una buena e inesperada colleja. ¡Bendito dolor placentero, el de las hostias simbólicas que la verdad propina!
Y luego, claro, a contárselo todo a Vuestra Merced, como hace Lazarillo. A eso vine también. En este caso, Vuestra Merced no escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, pero yo, por si acaso, se lo relato y se lo escribo igualmente. Así que me impuse el mismo horario que Dios: de lunes a sábado, a vivir (duro trabajo), y los domingos, a descansar, o sea, a escribir. Pero a veces uno se queda por el camino —¡nada atrapa como atrapan los caminos!— y ni escribe ni relata caso alguno: llega el domingo y pasa cual intrigante arbusto del Lejano Oeste. Así de dura es aquí la vida. Y no será por falta de cosas que contar... Esa es la cuestión: tantos casos y cosas y caminos no dejan tiempo para seleccionar, adornar, falsear e inventar, es decir, para escribirle y relatarle ni siquiera un miserable caso a Vuestra Merced.
Vine aquí para ser Lázaro. ¡Sí, sí, a eso vine! Ahora lo recuerdo. Así que sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. O, aún mejor: me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir. Bueno, no sé. La cuestión es que no hablo del Lázaro bíblico, el resucitado o el zombie, sino del Lázaro con diminutivo. El Lázaro lazarillo. El Nuestro. (Atención: pronúnciese Nuestro con ene mayúscula y muy ibéricamente, muy hispánicamente, muy castellanamente; pronúnciese con el orgullo grasiento con el que hablaría el jamón si Nuestros Jamones hablaran y dijeran, por ejemplo, palabras como cojones, tortilla o gilipollas.) Vine a resucitar picarescamente, como Lazarillo. A eso vine. A resucitar simbólicamente: abre los ojos y la boca, con la babita colgando, e inclina ligeramente la cabeza para despejar el cogote y dejar que la verdad te aseste una buena e inesperada colleja. ¡Bendito dolor placentero, el de las hostias simbólicas que la verdad propina!
Y luego, claro, a contárselo todo a Vuestra Merced, como hace Lazarillo. A eso vine también. En este caso, Vuestra Merced no escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, pero yo, por si acaso, se lo relato y se lo escribo igualmente. Así que me impuse el mismo horario que Dios: de lunes a sábado, a vivir (duro trabajo), y los domingos, a descansar, o sea, a escribir. Pero a veces uno se queda por el camino —¡nada atrapa como atrapan los caminos!— y ni escribe ni relata caso alguno: llega el domingo y pasa cual intrigante arbusto del Lejano Oeste. Así de dura es aquí la vida. Y no será por falta de cosas que contar... Esa es la cuestión: tantos casos y cosas y caminos no dejan tiempo para seleccionar, adornar, falsear e inventar, es decir, para escribirle y relatarle ni siquiera un miserable caso a Vuestra Merced.
Este domingo quería hablar de la casa que habito, una casa, si no tomada, a punto de ser tomada. Esta casa, que en realidad es un piso, con sus catacumbas y sus problemas, merece unos cuantos párrafos; quizá incluso un cuento o un poema. También quería escribir sobre las cortinas y las persianas. Y, sobre todo, sobre lo que hay más allá de las ventanas. No me refiero al mundo en general, sino solamente al mundo que hay detrás de las ventanas, al mundo visto a través de las ventanas. Asimismo, quería hablar de Cracovia, quería describir algún personaje pintoresco, quería escribir sobre el cine polaco y judío que voy descubriendo.
Ya les llegará su domingo a estos casos. Serán escritos y relatados, no se preocupe Vuestra Merced.
Sin embargo, antes hace falta un poco de limpieza: mi habitación, la habitación-comedor, la habitación-casi-palacio, con su cama y su sofá-cama y sus sillas y mesas y armarios y mecedora y diana y canasta y tendedero y aspiradora y, desde ayer, además, con sus botellas, vasos, ceniceros, colillas, platos, cartas, cubiertos, servilletas, etc., mi dormitorio, decía, se ha estrenado por fin como sala de fiestas. A eso vine también, a limpiar tras las fiestas.
Ya les llegará su domingo a estos casos. Serán escritos y relatados, no se preocupe Vuestra Merced.
Sin embargo, antes hace falta un poco de limpieza: mi habitación, la habitación-comedor, la habitación-casi-palacio, con su cama y su sofá-cama y sus sillas y mesas y armarios y mecedora y diana y canasta y tendedero y aspiradora y, desde ayer, además, con sus botellas, vasos, ceniceros, colillas, platos, cartas, cubiertos, servilletas, etc., mi dormitorio, decía, se ha estrenado por fin como sala de fiestas. A eso vine también, a limpiar tras las fiestas.
¡Qué difícil es decir esto en tu blog, copón! Pero, sí. Esto es de lo mejor que te he leído. Hace poco me dijeron que cuando escribía referenciando era odioso, que daba bastante asquete que escribiriera sobre cosas que ya sabía. Y no mentían, o eso creo o quiero creer. Pero a ti no te pasa. Tu eres un jefe, un doctor o un carnicero de las palabras, aún no lo sé. Y no, no es que te pelotee ni que te haya mitificado en tu ausencia. Será que echo de menos que me manden, me diagnostiquen o me hagan cuarto y mitad de las cosas que yo también he leído o envidio leer. Me gusta que tu habitación se haya convertido en una sala de fiestas porqué pronostica -igual que se pronostican cosas en las novelas que has usado sin citar- que esta semana santa -justo antes de "abril, el mes más cruel"- será muy guay. Siguenos contando, la poesía y la literatura siempre ha sido balsámica para nosotros en nuestra Comala, ciudad de muertos.
ResponderEliminarLo malo de escribir referenciando (lo cual es mera masturbación, por cierto, aunque masturbarse también es bonito, ¿o no?) es cuando lees y no entiendes de qué coño está hablando el texto... Pero, bueno, todo tiene sus riesgos :P Celebro que te haya gustado :D Y espero que mi habitación no sea sala de fiestas cada día, porque si no de esta no salgo vivo xdd Aunque si venís, en semana santa o cuando sea, ya abrirá!
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