Saben aquell que diu que un tío cruzó el paso de peatones corriendo porque tenía prisa y se le iba a poner rojo el semáforo y al llegar a la acera un policía lo paró, lo saludó, lo sermoneó, escuchó sus infructuosas críticas, oyó sus patéticas súplicas, ignoró sus pueriles pataletas y —por fin regresa el sufrido objeto directo— lo multó: 100 zloty, 25€. Tras lo cual, aquell le dijo al policía:
—Maldito policía cabrón, polaco hijo de la gran puta, gordo tonto calvo, rata de dos patas, miserable carapene retrasado, estúpido cenutrio malparido, y añadiría maricón si no estuviera bastante seguro de que eres un homófobo. Y me callo porque no entiendes nada: apenas hablas inglés, lo justo para ponerles multas a los extranjeros, ¿cómo ibas a hablar otro idioma?
»También me callo porque insultándote salen a la luz todos mis prejuicios y, con ellos, los de mi cultura. ¿Qué culpa tienen los policías de que tú seas parte de ellos? ¿Y los polacos? ¿Y las putas? ¿Y los machos cabríos y las ratas, y los gordos, los pobres, los calvos, los tontos, los feos, los retrasados, los estúpidos, los homosexuales, los abortos y sus sinónimos? Sólo los comparo contigo porque en mi cultura así lo hacemos, por mera convención. Pero no se merecen que los ponga a tu nivel.
»Pero sobre todo me callo porque me siento impotente: no soy capaz de insultarte de verdad. Use el idioma que use, puto policía, diga lo que diga, mis insultos no son más que meras comparaciones, con putas, con gordos, con feos o con quien sea. Y nada de esto se acerca a la finalidad de un insulto de verdad, es decir, ofenderte, afectarte, molestarte profundamente. Quizá si te digo que me cago en tu puta madre, o que ojalá tu mujer te ponga los cuernos, o que así se muera toda tu familia, o que te deseo todo el sufrimiento del mundo, quizá entonces logre desbrozar el inerme campo semántico del insulto. Quizá de este modo consiga desnudar el insulto de referencias a esto o a aquello. Quizá así me acerque a la esencia del insulto, a su núcleo: intranquilizarte, modificarte, conmoverte, agitarte. Es decir, alterarte, cambiarte.
»Jodido policía que me has multado, me callo y me voy porque las palabras no son suficientes para satisfacer el propósito del insulto. Si fuerzo la palabra hasta encontrar el insulto primigenio, me encuentro con el vacío: no es posible alterarte verbalmente. Por más que se intente, el odio puro no se puede expresar con palabras, condenado policía. Al representar el odio con palabras se pierde algo de su esencia (física, material, biológica). La violencia verbal, esa gran invención de la cultura, policía de los cojones, es un puto eufemismo. Sólo me queda, sucio bastardo, alterarte físicamente.
»Me callo y me voy, en fin, porque soy un cobarde y un inconsecuente. Pero con mucha cultura, eso sí.
»También me callo porque insultándote salen a la luz todos mis prejuicios y, con ellos, los de mi cultura. ¿Qué culpa tienen los policías de que tú seas parte de ellos? ¿Y los polacos? ¿Y las putas? ¿Y los machos cabríos y las ratas, y los gordos, los pobres, los calvos, los tontos, los feos, los retrasados, los estúpidos, los homosexuales, los abortos y sus sinónimos? Sólo los comparo contigo porque en mi cultura así lo hacemos, por mera convención. Pero no se merecen que los ponga a tu nivel.
»Pero sobre todo me callo porque me siento impotente: no soy capaz de insultarte de verdad. Use el idioma que use, puto policía, diga lo que diga, mis insultos no son más que meras comparaciones, con putas, con gordos, con feos o con quien sea. Y nada de esto se acerca a la finalidad de un insulto de verdad, es decir, ofenderte, afectarte, molestarte profundamente. Quizá si te digo que me cago en tu puta madre, o que ojalá tu mujer te ponga los cuernos, o que así se muera toda tu familia, o que te deseo todo el sufrimiento del mundo, quizá entonces logre desbrozar el inerme campo semántico del insulto. Quizá de este modo consiga desnudar el insulto de referencias a esto o a aquello. Quizá así me acerque a la esencia del insulto, a su núcleo: intranquilizarte, modificarte, conmoverte, agitarte. Es decir, alterarte, cambiarte.
»Jodido policía que me has multado, me callo y me voy porque las palabras no son suficientes para satisfacer el propósito del insulto. Si fuerzo la palabra hasta encontrar el insulto primigenio, me encuentro con el vacío: no es posible alterarte verbalmente. Por más que se intente, el odio puro no se puede expresar con palabras, condenado policía. Al representar el odio con palabras se pierde algo de su esencia (física, material, biológica). La violencia verbal, esa gran invención de la cultura, policía de los cojones, es un puto eufemismo. Sólo me queda, sucio bastardo, alterarte físicamente.
»Me callo y me voy, en fin, porque soy un cobarde y un inconsecuente. Pero con mucha cultura, eso sí.
Paquita la del barrio - Rata de dos patas
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