domingo, 12 de enero de 2014

Los adolescentes

Hace poco tuve un sueño que —¡milagro!— no olvidé al despertar. Para alguien que parece que sueña para olvidar, un sueño recordado es un tesoro, un libro salvado de la hoguera. No puedo hacer otra cosa, pues, que transcribirlo aquí:
* * *
Abro, con esfuerzo, la estrecha puerta de metal, pesada como una puerta de piedra milenaria; entro. La sujeto con fuerza porque sé que, si no, se cerrará bruscamente, cual ratonera, y quiero que quien me acompaña entre conmigo. 

Permanecemos en silencio mientras avanzamos por el parking subterráneo.

Las paredes, como en muchos aparcamientos comunitarios, están pintadas de blanco, arriba, y de gris, abajo, igual que el suelo y el techo; una franja roja separa los dos colores. La iluminación de los fluorescentes es tenue, casi insuficiente, pero se consigue distinguir el deterioro general: el gris agrietado y lleno de poros, el blanco desgastado de gris, la banda roja mal trazada, el suelo grasiento. El ambiente es húmedo y el eco persigue nuestros pasos como en una cueva.

Sin decir nada, mi acompañante me adelanta y comienza a descender por una escalera metálica de color amarillo. Lo sigo.
* * *
Tengo que interrumpir el relato. Es cierto que muchas veces el libro que se salva de la quema la merecía más que ningún otro. Espero que no sea el caso. Además, tengo otro motivo, otra excusa, para publicar el sueño: logré, creo, interpretarlo. ¡2x1, sueño e interpretación!

Un sueño sólo es un problema o una circunstancia personal más o menos disfrazada. Si conoces el contexto del soñador, el contenido del sueño poco importa: siempre re-presenta —metafóricamente, simbólicamente— sus preocupaciones. Evidentemente, esto parece más fácil de lo que realmente es: si los problemas son muy profundos —inconscientes—, puede resultar casi imposible desvelarlos; si los desconocemos, por muy superficiales que sean, resultarán igualmente herméticos.

Imagina un poco, lector, estrújate otro tanto la sesera, malpiensa, conjetura: yo, un parking subterráneo, un acompañante misterioso, unas paredes envejecidas, la oscuridad, el silencio y la humedad, una puerta y unas escaleras: ¿qué pueden significar?

Está claro que te falta información (circunstancias, problemas, contexto, preocupaciones). Te ayudo: el aparcamiento es el mismo donde estacionábamos el coche cuando yo era niño. Un poco más: nuestra plaza de parking estaba en el último nivel, el -2. Deduces muy bien, lector, que nuestros pasos deben de dirigirse hacia ahí. Además, el sueño rescató de mi memoria el nítido recuerdo que guardo de la puerta de entrada para peatones; ¡qué difícil era abrirla, qué violento era su mecanismo automático de cierre! También son de aquel parking las mugrientas paredes tricolor y las escaleras amarillas. La oscuridad y la humedad procederán del sótano de alguna película de terror o de algún bosque otoñal. En cuanto a mi acompañante, sólo sé que es un hombre, pero no tengo ni idea de quién puede ser.

El escenario está, creo, delimitado. Ambos, lector, tenemos la misma información. Si quieres interpretar más, adelante. Yo, mientras tanto, sigo contando:
* * *
Cuando, al pie de la escalera, el estruendo metálico de nuestras pisadas se detiene, ahonda el silencio. Sólo hemos bajado un piso. En la planta -1 todo es, claro, un poco más oscuro. En vez de continuar por la escalera, avanzamos por el pasillo, en dirección a la rampa que conecta con el piso anterior, el -2.

No mires a los lados —dice de repente mi acompañante.

No miro a los lados. Fijo mi mirada delante, al final del pasillo, donde debe de estar la rampa. Pero no la veo: andamos entre sombras. Como una fuerza de gravedad inesperada, la necesidad de mirar a izquierda o derecha surge de su voz:

No mires a los lados —repite.

No miro a los lados, sigo mirando adelante. Pero a menudo no es necesario mirar para ver: a izquierda y derecha noto unas figuras pequeñas. ¿Personas, perros, niños, criaturas...? No sé qué son, sólo que ahí están; a su alrededor no hay ni un solo coche aparcado.

No mires a los lados.

No miro a los lados, pero sé que los niños me miran. Aun sin mirarlos, sé que son niños y que me miran a mí, no a nosotros. Más todavía: sé que me miran con los ojos ciegos de una muñeca, con los ojos desalmados de un payaso. Apoyados en la pared, semiocultos en la penumbra, varias de las cabezas alcanzan la franja roja de la pared; unas pocas la superan; otras apenas la rozan. No son niños, son adolescentes.

Por fin, llegamos a la rampa. Mi acompañante se hace a un lado. Comienzo a bajar, solo.

Sobre todo, no enciendas la luz. Ya conoces el camino —dice.
* * *
Interrumpo la narración onírica otra vez, lector. ¿El sueño va convirtiéndose en pesadilla, o sólo me lo parece a mí? ¿Quiénes serán los adolescentes que nos rodean y me miran desde la oscuridad? ¿Por qué no puedo mirarlos, por qué he de avanzar como un caballo con anteojeras? ¿Por qué estará el aparcamiento vacío? ¿Por qué mi acompanante, mi Virgilio, me abandona antes de bajar al último nivel? ¿Por qué debo avanzar a oscuras? ¿Encontraré más abajo a mi Beatriz o tan sólo el coche de mis padres?

Interpreta, lector, interpreta. Porque yo, por ahora, ando algo falto de ideas. Sigo, pues:
* * *
Querría no seguir descendiendo por la rampa, querría mirar atrás y llamar a mi acompañante, regresar a la puerta de entrada, salir afuera. Pero los sueños imponen sus propias leyes. Avanzo solo por la planta -2, totalmente a oscuras. No veo nada pero oigo risitas, murmuraciones, pasos apresurados. El sonido me llega desgastado como un eco.

Me detengo al final de la rampa; reconozco el lugar. Sé dónde está aparcado el coche de mis padres. Un temor enorme me paraliza: no quiero sumergirme en la oscuridad. Acerco mi mano al interruptor a pesar de las palabras de mi acompanante; el rencor por su reciente abandono, por su traición, me da fuerzas para apretarlo.

Los fluorescentes zumban pugnando por encenderse. Tras un gran esfuerzo, dan a luz una escena: a lo lejos está el coche de mis padres, un Opel Kadett blanco, el único vehículo del aparcamiento. La oscuridad regresa enseguida. Penosamente, los fluorescentes alumbran otra imagen: varias sombras adolescentes trazadas sobre el suelo se dirigen, apresuradas, hacia el coche. De nuevo, todo se enturbia antes de que pueda identificar quién o qué las produce.

Cuando, por fin, los maltrechos fluorescentes lo iluminan todo, sé que no puedo mirar a los lados. Avanzo rápidamente hacia el coche sin mirar a los lados, notando cómo los adolescentes me acechan, se ríen y se me acercan. Sus sombras se arremolinan como hojas en una tormenta. Sólo desde dentro del coche de mis padres puedo mirarlos un instante, antes de apretar el acelerador y pasar por encima de ellos, que caen como bolos, como fichas de dominó, sin dejar de reír. Al subir la primera rampa, las luces iluminan todo el camino, a lo largo del cual varias oleadas de adolescentes se arrojan sobre el coche para ser atropelladas.

* * *
En este momento, lector, nos despertamos. Se acaba el sueño y empiezan de nuevo las preguntas: ¿qué significará? ¿Quiénes son los adolescentes? ¿Por qué los atropello? ¿Por qué me hostigan como zombies? ¿Por qué se dejan atropellar mientras ríen? ¿Acaso soy un sádico, un asesino, y no lo sabía? ¿O a lo mejor lo soy en potencia y se trata de un sueño premonitorio?

Ni la premonición ni la imaginación existen; nuestros cerebros no son tan complejos. Sólo re-crean, re-presentan, lo que ya sabemos. A veces de una forma muy directa: en el instituto donde doy clases trato con adolescentes cada día. A veces de una forma más indirecta: en verdad no quiero matarlos ni atropellarlos ni hacerles ningún mal, sólo enseñarles español. Casi siempre de una forma reveladora: la educación es un atropello de la voluntad.

Pero ¿y si somos más complejos de lo que creo? ¿Por qué, por ejemplo, el sueño sucede en un aparcamiento? ¿Por qué tengo un enigmático y silencioso cicerone? ¿Por qué un coche?, ¿por qué el de mis padres? ¿Por qué el descenso por las escaleras y por la rampa? ¿Por qué no mirar a los lados? ¿Por qué la luz que ilumina un camino deja otros tantos a oscuras? ¿Por qué al recordar un sueño olvidamos otros tantos? ¿Por qué esto y no lo otro? 

Qué violento es el orden, ¿no?

2 comentarios:

  1. Muy bueno, aunque deberías de estar muy dormido para creer que ibas a encontrar a Beatriz abajo... ;)!

    Te leo, un abrazo!

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    1. Jejeje, muchas gracias por el comentario. Se agradece algo de contacto ;)

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