domingo, 26 de noviembre de 2017

Se llamaba

Siempre había creído que se llamaba Kazimierz, como el barrio judío de Cracovia, porque eso me dijo él mismo la primera vez que hablamos. O quizás no fue la primera vez, era muy fácil encontrarse con él por los bares de Kazimierz, que eran su hogar. Y cuando lo conocí, allá por el invierno de 2012, yo era un estudiante de Erasmus cualquiera que solía frecuentar la zona y las noches se acumulaban monótonamente una sobre la otra como granos de arena. Así que aquella noche, fuera o no la primera, acodados en la barra de un bar, después de hablar un rato con él, me sonrió, me estrechó la mano y me dijo:

—Yo no soy el rey Kazimierz sino el rey de Kazimierz.

Tuvo que explicarme el juego de palabras —que también funciona en inglés, el idioma que usábamos para comunicarnos— porque yo llevaba poco tiempo en la ciudad: Kazimierz III fue el rey polaco que fundó el pueblo homónimo, que luego sería un barrio cracoviano, este barrio. Como nunca he sido muy de reyes, sea cual sea la acepción de la palabra, empecé a llamarlo simplemente Kazimierz. Y cada vez que me lo encontraba en Alchemia o en cualquiera de los bares que imitan su estética oscura, desastrada y decadente (Mechanoff, Królicze Ocze, Komisariat, Zakąski i Wódka), lo saludaba (¡qué sorpresa, Kazimierz!, ¡tú por aquí!) y charlaba un rato con él. Y cada noche tenía la sensación de que no se acordaba de mí: yo era uno más de esos jóvenes polacos, erasmus, expatriados o turistas para quienes los bares son una segunda casa, mientras que para Kazimierz eran un hogar, yo era uno de esos que charlaban durante un rato con él y no volvían a verlo más. Pero la verdad era que en Cracovia todo el mundo conocía a Kazimierz y Kazimierz no reconocía a nadie. Él era el personaje; nosotros, el público. Kazimierz contribuía a crear una sensación de comunidad, de pueblo más que de anónima ciudad: era un punto que todos teníamos en común.

Seguí llamándolo Kazimierz incluso cuando me corrigieron: oye, que en realidad no se llama así. ¿Qué? ¿Y entonces cómo se llama? Incrédulo, quise confirmarlo con Kazimierz y me contestó que sí, que se llamaba Mikołaj (pronunciado Micouay) y era el rey de Kazimierz. Aunque lo intenté, no logré llamarlo de otro modo: para mí, se llamaba Kazimierz. Me gustaba que su nombre coincidiera con el del barrio, como si él fuera no una metáfora o una metonimia sino su verdadera esencia. Pero el barrio judío estaba cambiando, se estaba modernizando, encareciendo, rejuveneciendo y nuevas gentes lo frecuentaban; por contra, Kazimierz representaba la versión más auténtica del barrio, la que ya se iba perdiendo: la espontaneidad, la escasez, la farándula y ese limbo en el que vivió toda Polonia desde la decadencia del comunismo hasta el arrasador auge del capitalismo.

El otro nombre, el que me habían dicho que era su nombre verdadero, también le casaba, aunque de otro modo. Mikołaj equivale a Nicolás, y es el nombre navideño por excelencia: el 6 de diciembre, święty Mikołaj o san Nicolás les deja regalos a los niños que se han portado bien. En otros países, Papá Noel pasa por las casas un poco más tarde, pero en el fondo viene a ser la misma tradición y, sobre todo, el mismo personaje: un tipo grandote con una densa barba cana. Las únicas diferencias eran que Mikołaj no vestía de rojo y blanco y que a pesar de su vejez tenía una vitalidad que no puedo imaginarle a Papá Noel; pero Kazimierz también era enorme, casi un gigante, y además de una espesísima barba blanca tenía una larga melena cana que a menudo se recogía en una cola de samurái. La coincidencia entre los dos personajes era tan grande que yo dudaba que en realidad se llamara Mikołaj. O quizás solo estaba construyéndome una excusa para continuar llamándolo Kazimierz.

Hace apenas una semana, un amigo me escribió un mensaje en Facebook: “Tu libro ha perdido a uno de sus personajes”. No supe a qué se refería hasta que entré en el enlace que me copió: sin comprender todo el titular de la noticia, la foto de Kazimierz y las palabras “nie żyje” fueron suficientes. Volví a leer el titular: “El famoso Mikołaj de Kazimierz no vive” sería la traducción literal, porque en vez de decir “ha muerto” en polaco se suele decir “no vive”, lo cual siempre me ha parecido un terrible eufemismo, como si entre estar vivo y estar muerto no hubiera un verbo fatal. Luego me dediqué a descifrar la noticia, apenas un párrafo en polaco, recurriendo al diccionario en cada frase. Decía que casi nadie conocía su verdadero nombre y apellido y que todos lo llamaban Mikołaj, que solía estar por los bares de Plac Nowy (la plaza mayor de Kazimierz), que quienes lo invitaban a tomar un vodka podían escuchar sus anécdotas, salpicadas de palabras “que las damas no conocen y los caballeros no comprenden” (cito literalmente), que era una de las figuras más conocidas de Cracovia.

Mi amigo me había dicho que mi libro había perdido a uno de sus personajes porque yo había metido a Mikołaj en mi novela, titulada Mateorías. Lo presentaba así:
Kazimierz me estrechó la mano con fuerza y sonrió: le faltaban tres piezas. Al cerrar la boca, mi atención se concentró en seguida en su nariz enorme, patatera. Tenía el pelo lacio y totalmente blanco aprisionado en una coleta de samurái, pero la piel enrojecida recordaba a un vagabundo. Su cara era familiar: muy probablemente me lo había encontrado de noche en algún bar.
En Mateorías, Kazimierz era una copia del real, no solo su aspecto físico sino también su misterio o ambigüedad: era un tipo que vivía en los bares pero parecía un vagabundo. Sin embargo, decidí convertirlo en dueño de dos bares del centro de Cracovia —aunque no recuerdo por qué lo saqué del barrio judío—, puesto que el personaje real me resultaba demasiado inverosímil, su vida en los bares era demasiado ficcional. Además, mi Kazimierz tenía una biografía un poco menos fragmentaria: en la novela se sabía que había vivido en Londres, como muchos polacos, que había trabajado de transportista en un restaurante mexicano y más adelante había sido mecánico, basurero y fontanero; al regresar a Cracovia, había abierto los dos bares y los sábados por la tarde organizaba partidos de fútbol para que los polacos se mezclaran un poco con los inmigrantes o viceversa. En uno de estos partidos a la vera del Vístula, la pelota se caía en el río y Kazimierz convencía a los jugadores de hacer una cadena humana para tratar de rescatar el balón.

Más tarde ese mismo día, alguien compartió la noticia de la muerte de Mikołaj en un grupo de Facebook de extranjeros en Cracovia. Se escribieron unos cuantos “RIP”, alguien dijo que Mikołaj era una verdadera leyenda de Kazimierz, otro que el mito cracoviano “ya no vive”. Yo escribí que la primera vez que me encontré con él me dijo que no era el rey Kazimierz sino el rey de Kazimierz; tenía la esperanza de que más gente se animara a contar anécdotas y a hablar del difunto, como si Facebook fuera el velorio ideal. Otros compartieron fotos nocturnas en las que aparecían felices y borrachos con Mikołaj. Un estadounidense comentó que Kazimierz le había robado los 100 złotych (unos 25€) que había dejado en la barra para pagar la cuenta. A continuación, el mismo americano preguntaba si se sabía cuándo y dónde sería el funeral, pero nadie le contestó. El último comentario era de un húngaro: decía que dentro de 20 años Mikołaj ya no sería tan único, que cuando la primera generación de erasmus creciera, sería olvidado y otros clochards lo sustituirían.

Me gustaría decir que Kazimierz-Mikołaj sigue vivo en mi novela, pero es mentira y una falta de respeto. Ahora releo lo que he escrito dos párrafos más arriba y me doy cuenta de que he hablado del Kazimierz de Mateorías usando el pasado en vez del presente, cuando el presente es el tiempo verbal más adecuado para hablar de un personaje de ficción, sobre todo de uno que está vivo: a nadie se le ocurriría referirse a don Quijote en pasado, a pesar de que todos sabemos cómo acaba la novela. Pero yo he hablado de él en pasado, como si el Kazimierz de Mateorías también hubiera muerto, como si la muerte del personaje real hubiera entrado en la ficción, ese supuesto refugio. Así que prefiero decir que Kazimierz no vive, Mikołaj no vive, tampoco en mi novela.

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