lunes, 6 de agosto de 2012

La señora de las gafas (II)


A partir del minuto 3, aproximadamente, es la escena final de la película X: The Man with the X-Ray Eyes, con la mejor cita posible, y además bíblica: "si tus ojos te escandalizan, ¡arráncatelos!" Quería colgar un vídeo y no escribir nada de nada, pero quedaba todo muy huérfano y no he podido resistirme a soltar un breve rollo.

Todo esto tiene un porqué, creo: esta mañana me ha tocado regresar a la óptica para recoger las gafas de sol. Me ha vuelto a atender la óptica normalita, también llamada señora de las gafas. Esta vez estaba mucho más guapa que el otro día, como si hubiera leído lo que escribí sobre ella y me hubiera querido retar embelleciéndose, no sé muy bien cómo.


—¿Y entonces has querido arrancarte los ojos? —podría pensar alguien.

No. Entonces he pensado que mi visión y descripción de la pobre muchacha estaban condicionadas. Resulta que la semana pasada había estado leyendo Fight Club, novela trasgresora, violenta y antisistema como pocas (muy adecuada para los tiempos que corren, por cierto), y su espíritu se metió dentro de mí. Esto sucede a menudo, aunque por suerte también se pasa rápido; si no, nos dedicaríamos a revolucionar y a sabotear la vida cotidiana cada día, cosa que quizá no estaría tan mal.

Hacía mucho que quería leer Fight Club porque tengo la sensación de que ver su adaptación cinematográfica fue una de las experiencias más traumáticas, o al menos impactantes, de mi adolescencia (en 1999, tenía trece años). Me abrió los ojos sin avisar y sin anestesia. Estuve alguna noche sin dormir por causas diversas: el cáncer y otras enfermedades terminales, el insomnio del protagonista, la alienación en la cruda realidad del capitalismo más feroz, las peleas clandestinas, la violencia hacia desconocidos sin motivo aparente (bueno, sí, para despertar la conciencia), el terrorismo budista-hippy-nihilista, los camareros que meaban en la comida, los cercenamientos de testículos, los desórdenes de personalidad, etc.

Una de mis otras experiencias iluminadoras con el cine fue, ahora sí, The Man with the X-Ray Eyes. Debí de verla por primera vez con once o doce años, porque a mi tío y a alguno de mis primos les gustaba mucho; además estaba el aburrimiento veraniego, claro. Es como una versión moderna, de ciencia-ficción y de Serie B del mito de Edipo. Aunque el padre y la madre del protagonista no aparecen, por suerte para ellos, este aprovecha para cargarse a un amigo y darle un aire trágico al asunto. Si el error de Edipo es pequeño (querer saber quién fue el asesino del rey de Tebas, lo que le lleva a descubrir que el asesino fue él y que el rey era su padre y, por tanto, su esposa es su madre; y todo esto en un solo día, ¡cómo son estos griegos!), la falta cometida por el señor con rayos X en los ojos es mayor: querer ver a través de todo con los rayos X y experimentar consigo mismo. Al final, el castigo es similar: Edipo se pincha los ojos y el señor X se los arranca en medio de una iglesia; todo muy teatral.

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