Hace unos días volví en tren de Girona, pero esta vez ni era domingo ni llovía, sino que me encontré con un soleado y sudoroso lunes de verano. Las circunstancias, distintas a mis últimos regresos en tren, no predisponían a un encuentro con E, la amiga psicóloga. Di unas cuantas vueltas por el andén, buscándola, pero fue en vano. Cuando subí, me senté en una butaca y abrí Momentos estelares de la humanidad (1927), de Stefan Zweig, para que me hiciera compañía.
(Sí, todo esto era un señuelo.)
En estos Momentos estelares, Zweig recrea literariamente catorce instantes de grandes repercusiones históricas. Por ejemplo, la caída del Imperio Bizantino frente al Imperio Otomano (1453), en el definitivo sitio de Constantinopla. Otro ejemplo, la derrota de Napoleón en Waterloo (1815). Sin embargo, la concepción de la historia de Zweig no se limita a conflictos bélicos, sino que admite acontecimientos igualmente trascendentales pero de otros ámbitos, como pueden ser la composición de La Marsellesa (1792), himno de Francia pero también de la libertad y la revolución, o el regreso en tren de Lenin a Rusia (1917), que catalizaría la Revolución de Octubre.
En el prólogo, Zweig dice:
"En ningún caso se ha procurado decolorar o intensificar la verdad de los acontecimientos externos o internos recurriendo a la propia invención, pues en esos instantes sublimes que la Historia configura a la perfección, no es necesario que ninguna mano acuda en su ayuda. Allí donde ella impera como poetisa, como dramaturga, ningún escritor tiene derecho a intentar superarla."
Ya, claro. Como si la Historia, en mayúscula, se escribiera sola. Como si diera lo mismo que cualquiera escribiera, no ya la Historia, sino una historia cualquiera, bien minúscula. Nadie negará que los momentos que narra Zweig sean históricos, o estelarmente históricos, pero solo se convierten en narraciones estelares cuando pasan por determinadas manos. Así pues, Zweig selecciona el punto de vista desde el que narrará los hechos y también los hechos en sí mismos, selecciona el tono —a veces épico, a veces trágico—, selecciona el personaje alrededor del cual girarán los acontecimientos, etc. Zweig no es un mero portavoz de la Historia, sino un narrador muy consciente de su papel en lo que cuenta. No modifica ni falsea los datos, pero sí los ensalza, los encumbra. Los hechos son históricos por sus consecuencias históricas posteriores; las narraciones son históricas porque están revestidas de la magnificencia histórica que les otorga el autor, porque parecen históricas. Podemos hablar de la II Guerra Mundial como si fuera una receta de cocina y la IIGM se convertirá en una receta de cocina.
Quizá los mejores momentos son los menos trascendentes históricamente. Mi favorito es la historia del explorador británico Robert Falcon Scott. Scott lideró la expedición Terra Nova al Polo Sur (1912), para llegar a la meta y darse cuenta de que el noruego Roald Amundsen la había alcanzado quince días antes que él. No solo eso: Scott murió junto a sus cuatro compañeros regresando al campamento. ¿Por qué contar la historia del perdedor, del fracasado, y no la del que llegó primero, la del que realmente hizo Historia? Fácil: porque Scott es un personaje mucho más literario, con más jugo que Amundsen. Solamente hablar de Scott permite escribir estas cosas:
Y así con casi todos. Las excepciones son pocas: el regreso de Lenin a Rusia, la comunicación de América y Europa con telégrafo (1858) y la composición de El Mesías de Händel (1741).
El fracaso es —ya lo sabíamos— material claramente literario. De hecho, cualquiera de los momentos de Zweig se podría convertir en una superproducción al estilo de Titanic, Pearl Harbor o El hundimiento, por ejemplo.
"Pronto se quiebra la última duda ante el hecho incontrovertible de una bandera negra que, en un trineo colocado como poste, se alza sobre las huellas de un campamento desconocido y abandonado. Son las huellas de los patines de los trineos y la impresión de muchas patas de perro. Admunsen ha acampado aquí. Lo grandioso, lo que era inconcebible para la humanidad, ha sucedido. El Polo, inanimado desde hace milenios, jamás contemplado por la mirada humana desde hace miles y miles de años, tal vez incluso desde el comienzo de los tiempos, ha sido descubierto dos veces en el transcurso de una molécula de tiempo, en quince días. Y ellos son los segundos, tan sólo un mes de diferencia en un periodo de millones de meses. Los segundos ante una humanidad para la que el primero lo es todo y el segundo nada. Vano resulta, por tanto, todo el esfuerzo. Ridículas, todas las privaciones. De locos, todas las esperanzas alentadas durante semanas, durante meses, durante años."La selección de momentos de Zweig es, en el fondo, una selección de grandes fracasos históricos. Parece decir que la historia avanza no a grandes pasos, sino a grandes tropezones. En "Cicerón", habla de cómo Cicerón decide no intervenir políticamente tras la muerte de Julio César, condenándose a muerte y condenando el Imperio Romano a la decadencia. "La conquista de Bizancio" narra la caída definitiva del Imperio Romano de Oriente. "Huida hacia la inmortalidad" es el descubrimiento del Océano Pacífico por parte de Núñez de Balboa, pero también su detención y ajusticiamiento. "El genio de una noche" cuenta el momento de inspiración que permitió a Rouget de Lisle componer La Marsellesa, para no componer nunca nada más que fuera relevante. "El minuto universal de Waterloo" subraya el largo minuto de incertidumbre que impidió que Napoleón ganara la batalla de Waterloo. En "El descubrimiento de El Dorado", se nos cuenta cómo J. A. Suter se convierte en el hombre más rico del planeta y, al estallar la Fiebre del oro, se convierte en el más pobre. En "Wilson fracasa" el título ya indica que Wilson no consigue la paz duradera que quería para todo el mundo después de la IGM.
Y así con casi todos. Las excepciones son pocas: el regreso de Lenin a Rusia, la comunicación de América y Europa con telégrafo (1858) y la composición de El Mesías de Händel (1741).
El fracaso es —ya lo sabíamos— material claramente literario. De hecho, cualquiera de los momentos de Zweig se podría convertir en una superproducción al estilo de Titanic, Pearl Harbor o El hundimiento, por ejemplo.
El refranero español, es la hostia. Tengo uno para ti y tu último post:
ResponderEliminar"Quien tropieza y no cae, avanza".
Y por Dios, vete a Girona y quédate en la estación hasta que llegue E. Algunos neesitamos ya el final de sus consejos!
Pues me gusta mucho este refrán, no lo conocía. Me lo apunto :P Y a E, pues cuando me la vuelva a encontrar ya veré qué se cuenta... xd
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