martes, 3 de julio de 2012

Vetusta Morla, 29-06-2012

Crónica del concierto con... M
El Poble espanyol
Dos entradas para el concierto: 52€.
Cuatro cañas de 20 cl: 12€.
Un Kinder Bueno (mi cena): 1€.
Total: más de la cuenta.


Salgo de currar y llamo a M, el amigo con quien voy al concierto de Vetusta Morla: me está esperando ya en el Poble espanyol. Pedaleo por Gran Vía todo lo rápido que puedo —que no es mucho, después de cinco horas de pie— porque el concierto empieza en veinte minutos. Aparco en un Bicing de Plaza de España y continúa la paliza: toca subir la cuestecita de Montjuich, adelantando modernos y esquivando hordas de guiris bajo un bochorno desalmado, más propio de las tres de la tarde que de las nueve de la noche.

—¡Hoy estás brillante! —me dice M, cuando por fin nos encontramos: el brillo es una forma delicada de referirse al sudor que resbala por mi frente e ignorar elegantemente mis sobacos empapados—. Los teloneros acaban de empezar.

Los teloneros son Eladio y los seres queridos. La música está demasiado alta y yo necesito un refrigerio, así que nos alejamos hacia una de las barras. En algún momento empieza a sonar la única canción que recuerdo haber escuchado en Youtube hace un par de días: "Están ustedes unidos".




Parece que no es la favorita del público, que por cierto está bastante pasota, pero a mí el estribillo y el ritmo repetitivo de la batería me convencen. Intento descifrar el significado de la letra pero desisto, así que pasa a engrosar la lista de letras incomprendidas. Para ganarse un poco al público apático, versionan "Forever Young" (sin mucho éxito: hemos venido a lo que hemos venido).

—¿Sabes? El Poble espanyol me parece una mierda —le digo a M, por hablar de algo—. No sé por qué decidieron conservarlo después de la Exposición Internacional.

—¿Hubieras preferido que lo derruyeran, como el Pabellón alemán, de Mies van der Rohe? —me responde M.

—Pues sí. Pero sin reconstruirlo cincuenta años después.

—Yo creo que no está tan mal —dice M—. El Poble espanyol es un collage arquitectónico interesante, un modo barato de hacerse una idea de la arquitectura española sin tener que viajar, ¿no?

—También fue una buena manera de recordarle a Cataluña que pertenecía a España, ¿no?

—Sí, supongo. Creo que Primo de Rivera no fue muy amigo del catalanismo —dice M, un poco harto ya del Poble espanyol—. Oye, ¿estas chorradas las escribirás en el blog?

—Pues no es mala idea. Podríamos hacer una crónica del concierto.

—Venga. Así tendría una excusa para empezar a leerlo.

—¿Qué?

—Bueno, no sabía cómo sacar el tema, pero no tengo mucho tiempo libre... así que aún no he leído nada. ¡Un día de estos lo hago, te lo prometo!

—Vaya. Pues aparecerás en la crónica del concierto como personaje. Será mi modo de fidelizarte como lector.

—Al menos durante una entrada, eso te lo aseguro.

En fin, qui no es consola és perquè no vol. Así que saco el móvil y empiezo a tomar notas de todo lo que sucede a nuestro alrededor, que en esos momentos es más bien poco. Mientras acaba el concierto de Eladio y compañía, M me cuenta que le ha preparado un fin de semana romántico a su novia.

—Es una sorpresa —me dice—, no se lo digas. Iremos a Sitges a pasar el fin de semana.

—¿Para ver las pride parades? —le pregunto— ¡Menuda sorpresa!

—¿Las qué? Vamos para ver la ciudad, paseando sin prisa y tal. Nos quedaremos en un hotel muy íntimo.

—Claro, claro. Estaréis muy tranquilos, ya verás.

Nota en el móvil: preguntarle a M qué tal el fin de semana romántico en Sitges con el Orgullo Gay festejando.

Por fin, el Poble espanyol enmudece: Vetusta Morla salen a escena.


El silencio y la oscuridad me ponen la piel de gallina; M y otros cientos de personas también participan de este estremecimiento general. El humo que cubre el escenario esconde los cuerpos de los músicos mientras las primeras notas de guitarra empiezan a sonar tímidamente.


El cantante asoma entre la humareda y el Poble espanyol enloquece: en un instante, un rugido súbito rompe el silencio épico que se había incubado durante cerca de diez minutos. La canción que empieza es "Los días raros", y las mismas personas que antes callaban empiezan ahora a cantar la canción —"Ábrelo, ábrelo, despacio..."—. Al cantante no se le oye. No me explico cómo, en unos segundos, hemos pasado del clímax al anticlímax absolutos.

—¿No pueden irse a su casa a cantar? —le digo a M.

M me mira y sonríe, pero no responde. Continúa cantando, y yo pronto hago lo mismo.

El directo de Vetusta Morla es sorprendentemente fiel al sonido del disco. De hecho, da rabia lo buenos que son. Por suerte, de vez en cuando modifican el inicio o el final de las canciones; el cantante, por su parte, juega con las melodías, variándolas un poco, enriqueciendo los temas para no dar la sensación de mero karaoke —y para combatir el aburrimiento, primer motor de la creatividad—.

—¿No te da rabia lo bien que caen? —le digo a M.

El público aplaude enloquecido tras cada canción, sobre todo cuando, después de "Cenas ajenas", el cantante chapurrea un par de frases en catalán (parece fácil ganarse a los catalanes hablando nuestro idioma, pero no a todos les sale bien: que le pregunten a Aznar). El público se sabe todas las letras e incluso los solos de guitarra. El público corea entusiasmado el final de "Sharabbey Road" entre canción y canción.


A nuestro alrededor, el ambiente se va poniendo demasiado cariñoso, empalagoso: las parejas bailan arrimadas, se abrazan y se besan, se susurran las canciones al oído o se las cantan mirándose a los ojos. A mi derecha, un tipo tropieza mientras transporta tres cervezas y está a punto de caerse; no me las tira por encima, pero me pega un pisotón tremendo. Comprueba que no ha derramado ni una gota y sigue el camino hacia sus amigos.

—Menudo gilipollas —le digo a M—. Oye, no te imaginas lo cansado que estoy, después de currar...

—Deberías relajarte un poco —responde M, al fin—. Olvídate de una vez por todas de ti mismo y escucha y canta. Nada más.

Es una buena definición de lo que provoca la música: olvido de uno mismo. Escuchar música te convierte en lugar de paso. Le tomo la palabra a M: apago el móvil-bloc de notas (no sin antes anotar que soy un ser muy grumoso) y me disuelvo en la música.

2 comentarios:

  1. M'agrada el concepte de "ser grumoso", me l'hauràs d'explicar.

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    1. "Ser grumoso" vol dir no tenir fluïdesa vital, trobar grumolls en el discórrer de la vida. Els grumolls solen ser els problemes, la visió (massa) racionalista del món, els coàguls de la vida, etc. Però la música (i moltres altres coses, claro!) els dissol i permet recuperar l'harmonia amb l'entorn: quan es fonen els grumols existencials et pots fondre amb la vida, ser un amb ella, viure-la orgànicament, blablabla. Què et sembla la meva concepció de la vida a través dels grumos? XD

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