lunes, 16 de octubre de 2017

16 de octubre. Virginia Woolf, 'La señora Dalloway'

Los manuales de literatura, los críticos y los escritores no siempre están de acuerdo, pero hay un lugar común en el que coinciden casi todos: los escritores más importantes del siglo XX son James Joyce, Franz Kafka y Marcel Proust. Son la Santísima Trinidad escritora, el Tridente Canónico por excelencia, el Top 3 de las Letras. Otros escritores les siguen en la lista, como Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, Robert Musil, William Faulkner o T. S. Eliot. Se trata de una selección muy objetable: es eurocéntrica, solo contiene autores de la primera mitad del siglo XX, pertenecen al Modernismo, escriben principalmente en inglés y francés, la novela tiene prioridad sobre otros géneros literarios, etc. Y, sobre todo, no hay mujeres.

La única que a veces aparece en la quiniela literaria es Virginia Woolf. Y eso que La señora Dalloway (1925) debería figurar en lo mejor de la literatura europea del siglo XX, al mismo nivel que Ulises o En busca del tiempo perdido. Como la gran obra de Proust, la novela de Woolf es una oda al tiempo: a su relatividad, rememoración y paso, marcado por las campanadas del Big Ben. Si la novela de Joyce es el emblema de Dublín, por el cual su protagonista pasea durante un día, la de Woolf pone por escrito el espíritu del Londres posterior a la Primera Guerra Mundial, y también Clarissa Dalloway recorre sus calles a lo largo de una jornada. Quizás el único pecado literario de La señora Dalloway sea no tener más de 500 páginas, como las grandes novelas; para mí, es un mérito.

El argumento es bellamente simple: Clarissa organiza en su casa una fiesta de la alta sociedad londinense. Para ello recorre la ciudad y se cruza con multitud de personajes, en la mente de los cuales focaliza alternativamente el narrador, agilísimo y armonioso al saltar de la consciencia de uno a la del otro, de la descripción del presente al recuerdo del pasado, de lo objetivo a lo subjetivo. Probablemente, el estilo indirecto libre del narrador en tercera persona sea el mejor que jamás he leído, superior a Gustave Flaubert o Henry James, y seguramente haya sido la forma de narrar más imitada en el siglo XX.

Pese a la simplicidad aparente, los temas que van surgiendo a lo largo de las preparaciones para la fiesta de la señora Dalloway son muchos: el paso del tiempo, el amor, la infelicidad y las relaciones matrimoniales, el feminismo, el amor lésbico, la decepción y las oportunidades perdidas, la guerra y sus consecuencias, la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno, el colonialismo, etc. Woolf consigue encajarlo todo a la perfección en una de las novelas mejor organizadas —a pesar de que parece no tener estructura— que he leído. Y, a diferencia de otras novelas de la época, que pecaban de esteticistas, Woolf no se recrea en la belleza de su prosa. De hecho, La señora Dalloway es una novela comprometida con su tiempo, con grandes dosis de crítica social y política. Sobre todo a través de un personaje: el veterano de guerra Septimus, que sufre estrés postraumático y recuerda al Seymour Glass de J. D. Salinger (véase “Un día perfecto para el pez banana”).

Del mismo modo que el Ulises de Joyce tiene un Bloom's Day, habría que empezar a celebrar el Dalloway's Day.

No hay comentarios:

Publicar un comentario