lunes, 30 de octubre de 2017

30 de octubre. Najat el Hachmi, 'L'últim patriarca'

La literatura estadounidense, la francesa o la inglesa tienen muchos escritores conversos, es decir, originarios de otros países pero que han decidido escribir en y desde la lengua y la cultura de su país de acogida; sin ir más lejos, es el caso del último Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro, pero también el de Vladimir Nabokov o Joseph Conrad. En España no son tantos los escritores conversos, probablemente porque la inmigración es mucho menor que en los Estados Unidos y en el Reino Unido; pero también porque la literatura española no es tan fuerte y en consecuencia atractiva para el converso en potencia: por desgracia, con demasiada frecuencia la cultura española se reduce a ese sucedáneo llamado marca España, poco compatible con los matices y las sutilezas.

El paradigma del escritor converso español es, sin duda, Max Aub, que, entre el alemán de sus padres y el francés de su lugar de origen, eligió el español, la lengua de sus amigos de Valencia. Otro ejemplo es el polémico —por filofascista— escritor rumano Vintilă Horia, que además de escribir en su lengua materna lo hizo en francés y español. Con la excusa de la iniciativa #LeoAutorasOct, ya hablé en este blog de otros conversos cuando reseñé Los palimpsestos, la novelita de la polaca Aleksandra Lum, escrita en perfecto español converso. Por supuesto, los catalanes, vascos o gallegos que escriben en español son otra historia: más que conversos, podríamos denominarlos escritores diglósicos. Pero precisamente la literatura catalana tiene la suerte de contar con una gran escritora conversa: la marroquina Najat el Hachmi.

Su primer libro, Jo també sóc catalana, es un ensayo autobiográfico donde cuenta cómo nació en Marruecos, a los ochos se trasladó con su familia a Cataluña y se adaptó no sin ciertas dificultades a la realidad catalana. El argumento de L'últim patriarca (2008), la primera novela de El Hachmi, es muy similar: en la primera parte, se nos presenta a Mimoun, un hombre marroquí tradicional, machista y pendenciero que se va a Barcelona para trabajar; en la segunda parte, conocemos a la narradora, la hija de Mimoun, que cuenta cómo más tarde sigue a su padre y debe luchar por liberarse de sus cadenas. La hija representa a aquellos inmigrantes de segunda generación que se sienten más cercanos a su nuevo hogar que a su lugar de origen, por lo que deben desafiar la autoridad paterna, que pretende que todo continúe igual, como si no hubieran emigrado.

El primer párrafo de L'últim patriarca es revelador del carácter de la obra:
"Aquell dia va néixer, després de tres nenes, el primer dels fills de Driouch d'Allal de Mohamed de Mohan de Bouziane, etc. Era l'afortunat, Mimoun, per haver nascut després de tanta dona".
El estilo de El Hachmi es totalmente oral, heredero de una tradición entre cuyas obras pueden encontrarse Las mil y una noches pero también los textos bíblicos y coránicos. Al mismo tiempo es inevitable referirnos a Mercè Rodoreda y Pere Calders, escritores catalanes que claramente influyen en la prosa clara y ágil de El Hachmi. Por otro lado, la ambición de narrar la biografía desde el principio e incluso más atrás y adelante, transgeneracionalmente, es deudora también de la narrativa realista decimonónica, e incluso de grandes novelas del boom latinoamericano como Cien años de soledad. Por no hablar del componente feminista, que resalta el comportamiento violento y abusivo del último patriarca. Como buena escritora conversa, El Hachmi plasma en su primera novela su compleja identidad, sus múltiples historias.

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