jueves, 5 de octubre de 2017

5 de octubre. Herta Müller, 'El hombre es un gran faisán en el mundo'

Desde una perspectiva de género, la Odisea de Homero tiene tres argumentos. El argumento principal es el regreso a Ítaca de Ulises; es un argumento masculino, activo: un viaje, una aventura con un destino y duras pruebas que superar hasta alcanzarlo. El primer argumento secundario es la búsqueda de Telémaco: el hijo de Ulises sale en busca del padre perdido; también es un argumento masculino y activo, ya que el héroe hace, busca cosas. El segundo argumento secundario es la espera de Penélope; es un argumento femenino y pasivo: la esposa de Ulises no hace nada, solo espera a que su marido llegue, solo teje y desteje para rechazar a los pretendientes.

Por suerte, ahora sabemos valorar la espera de Penélope, su resistencia pasiva; ahora sabemos que decir no es un acto de rebeldía, que decir no es una heroicidad. Además, hay otras obras en las que la espera es el motor del argumento: Esperando a Godot, Bienvenido Mr. Marshall o Dunkerque, por ejemplo. Porque en el fondo esperar no es sino otra forma de buscar algo. También El hombre es un gran faisán en el mundo (1984) de Herta Müller dignifica la espera.

Herta Müller y su familia pertenecen a los suabos del Danubio, una minoría alemana establecida en Rumanía que, después de la Segunda Guerra Mundial, sufrió los abusos del vengativo régimen comunista. En este contexto se inscribe el argumento de El hombre es un gran faisán en el mundo: la familia Windisch, de etnia alemana, decide abandonar el pueblo rumano de donde es originaria para ir a Alemania. Sin embargo, conseguir los pasaportes y demás permisos conlleva muchos sacrificios, sobornos y una larga, interminable espera. Como en Kafka, la burocracia de la Rumanía comunista es una maquinaria cruel e implacable, sobre todo con los alemanes, por lo que los Windisch, y especialmente las dos mujeres de la familia, pagarán muy cara su emigración.

Sin embargo, a Müller no le dieron el Nobel de Literatura en 2009 solo por darles voz a los desposeídos. El gran valor de su literatura está precisamente en cómo es esa voz: lírica desde la parquedad y el minimalismo, construye paisajes y situaciones con la precisión y la exigencia de la poesía y resulta simbólica pero no rebuscada ni simplista; la comparación con Juan Rulfo me parece la más acertada. El segundo párrafo de la novela, brillante, quizás sea más explicativo:
“Cada mañana, cuando recorre en solitario la carretera que lleva al molino, Windisch cuenta qué día es. Frente al monumento a los caídos cuenta los años. Detras de él, junto al primer álamo donde su bicicleta cae siempre en el mismo bache, cuenta los días. Por la tarde, cuando cierra el molino, Windisch vuelve a contar los días y los años”.


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