martes, 31 de julio de 2012

El infierno antaño

Uno oye voces, aquí y allá, que dicen que hay que leer a los clásicos, porque los clásicos educan y divierten a la vez, y qué sé yo qué otras maravillas de la tradición. Pero uno no cree nunca del todo en las promesas de esas voces tan serias y autoritarias (suenan electorales) y así, claro, acaba no leyéndolos. Pero hace unos días intenté ponerle remedio, y hoy termino, por fin, el "Infierno" de Dante, la primera parte de su Divina comedia.

Reconozco que la lectura ha sido más amena de lo que pensaba, pero dudo que siga con el "Purgatorio" y en el "Paraíso" ni siquiera entraré, Dios me libre. El verano es breve y demasiado caluroso para estas lecturas tan caniculares; de hecho, cuando llegaba al final de un canto, el helado se me había derretido entero: menudo pringue leer esto estos días.

Lo más tranquilizador y moderno de la Divina comedia es el porqué, o mejor dicho, el detonante, de la acción narrativa: "A mitad del camino de la vida, / en una selva oscura me encontraba / porque mi ruta había extraviado". Para los medievales, o renacentistas, estar extraviado en mitad del camino de la vida equivale a nuestra crisis de la mediana edad. En vez de comprarse una moto, echarse unas canitas al aire o vestirse como si de nuevo tuviera veinte años, Dante visita el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso porque quiere ver, saber y experimentarlo todo. La necesidad insaciable de conocer y ordenar es muy infantil y adolescente, en el fondo: la crisis de los cuarenta o cincuenta —según te coja—, que empieza a gestarse con la entrada en el mundo adulto, solo se puede superar con resignación. (Para entendernos, la resignación es la versión decadente de la esperanza.)

El poeta Virgilio acompaña a Dante en sus paseos por el Infierno, una especie de museo de cera del pecado y de grandes pecadores ilustres. Como buen turista del inframundo, Dante quiere conocer a los pecadores, así que dialoga con ellos, les demanda quiénes son y qué han hecho ellos para merecer esto. Entre tantas preguntas a famosos, la lectura avanza ligera; y sin embargo, con el paso de los cantos, todo se vuelve monótono: ahora hablo con este poeta latino, ahora con aquel traidor florentino, y oye, Virgilio, entre aquel grupo de convictos ¿conoces a algún sabio griego que merezca mis cumplidos? Dante deambula por los infiernos como nosotros por el rastro, buscando gangas clásicas que pueda incorporar a su texto-fondo-de-armario o, mejor, texto-álbum-de-cromos. O como un paparazzi entre una fiesta de celebrities, por qué no, foto por aquí, foto por allá.

Al final, estos encuentros con grandes autores paganos son la excusa artística de Dante para enlazar la tradición clásica con la cristiana. Por un lado, los castiga por pecadores (¿a quién se le ocurre, para empezar, haber nacido antes que Cristo?), distribuyéndolos por el limbo y otros círculos del Infierno, pero, por el otro, no puede evitar que se le caiga la baba cuando habla con ellos. Supongo que se avergonzaría del poco caso que les hacemos a él y a los otros clásicos, de lo poco que nos importan e influyen. Però què hi farem, així són aquests temps: nuestros modelos son los del braguetazo —en la cama o en la Bolsa, lo mismo da—.

martes, 24 de julio de 2012

Gurb en bicicleta

Releyendo Sin noticias de Gurb (1990, 1991), de Eduardo Mendoza, muy apetecible en verano, descubro cosas que había pasado por alto cuando, hace ya unos cuantos años, descubrí la novela y a sus dos extraterrestres. Esta vez la lectura se ha hecho un poco larga y pesada, pese a la brevedad de la novelita, y las gracietas continuas ya no me han parecido tan graciosas. Y sin embargo uno no puede evitar sonreír cuando lee ciertas verdades inmarcesibles:
"Bajo paseando por las Ramblas, me meto por algunas calles laterales. En esta parte de la ciudad la gente es variopinta y bastaría su sola contemplación para saber que Barcelona es puerto de mar aunque no lo fuera. Aquí confluyen razas de todo el mundo (y también de otros mundos, si se me incluye a mí en el censo) y aquí se cruzan y descruzan los más variados destinos. Es el poso de la Historia el que ha formado este barrio y el que ahora lo nutre con sus polluelos, uno de los cuales, dicho sea de paso, acaba de chorizarme la cartera."
Pero lo más sorprendente ha sido un fragmento profético, ciclistamente o Bicing-mente profético:
"La densidad del tráfico es uno de los problemas más graves de esta ciudad y una de las cosas que más preocupado tiene a su alcalde, también llamado Maragall. Éste ha recomendado en varias ocasiones el uso sustitutivo de la bicicleta y ha aparecido en los periódicos montado precisamente en una bicicleta, aunque, la verdad sea dicha, nunca lleva trazas de ir muy lejos. Quizá la gente haría más uso de la bicicleta si la ciudad fuera más llana, pero esto tiene mal arreglo, porque ya está casi toda edificada. Otra solución sería que el Ayuntamiento pusiera bicicletas a disposición de los transeúntes en la parte alta de la ciudad, con las cuales éstos podrían ir al centro muy de prisa y casi sin pedalear. Una vez en el centro, el propio Ayuntamiento (o, en su caso, una empresa concesionaria) se encargaría de meter las bicis en camiones y volverlas a llevar a la parte alta. Este sistema resultaría relativamente barato. A lo sumo, habría que colocar una red o colchoneta en la parte baja de la ciudad para impedir que los menos expertos o los más alocados se cayeran al mar una vez efectuado el trayecto descendente. Quedaría pendiente, claro está, la forma en que la gente que hubiera bajado al centro en bicicleta volvería a la parte alta, pero esto no es cosa que deba preocupar al Ayuntamiento, porque no es función de esta institución (ni de ninguna otra) coartar la iniciativa de los ciudadanos."
Curiosamente, no solo parece avanzarse al Bicing, sino también a los problemas congénitos del Bicing.

domingo, 22 de julio de 2012

Las películas

Ayer sufrí un retraso de casi una hora para llegar a las fiestas del Poble Sec, donde había quedado con tres amigos —llamémosles M, L y P—: por falta de aparcamiento desde el Paralel a la Rambla, incluido el Raval entero, tuve que aparcar la bici en la plaza del MACBA, al lado de mi casa, justo donde la había cogido. El viaje más largo, circular y, en definitiva, absurdo que jamás haya hecho en Bicing. Pero los peros del Bicing los conocía de sobra, así que cenando un kebab con una cerveza fui perdiendo el malhumor que provoca no encontrar parking, y, lo que es más importante, fue diluyéndose la sensación de mal de ojo.

Las fiestas del Poble Sec no fueron nada del otro mundo. Escuchamos a Obrint Pas bebiendo cervezas de paki y rodeados de punkis, skinheads, hippies y otros especímenes difíciles de identificar, todos tan adolescentes como independentistas, tan enardecidos que daban ganas de adoptarlos. No se estaba mal, pero en cuanto acabó el concierto cambiamos de ambiente varias veces, concluyendo que, efectivamente, las fiestas del Poble Sec no eran nada del otro mundo.

Así que acabamos yendo a mi bar favorito de Barcelona, cerca de la plaza del Tripi. Es mi bar favorito porque un litro de cubata vale 5€ y uno de calimocho, 3€. También es mi favorito porque a la camarera le caemos bien y nos deja pedir aunque ya haya cerrado. Es mi bar favorito, además, porque es un antro, sucio y cutre a más no poder, en pleno centro de Barcelona. Pero, sobre todo, es mi favorito porque ese bar es parte del mejor ritual nocturno posible: jugar a las películas.

Con un cubata cada dos barbas, sentados en una plaza cercana, al fresco y con algún que otro curioso, representamos representaciones. Cada película puede escenificarse de mil maneras, depende de si la has visto, si crees que los demás la conocen, si es fácil o difícil, si eres un soso o tienes gracia, etc. El que acierta la película representa la siguiente, que se la ha susurrado el anterior actor; así los actores van circulando a la par que las bebidas. Aunque la mímica es importante, lo que más cuenta es la capacidad de asociar ideas para sacarles a los demás la palabra que necesitas. Los resultados suelen ser divertidos y, a veces, poéticos, al menos para los que juegan: los que pasan nos miran entre asustados y compasivos, la visión de lo patético en sus ojos.

Pero conseguir representar una cuerda, una soga, una línea, un espagueti, ¡no!, un hilo y, después, un discurso, en inglés un speech, para escenificar Lilo & Stitch, y que además alguien la adivine, es impagable. Otro gran ejemplo: cocinar varias tortillas a la francesa, batiendo los huevos y troceando setas venenosas, y comer luego unas cuantas, con pan y vino, y morir —cascar— histriónicamente: ¡malditas setas, maldito cocinero! ¡Muero! También puedes putear al actor con películas imposibles o ignotas —por nadie vistas pero que a todos nos suenan—, como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, para darte cuenta de que la película no era tan difícil, que representar un montón y a una chica es sencillo. Incluso cuando nadie acierta tu película te lo pasas bien actuando y siendo público, por ejemplo haciendo de vampiro y persiguiendo y asustando a la gente, dando por supuesto que eso era lo que hacía el protagonista, no de Drácula o Entrevista con el vampiro, sino de Nosferatu.

Cuando las representas, las películas malas se vuelven buenas; el verano barcelonés, tolerable y digno de añoranza.

jueves, 19 de julio de 2012

Momentos fracasados de la historia

Hace unos días volví en tren de Girona, pero esta vez ni era domingo ni llovía, sino que me encontré con un soleado y sudoroso lunes de verano. Las circunstancias, distintas a mis últimos regresos en tren, no predisponían a un encuentro con E, la amiga psicóloga. Di unas cuantas vueltas por el andén, buscándola, pero fue en vano. Cuando subí, me senté en una butaca y abrí Momentos estelares de la humanidad (1927), de Stefan Zweig, para que me hiciera compañía.

(Sí, todo esto era un señuelo.)

En estos Momentos estelares, Zweig recrea literariamente catorce instantes de grandes repercusiones históricas. Por ejemplo, la caída del Imperio Bizantino frente al Imperio Otomano (1453), en el definitivo sitio de Constantinopla. Otro ejemplo, la derrota de Napoleón en Waterloo (1815). Sin embargo, la concepción de la historia de Zweig no se limita a conflictos bélicos, sino que admite acontecimientos igualmente trascendentales pero de otros ámbitos, como pueden ser la composición de La Marsellesa (1792), himno de Francia pero también de la libertad y la revolución, o el regreso en tren de Lenin a Rusia (1917), que catalizaría la Revolución de Octubre.

En el prólogo, Zweig dice:
"En ningún caso se ha procurado decolorar o intensificar la verdad de los acontecimientos externos o internos recurriendo a la propia invención, pues en esos instantes sublimes que la Historia configura a la perfección, no es necesario que ninguna mano acuda en su ayuda. Allí donde ella impera como poetisa, como dramaturga, ningún escritor tiene derecho a intentar superarla."
Ya, claro. Como si la Historia, en mayúscula, se escribiera sola. Como si diera lo mismo que cualquiera escribiera, no ya la Historia, sino una historia cualquiera, bien minúscula. Nadie negará que los momentos que narra Zweig sean históricos, o estelarmente históricos, pero solo se convierten en narraciones estelares cuando pasan por determinadas manos. Así pues, Zweig selecciona el punto de vista desde el que narrará los hechos y también los hechos en sí mismos, selecciona el tono a veces épico, a veces trágico, selecciona el personaje alrededor del cual girarán los acontecimientos, etc. Zweig no es un mero portavoz de la Historia, sino un narrador muy consciente de su papel en lo que cuenta. No modifica ni falsea los datos, pero sí los ensalza, los encumbra. Los hechos son históricos por sus consecuencias históricas posteriores; las narraciones son históricas porque están revestidas de la magnificencia histórica que les otorga el autor, porque parecen históricas. Podemos hablar de la II Guerra Mundial como si fuera una receta de cocina y la IIGM se convertirá en una receta de cocina.

Quizá los mejores momentos son los menos trascendentes históricamente. Mi favorito es la historia del explorador británico Robert Falcon Scott. Scott lideró la expedición Terra Nova al Polo Sur (1912), para llegar a la meta y darse cuenta de que el noruego Roald Amundsen la había alcanzado quince días antes que él. No solo eso: Scott murió junto a sus cuatro compañeros regresando al campamento. ¿Por qué contar la historia del perdedor, del fracasado, y no la del que llegó primero, la del que realmente hizo Historia? Fácil: porque Scott es un personaje mucho más literario, con más jugo que Amundsen. Solamente hablar de Scott permite escribir estas cosas:
"Pronto se quiebra la última duda ante el hecho incontrovertible de una bandera negra que, en un trineo colocado como poste, se alza sobre las huellas de un campamento desconocido y abandonado. Son las huellas de los patines de los trineos y la impresión de muchas patas de perro. Admunsen ha acampado aquí. Lo grandioso, lo que era inconcebible para la humanidad, ha sucedido. El Polo, inanimado desde hace milenios, jamás contemplado por la mirada humana desde hace miles y miles de años, tal vez incluso desde el comienzo de los tiempos, ha sido descubierto dos veces en el transcurso de una molécula de tiempo, en quince días. Y ellos son los segundos, tan sólo un mes de diferencia en un periodo de millones de meses. Los segundos ante una humanidad para la que el primero lo es todo y el segundo nada. Vano resulta, por tanto, todo el esfuerzo. Ridículas, todas las privaciones. De locos, todas las esperanzas alentadas durante semanas, durante meses, durante años."
La selección de momentos de Zweig es, en el fondo, una selección de grandes fracasos históricos. Parece decir que la historia avanza no a grandes pasos, sino a grandes tropezones. En "Cicerón", habla de cómo Cicerón decide no intervenir políticamente tras la muerte de Julio César, condenándose a muerte y condenando el Imperio Romano a la decadencia. "La conquista de Bizancio" narra la caída definitiva del Imperio Romano de Oriente. "Huida hacia la inmortalidad" es el descubrimiento del Océano Pacífico por parte de Núñez de Balboa, pero también su detención y ajusticiamiento. "El genio de una noche" cuenta el momento de inspiración que permitió a Rouget de Lisle componer La Marsellesa, para no componer nunca nada más que fuera relevante. "El minuto universal de Waterloo" subraya el largo minuto de incertidumbre que impidió que Napoleón ganara la batalla de Waterloo. En "El descubrimiento de El Dorado", se nos cuenta cómo J. A. Suter se convierte en el hombre más rico del planeta y, al estallar la Fiebre del oro, se convierte en el más pobre. En "Wilson fracasa" el título ya indica que Wilson no consigue la paz duradera que quería para todo el mundo después de la IGM.

Y así con casi todos. Las excepciones son pocas: el regreso de Lenin a Rusia, la comunicación de América y Europa con telégrafo (1858) y la composición de El Mesías de Händel (1741).

El fracaso es ya lo sabíamos material claramente literario. De hecho, cualquiera de los momentos de Zweig se podría convertir en una superproducción al estilo de Titanic, Pearl Harbor o El hundimiento, por ejemplo.

jueves, 12 de julio de 2012

Popurrí cultural I

Acabé los exámenes de la universidad hace ya un par de semanas, pero entre el trabajo, por las tardes, y un curso intensivo, por las mañanas, no tengo tiempo libre. Ni para escribir algo aquí, ni para conocer o encontrar o inventar a hombres repulsivos a los que entrevistar. Mucho menos para comentar alguna situación graciosa, porque las situaciones graciosas requieren de minutos, e incluso de horas, para surgir.

Así que lo que sigue es un popurrí de lo que he leído y visto estas dos últimas semanas para rellenar esos huecos temporales llamados horas muertas. Los popurrís fotográficos que pueblan muchos blogs siempre me han parecido una chorrada, aunque algunos son chorradas entretenidas, lo admito. Seleccionar fotos de películas, series y otros medios, y crear con ellas un discurso solo visual es difícil. O al menos debe de serlo, porque no lo he hecho nunca. Ni siento curiosidad por hacerlo, ya que estamos.

* * *

Cuando aún tenía fuerzas, leí los Poemes d'Álvaro de Campos, de Fernando Pessoa. O de Álvaro de Campos, heterónimo de Pessoa.


(¿Por qué inventar tantos seudónimos? ¿Y por qué dotarlos de una personalidad tan propia y diferenciadora? Creo que ello responde, primero, a la falta de consistencia que el mismo Pessoa debía de percibir en su personalidad (más que bipolar o multipolar, creo que Pessoa era poco polar), pero también a que crear estos yoes poéticos ficcionales debía de ser un mecanismo para incentivar la creatividad del escritor. Escribir simulando ser otro da alas a la imaginación, como sucede con las restricciones temáticas o métricas u otras constricciones autoimpuestas —véase escribir un texto empleando una sola vocal, reescribir el mismo texto cien veces y el resto de experimentos oulipianos—. En definitiva, no hay nada tan liberador para la creatividad como la restricción.)

Álvaro de Campos es un ingeniero con varias facetas poéticas. Por un lado, escribe odas futuristas bastante exaltadas. También escribe, por otro lado, odas a Walt Whitman y a la naturaleza, igualmente exaltadas pero dirigidas, no a la tecnología y a lo moderno, sino a la vida, a los sentimientos y al goce de todo lo vivo. Finalmente, tiene una vertiente más nihilista y autobiográfica, propia de alguien que ya se ha cansado de lo que la vida ofrece; en "Pas de les hores", dice:
"No sé si la vida és poc o massa per a mi.
No sé si sento massa o massa poc, no sé
si em falta escrúpol espiritual, fulcre de la intel·ligència,
consanguinitat amb el misteri de les coses, xoc
amb els contactes, sang sota els cops, estremiment als sorolls,
o si hi ha una altra significació per a això, més còmoda i feliç."
Ni que decir tiene que la tercera máscara de Álvaro de Campos es la que más me ha gustado. En concreto, el gran descubrimiento ha sido el poema "Estanc" (o "Tabaquería" o "Tabacaria"). Empieza muy fuerte ("No sóc res. / Mai no seré res. / No puc voler ser res. / A part d’això, tinc en mi tots els somnis del món") y sigue igual, hablando del talento y del fracaso, de la vida intelectual opuesta a la vida auténtica, de la vanidad de todo acto creativo, etc., combinando un discurso introspectivo y de autoevaluación con intromisiones de la realidad a través de la visión de la tabaquería. Toma resumen.

* * *

Más adelante, y más cansado y falto de concentración, retomé Louie, una serie que narra la vida de un cómico norteamericano. (En realidad debería decir retomamos, porque veo la serie con mi compañero de piso. Es curioso cómo unen las series, los vínculos que crean entre las personas. Se establece una especie de solidaridad entre los que ven una serie juntos: "yo me bajo la serie pero no la veo, me reservo hasta que la podamos los dos a la vez". O: "yo preparo la serie mientras tú preparas la cena". Bonito, ¿no?)

Louie está gordo, es calvo, tiene 42 años, está divorciado... y esto lo convierte en un ser deprimido y deprimente a la vez. (Si leyera poesía, seguro que leería a Pessoa.) Sin embargo, adora a sus dos hijitas y su trabajo como monologuista —lúcido, pesimista y cínico como pocos—. La alternancia entre escenas de su vida y alguna de sus actuaciones, y la relación entre ambas esferas —la vida real y la ficción creada a partir de aquella—, siempre pasando por un espeso tamiz de humor negro, hacen que la serie sea bastante amena.

Al menos hasta la tercera temporada: los dos primeros capítulos, los que vi —o vimos— el otro día, son malos a más no poder. La autocrítica habitual de Louie, el reírse de sus miedos y sus defectos, antes era natural; ahora resulta forzada. Antes Louie estaba deprimido y era deprimente, pero no resultaba deprimente; ahora, sí. Etcétera.

Por cierto, Louie casi es Louis C.K., el cómico estadounidense que interpreta y crea al personaje y dirige la serie. Es decir, que el autor y el protagonista, y sus respectivas vidas, coinciden bastante: todo muy autoficcional. Ahí va uno de los monólogos de Louis C.K., idéntico a los Louie.


* * *

Otro día fui a ver la exposición Torres y rascacielos. De Babel a Dubái, en el CaixaForum. No me gustó demasiado: la idea de hablar de la construcción de rascacielos y lo que significa para el hombre pintaba bien, y relacionarlo con el mito bíblico de Babel también, pero la exposición se acaba convirtiendo en una sucesión de catedrales y edificios varios, un catálogo bastante aburrido de la historia de los rascacielos. No se merece ni una foto, fíjate lo poco que me gustó.

* * *

Para compensar los dos chascos, ese mismo día, al regresar a casa, vi The Night of the Hunter (1955), una película que llevaba mucho en la lista de pendientes. Es la única película dirigida por Charles Laughton, y se supone que, pese a ser un fracaso en su momento, es una de las cimas del cine norteamericano, influenciando a David Lynch, Martin Scorsese y otros tantos —o eso dice la Wikipedia—.

Está muy bien, aunque quizá ha envejecido más de la cuenta. Es un thriller de atmósfera turbia que cuenta la historia del reverendo Harry Powell, un asesino que persigue a dos hermanos para robarles el dinero heredado de su padre. Es, asimismo, la historia del poder de la niñez, de lo que puede sufrir y superar. Powell es el personaje: un don Juan que tras su seductora máscara esconde la más pura maldad. La cultura popular lo reconocerá porque lleva "Love" y "Hate" tatuados en los puños.




Encandila a la madre de los chicos, viuda, solo para acercarse al dinero, y la asesina cuando ella descubre su verdadero rostro. A continuación, inicia la persecución de los hermanos río abajo; él en un caballo robado, ellos en un bote. Los niños hallan refugio en la casa de Rachel Cooper, una viejita entrañable y de férreos valores cristianos que cuida a niños abandonados. Pero incluso allí los encuentra el diabólico reverendo.

Además de tener varias caras —como Pessoa y como Álvaro de Campos, fíjate—, Powell es uno de esos asesinos que llegan a la escena del futuro crimen cantando una canción. Una de las mejores escenas de la película es el asedio nocturno de Powell a la casa de la vieja y los niños huérfanos. El reverendo canta su canción habitual desde fuera, mientras que la vieja Rachel monta guardia desde dentro y le responde entonando a coro la canción.




Aunque cantan lo mismo ("Leaning on the Everlasting Arms"), no significa para nada lo mismo: inclinaos, niños, hacia el reverendo, y ya veréis, ya... o inclinaos hacia la buena de Rachel Cooper, la protectora viejita. 

Esto me ha recordado la versión que Tool tenían de "Imagine", de John Lennon. También en este caso el optimista mensaje de la canción original se vuelve irreconocible sin cambiar una sola palabra.



martes, 3 de julio de 2012

Vetusta Morla, 29-06-2012

Crónica del concierto con... M
El Poble espanyol
Dos entradas para el concierto: 52€.
Cuatro cañas de 20 cl: 12€.
Un Kinder Bueno (mi cena): 1€.
Total: más de la cuenta.


Salgo de currar y llamo a M, el amigo con quien voy al concierto de Vetusta Morla: me está esperando ya en el Poble espanyol. Pedaleo por Gran Vía todo lo rápido que puedo —que no es mucho, después de cinco horas de pie— porque el concierto empieza en veinte minutos. Aparco en un Bicing de Plaza de España y continúa la paliza: toca subir la cuestecita de Montjuich, adelantando modernos y esquivando hordas de guiris bajo un bochorno desalmado, más propio de las tres de la tarde que de las nueve de la noche.

—¡Hoy estás brillante! —me dice M, cuando por fin nos encontramos: el brillo es una forma delicada de referirse al sudor que resbala por mi frente e ignorar elegantemente mis sobacos empapados—. Los teloneros acaban de empezar.

Los teloneros son Eladio y los seres queridos. La música está demasiado alta y yo necesito un refrigerio, así que nos alejamos hacia una de las barras. En algún momento empieza a sonar la única canción que recuerdo haber escuchado en Youtube hace un par de días: "Están ustedes unidos".




Parece que no es la favorita del público, que por cierto está bastante pasota, pero a mí el estribillo y el ritmo repetitivo de la batería me convencen. Intento descifrar el significado de la letra pero desisto, así que pasa a engrosar la lista de letras incomprendidas. Para ganarse un poco al público apático, versionan "Forever Young" (sin mucho éxito: hemos venido a lo que hemos venido).

—¿Sabes? El Poble espanyol me parece una mierda —le digo a M, por hablar de algo—. No sé por qué decidieron conservarlo después de la Exposición Internacional.

—¿Hubieras preferido que lo derruyeran, como el Pabellón alemán, de Mies van der Rohe? —me responde M.

—Pues sí. Pero sin reconstruirlo cincuenta años después.

—Yo creo que no está tan mal —dice M—. El Poble espanyol es un collage arquitectónico interesante, un modo barato de hacerse una idea de la arquitectura española sin tener que viajar, ¿no?

—También fue una buena manera de recordarle a Cataluña que pertenecía a España, ¿no?

—Sí, supongo. Creo que Primo de Rivera no fue muy amigo del catalanismo —dice M, un poco harto ya del Poble espanyol—. Oye, ¿estas chorradas las escribirás en el blog?

—Pues no es mala idea. Podríamos hacer una crónica del concierto.

—Venga. Así tendría una excusa para empezar a leerlo.

—¿Qué?

—Bueno, no sabía cómo sacar el tema, pero no tengo mucho tiempo libre... así que aún no he leído nada. ¡Un día de estos lo hago, te lo prometo!

—Vaya. Pues aparecerás en la crónica del concierto como personaje. Será mi modo de fidelizarte como lector.

—Al menos durante una entrada, eso te lo aseguro.

En fin, qui no es consola és perquè no vol. Así que saco el móvil y empiezo a tomar notas de todo lo que sucede a nuestro alrededor, que en esos momentos es más bien poco. Mientras acaba el concierto de Eladio y compañía, M me cuenta que le ha preparado un fin de semana romántico a su novia.

—Es una sorpresa —me dice—, no se lo digas. Iremos a Sitges a pasar el fin de semana.

—¿Para ver las pride parades? —le pregunto— ¡Menuda sorpresa!

—¿Las qué? Vamos para ver la ciudad, paseando sin prisa y tal. Nos quedaremos en un hotel muy íntimo.

—Claro, claro. Estaréis muy tranquilos, ya verás.

Nota en el móvil: preguntarle a M qué tal el fin de semana romántico en Sitges con el Orgullo Gay festejando.

Por fin, el Poble espanyol enmudece: Vetusta Morla salen a escena.


El silencio y la oscuridad me ponen la piel de gallina; M y otros cientos de personas también participan de este estremecimiento general. El humo que cubre el escenario esconde los cuerpos de los músicos mientras las primeras notas de guitarra empiezan a sonar tímidamente.


El cantante asoma entre la humareda y el Poble espanyol enloquece: en un instante, un rugido súbito rompe el silencio épico que se había incubado durante cerca de diez minutos. La canción que empieza es "Los días raros", y las mismas personas que antes callaban empiezan ahora a cantar la canción —"Ábrelo, ábrelo, despacio..."—. Al cantante no se le oye. No me explico cómo, en unos segundos, hemos pasado del clímax al anticlímax absolutos.

—¿No pueden irse a su casa a cantar? —le digo a M.

M me mira y sonríe, pero no responde. Continúa cantando, y yo pronto hago lo mismo.

El directo de Vetusta Morla es sorprendentemente fiel al sonido del disco. De hecho, da rabia lo buenos que son. Por suerte, de vez en cuando modifican el inicio o el final de las canciones; el cantante, por su parte, juega con las melodías, variándolas un poco, enriqueciendo los temas para no dar la sensación de mero karaoke —y para combatir el aburrimiento, primer motor de la creatividad—.

—¿No te da rabia lo bien que caen? —le digo a M.

El público aplaude enloquecido tras cada canción, sobre todo cuando, después de "Cenas ajenas", el cantante chapurrea un par de frases en catalán (parece fácil ganarse a los catalanes hablando nuestro idioma, pero no a todos les sale bien: que le pregunten a Aznar). El público se sabe todas las letras e incluso los solos de guitarra. El público corea entusiasmado el final de "Sharabbey Road" entre canción y canción.


A nuestro alrededor, el ambiente se va poniendo demasiado cariñoso, empalagoso: las parejas bailan arrimadas, se abrazan y se besan, se susurran las canciones al oído o se las cantan mirándose a los ojos. A mi derecha, un tipo tropieza mientras transporta tres cervezas y está a punto de caerse; no me las tira por encima, pero me pega un pisotón tremendo. Comprueba que no ha derramado ni una gota y sigue el camino hacia sus amigos.

—Menudo gilipollas —le digo a M—. Oye, no te imaginas lo cansado que estoy, después de currar...

—Deberías relajarte un poco —responde M, al fin—. Olvídate de una vez por todas de ti mismo y escucha y canta. Nada más.

Es una buena definición de lo que provoca la música: olvido de uno mismo. Escuchar música te convierte en lugar de paso. Le tomo la palabra a M: apago el móvil-bloc de notas (no sin antes anotar que soy un ser muy grumoso) y me disuelvo en la música.