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sábado, 21 de noviembre de 2015

Otras Barcelonas

1. La Barcelona apestosa

En 1937, un argentino publicó un cuento fantástico en el que un extraño olor aparece y se esparce por una ciudad argentina. Toda ciudad —incluso una argentina— dispone de un enorme repertorio de extraños olores, empezando por aquellos emitidos por sus ciudadanos, pero lo fantástico de este olor es que nadie puede determinar su origen, nadie sabe de dónde viene esta "pestilencia elaborada como con gas de petróleo y esencia de clavel". De repente empieza a oler mal, y nadie logra explicar por qué, ni siquiera la autoridad competente. Estamos frente a un olor expósito.

Se trata de un cuento doblemente fantástico: por un lado, de excelente calidad y, por el otro, del género fantástico. Su autor es Roberto Arlt; el relato, que merece la pena leer antes de seguir con esto, se titula "La ola de perfume verde".

La idea es brillante porque pone de manifiesto la fragilidad del ser humano: algo tan vulgar como un olor, el "perfume verde", trastoca completamente la vida de la ciudad. Aunque a una escala menor, el desarrollo del cuento es digno de los experimentos sociológicos de José Saramago. Ensayo sobre la ceguera o qué pasaría si todos nos volviéramos ciegos, Ensayo sobre la lucidez o qué pasaría si los votos en blanco ganaran unas elecciones, Las intermitencias de la muerte o qué pasaría si la gente dejara de morir, "La ola de perfume verde" o qué pasaría si surgiera un tufo sin porqué.

Pero el texto de Artl va más allá de la literatura sociológica. De hecho, he mentido al decir que es un cuento doblemente fantástico; en realidad, es triplemente fantástico. Me explico.

No sólo los humanos se sorprenden por ese hedor repentino e injustificado: dice el narrador que los pájaros "piaban desesperadamente". Entonces pronuncia esta frase fantástica: "Algunos ciudadanos que habían vivido en Barcelona les referían a otros que aquel vocerío de pájaros les recordaba la Rambla de las Flores, donde parecen haberse refugiado los pájaros de todas las montañas que circunvalan a Barcelona". Nunca he estado en América Latina, pero seguro que sus aves son tan ruidosas como las españolas o europeas, si no más. Seguro que Gabriel García Márquez describió en Cien años de soledad una escena en la que los graznidos de los pájaros ensordecen a un pueblo o algo por el estilo. Así, ¿qué necesidad tenía Arlt de escribir que los pájaros eran tan escandalosos como los de Barcelona? ¿Por qué precisamente los de Barcelona? ¿Qué coño pinta Barcelona en un cuento sobre Argentina?

No lo hizo por cosmopolitismo ni porque hubiera vivido un tiempo en España, no. Roberto Arlt, en los años treinta del siglo XX, en realidad no estaba escribiendo sobre una ciudad argentina sino sobre Barcelona. Sí, la ciudad del perfume verde es Barcelona, capital de Cataluña. Concretamente, Roberto Arlt escribía sobre la Barcelona de noviembre de 2015, en la cual ha aparecido una ola de pestilencia de origen desconocido. Efectivamente: un mal olor expósito, el perfume verde de Arlt, el visionario. No he podido olerlo desde Cracovia, pero según las fuentes de la noticia de El País el olor es una "especie de estiércol o de hedor de pies muy desagradable". El País también dice que los twitteros se han quejado usando hashtags como #pestebcn u #onadadepudor.

Aunque algunos se engañan creyendo que es por el estiércol del Parque Agrario del Llobregat, nadie sabe a ciencia cierta cuál es la verdadera causa de la fetidez barcelonesa. Sólo quieren tranquilizarse, es normal, porque a nadie le gusta ignorar lo que pasa, y aún menos a los que tienen el poder.

Como en Barcelona sólo se leen panfletos y consignas políticos, bestsellers y crucigramas, a nadie se le ha ocurrido buscar la respuesta en la literatura. Pero si terminamos el cuento de Roberto Arlt, sabremos que el perfume verde es causado por los "hidrocarburos cometarios", es decir, por la "substancia dominante que forma la cola de los cometas". Que no cunda más el pánico, ciudadanos de Barcelona. Cuando el cometa se aleje de la órbita de la Tierra y salgamos de su cola pestilente, el olor remitirá. Barcelona podrá respirar tranquila.


2. La Nueva Barcelona

En agosto de 2015, un joven barcelonés criado en Girona y residente en Cracovia aparcaba el coche en Zrenjanin (Sréñanin), Serbia, acompañado de su novia, croata. (Esto no es un chiste, pero te reto, lector, a que inventes uno con este inicio.) El chico y la chica habían pasado unos días de vacaciones en Belgrado y se dirigían a Croacia, pero él decidió desviarse de la ruta más rápida para poder visitar Zrenjanin, una ciudad de la Voivodina serbia con 79.773 habitantes y sin atractivo turístico aparente. ¿Por qué? La respuesta, como siempre, se encuentra en la literatura.

Unos meses antes del viaje, el joven pseudobarcelonés había leído El Danubio, de Claudio Magris. Es un libro de viaje que aspira a ser un relato exhaustivo del Danubio; combina el diario de viaje con el ensayo histórico, político y filosófico, la erudición geográfica con la narración, quizá haya incluso un poco de ficción. En el capítulo llamado "Un caballo verde", Magris habla de Becskerek, el nombre húngaro de Zrenjanin: "en 1734 la ciudad de Becskerek estaba llena de catalanes, que habían fundado en ella su Nueva Barcelona".

Al leer esto, supuse que Magris había tomado mucha rakia en Serbia y que su escritura sufría las consecuencias: ¿qué pinta Barcelona en medio de Yugoslavia? Magris había quedado desacreditado para mí, no quise continuar la lectura de El Danubio. Por suerte, se me ocurrió buscar la Nueva Barcelona en Google. La Wikipedia me informó de que Magris, a pesar de la rakia, tenía razón: existió una Nueva Barcelona en los Balcanes.

Tras la capitulación del 11 de septiembre de 1714, algunos catalanes y otros austracistas tuvieron que huir de la represión borbónica. Era el fin de la Guerra de Sucesión Española, pero para muchos el inicio de un largo exilio, y ya se sabe que sus caminos son inescrutables. Algunos volvieron a España, pero otros deambularon por los territorios de su aliado, el archiduque Carlos, entonces ya Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Así se fundó el asentamiento de la Nueva Barcelona, en la actual Zrenjanin. No duró mucho: el clima, la peste y los turcos ahuyentaron en 1737 a todos sus habitantes.

Cuando salimos del coche, Ivana y yo nos encontramos con una ciudad pequeña del tamaño de Girona. El centro histórico de Zrenjanin era agradable, pero sin ninguna particularidad. Paseamos por la ciudad tratando de buscar refugiados: sirios, porque estábamos en plena crisis de refugiados, y catalanes. No había nadie con la piel oscura, usando iPhones y rezando a la Meca. Tampoco una placa conmemorativa de los catalanes que habían vivido unos años allí. Preguntamos en una cafetería y a un par de transeúntes, pero nadie sabía nada; como si les habláramos del origen de una ola de perfume verde en Barcelona. En la oficina de turismo, obligué a Ivana a preguntarles si había en Zrenjanin algo que recordara a los refugiados catalanes del siglo XVIII.

—Los únicos refugiados que tenemos aquí son sirios —me tradujo del serbio Ivana—. Pues estos también son invisibles —añadió en inglés mientras salíamos.


3. Las dos Barcelonas

La noche del 20 de noviembre de 2015 imagino a otro joven barcelonés criado en Girona y residente en Cracovia que escribe una novela histórica sobre los refugiados catalanes en Serbia. Es una novela de aventuras, al estilo Victus de Albert Sánchez Piñol, pero también una ucronía o novela histórica alternativa. Se titula El perfume verde de Barcelona.

Los protagonistas son un catalán, perdedor de la Guerra de Secesión, y su descendencia. A partir de la llegada a Zrenjanin el argumento se aleja del curso de la historia: los catalanes resisten el frío, la peste y las invasiones turcas, por lo que permanecen allí y la Nueva Barcelona no desaparece. La cultura catalana pasa a tener dos focos: uno en Barcelona, dependiente de España, y el otro en la Nueva Barcelona, perteneciente a Austria. Aunque aislados, están en contacto; la cultura, la lengua y el sometimiento a otros imperios unen a las dos Barcelonas.

Algunos sueñan con vivir en paz. Otros, con la independencia. Los más ambiciosos, con la creación del Sacro Imperio Romano Catalán. El SIRC (pronunciado como circo en catalán: un toque irónico del novelista) conectaría el Delta del Ebro con la Nueva Barcelona, anexándose por el camino territorios de las actuales Francia, Italia, Eslovenia y Croacia. Los ideólogos sircenses justifican estas invasiones con variopintas teorías precursoras del darwinismo social.

Sin embargo, la realidad tiene otros planes para la Nueva Barcelona, contrarios a las ensoñaciones sircenses. Hasta 1918, la Nueva Barcelona es una ciudad autónoma del Imperio austrohúngaro. El catalán es, junto al alemán, la lengua oficial. Cuando los novobarceloneses hablan en catalán, no usan insultos en castellano sino palabrotas alemanas. A pesar de las protestas de la población, al catalán hablado en la Nueva Barcelona se le injertan las declinaciones propias del alemán. En la celebración del 11 de septiembre, los novobarceloneses beben rakia con porrón y comen canelones rellenos de chucrut. Es una fiesta agridulce: rememora el inicio de una vida nueva pero sin plena libertad. El único momento en el que Cataluña y la Nueva Barcelona pertenecen al mismo imperio es durante las Guerras Napoleónicas; sin embargo, el idioma oficial de ambos territorios es el francés, lo que acaba impulsando revueltas en las dos Barcelonas.

Al acabar la Primera Guerra Mundial, la Nueva Barcelona logra por primera vez su anhelada independencia. La comunidad internacional la reconoce rápidamente, excepto los periódicos catalanes: la envidia se dispara en Cataluña, se acabó la unidad entre las dos Barcelonas. La alegría de los novobarceloneses no dura mucho, porque el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (1918-1929) se anexa la ciudad de Nueva Barcelona en 1919. Nadie interviene ni protesta ni dice ni pío, excepto los periódicos catalanes, que celebran la invasión; "Habéis durado menos que la Barcelona sitiada de 1714", les dicen, los muy guasones. Ahora los idiomas cooficiales son el serbocroata y el catalán, y se sustituyen las declinaciones del alemán por las del serbocroata. La rakia en porrón y los canelones de chucrut siguen igual, pero un decreto ley de 1921 obliga a renombrar un postre de frutas, porque los compatriotas macedonios se sienten ofendidos. Cuando el país se convierte en el Reino de Yugoslavia (1929-1945), Nueva Barcelona continúa con el mismo estatus y pasa a llamarse Ciudad Autónoma Yugoslava de Nueva Barcelona.

Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), llegan nuevas oleadas de refugiados catalanes a la Nueva Barcelona. Recorren el camino de aquel olvidado SIRC, pero los franceses, italianos, eslovenos y croatas los miran con desprecio. En vez de celebrar la reunión de los pueblos catalanes, los novobarceloneses acogen a sus hermanos con recelo y sentimiento de superioridad. Empieza a popularizarse el término charnego para hablar de los catalanes que viven en la Nueva Barcelona, normalmente pobres o de clase baja, así como los descendientes de matrimonios mixtos.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), Hitler invade Serbia y la Nueva Barcelona, por lo que muchos novobarceloneses se refugian en Barcelona. Así, la acción de la novela transcurre por unas páginas en la España de Franco. Muchos regresan con la llegada de la Yugoslavia de Tito (1945-1992), preferible a la casposa dictadura franquista. La República Federativa Socialista de Yugoslavia tiene seis repúblicas, dos provincias autónomas y, dentro de una de ellas (Voivodina), una ciudad autónoma: Nueva Barcelona. Los expertos en política internacional se burlan de la estructura de matrioskas del país, pero Yugoslavia resiste las críticas y vive cuarenta años de calma y progreso relativos.

En 1989 Slobodan Milošević se hace con la presidencia de Serbia. En junio de ese año, visita Kosovo y defiende a la población serbia de los supuestos abusos de los albaneses de Kosovo. Un mes más tarde se acerca a la Nueva Barcelona y repite el discurso: los novobarceloneses, cristianos, abusan de la minoría serbia, ortodoxa. Poco después, Milošević acaba con la autonomía de Voivodina, Kosovo y Nueva Barcelona. A pesar de que las autoridades novobarcelonesas piden ayuda a España, ya democrática, esta ignora las llamadas de socorro; la comunidad internacional y los periódicos catalanes también desoyen su mensaje de auxilio.

En 1991 estallan las Guerras de la Antigua Yugoslavia. Eslovenia es la primera en independizarse. La violencia que azota Croacia y Bosnia desanima a la Nueva Barcelona, que como Kosovo y Voivodina permanece bajo el yugo de Milošević.

Una noche de 1994, aparece un extraño olor en la Nueva Barcelona y en Barcelona. Se extiende simultáneamente por ambas ciudades hasta superar sus límites: en pocos días, Cataluña y Voivodina apestan a "perfume verde". Las autoridades españolas y las serbias no saben qué pensar, no logran descubrir de dónde proviene aquel extraño olor. En Yugoslavia se detiene la guerra: nadie quiere combatir si huele tan mal; en España se interrumpe la producción: nadie quiere trabajar con aquel hedor. Los territorios vecinos cierran las fronteras, pero el olor no se para frente a la aduana. A medida que se expande la pestilencia, se propaga un rumor: el perfume verde es una maldición lanzada por las dos Barcelonas. Bajo la influencia de aquel tufo, resurgen el sentimiento de hermandad catalano-novobarcelonesa y la ideología sircense.

En 1995, Estados Unidos logra que los gobiernos de Yugoslavia, España, Cataluña y Nueva Barcelona se reúnan en su territorio para negociar. El 14 de diciembre, Bill Clinton presenta los Acuerdos de Dayton, en los que se redefinen los territorios español y yugoslavo para acabar con la ola de perfume verde que infesta Europa y cruza ya el Atlántico. Cataluña logra la independencia de España, la Nueva Barcelona se separa de Yugoslavia, pero no se unen: son territorios independientes entre sí.

La novela ya casi acaba. En la última escena, Clinton y los otros dirigentes están en la zona VIP de una discoteca de Dayton celebrando los acuerdos y, sobre todo, el fin de la peste catalano-novobarcelonesa. Beben rakia y ratafía con porrón, comen canelones de carne y de chucrut, esnifan cocaína y manosean a prostitutas rusas. De repente, a tres mandatarios se les baja la erección: acaban de notar un extraño olor, similar a un perfume verde.