Ya era hora de que alguien hiciera un estudio sociológico y de campo de este secreto a voces: Hay dos tipos de españoles: los que se avergüenzan del comportamiento de los españoles en el extranjero y los que no.
Por supuesto, yo pertenezco al primer tipo: los alérgicos a los españoles en el extranjero. Los alérgicos a los españoles somos una minoría selecta y el contacto con el otro grupo es peligroso, por eso intento evitarlos a toda costa. Yo, cuando los oigo hablar en el tranvía, en español, catalán, inglés o lo que sea, pongo cara de polaco o de austríaco (me sale mejor la segunda). Solo me quito mi disfraz si están muy perdidos o a punto de cruzar un semáforo en rojo; sin embargo, sospecho que lo hago para marcar aún más la diferencia, mi pertenencia radical al primer grupo. En seguida me alejo de ellos, no se me vaya a contagiar algo.
En cambio, Miguel forma parte del segundo grupo. Es lo que se conoce como típico español y, como tal, está muy orgulloso de serlo. El típico español es escandaloso, tonto, chulo, chabacano y tacaño, y a menudo también es putero, racista, borracho, testarudo, glotón y provinciano. Si tuviera que elegir un animal para definirlo, escogería dos: la oveja merina y el toro de lidia. No he definido al alérgico a los españoles porque no es más que el negativo del típico español: la existencia del alérgico depende totalmente del típico, por muy superior que se considere. Quizá sea innecesario aclarar que los españoles típicos no son conscientes de que existen dos tipos de españoles en el extranjero; para ellos, los alérgicos no somos más que españoles típicos aburridos, catalanes estirados o latinoamericanos en el armario. Por suerte, el resto de nacionalidades confirma la existencia de las dos especies y su diferencia absoluta.
En Cracovia hay muchos españoles típicos como Miguel, es decir, del segundo grupo: los que no se avergüenzan del comportamiento español, sino que hacen alarde de él. También hay algunos alérgicos a los españoles —los que sí nos avergonzamos—, pero la proporción es menor; además, los españoles típicos son más visibles que los alérgicos, demasiado especiales como para querer destacar. Si paseamos por el centro, encontraremos españoles típicos sin dificultad, especialmente cerca de los bares. Es un error garrafal buscarlos en la universidad, incluso en las facultades de letras. Allí, si tenemos suerte, solo podemos dar con algún alérgico.
A Miguel lo conocí en Bania Luka, un bar del centro de Cracovia con cervezas a un euro y, evidentemente, muchos españoles. A simple vista Miguel solo es un español típico. Si hablamos cinco minutos con él descubriremos que en realidad es el español típico: escandaloso, tonto, chulo, chabacano, tacaño, putero, racista, borracho, testarudo, glotón y provinciano. Me tragué mi orgullo de alérgico a los españoles, lo invité a una cerveza y le propuse hacerle una entrevista breve.
—¿De dónde eres, Miguel? —le pregunté.
—No hay una sola respuesta para esta pregunta, depende de la situación. En función de los intereses de la chica interesada le contestaré una cosa u otra. A algunas polacas les gustan los andaluces, a otras los catalanes, o los gallegos, los valencianos, los madrileños, los canarios... Las demás regiones no funcionan muy bien, a excepción de los cartagineses y los zaragozanos. A veces incluso me hago pasar por argentino o mexicano, porque también tienen bastante tirón. Para ti seré andaluz, de Sevilla, que se nota que te damos rabia.
—¿Por qué viniste a Cracovia?
—Yo no soy el típico español que viene a Cracovia de Erasmus para follar. No: yo vine a Cracovia solo para follar. Sin Erasmus ni trabajo ni excusas baratas. Después de unos meses, eso sí, tuve que buscarme un curro. Pero si me preguntas por qué elegí Cracovia y no Bratislava, Praga o cualquier otra capital de Europa del Este, fue porque un amigo me la había recomendado. Yo hasta entonces pensaba que Europa se acababa en Alemania. Después de un fin de semana aquí, mi amigo me dijo, iluminado como un místico: es el paraíso de los españoles: no es necesario hablar inglés ni polaco, hay muchos bares muy baratos, se folla bastante sin pagar y pagando no es muy caro. Me mostró algunas fotos y me convenció. De eso hace ya cinco años, en plena crisis.
—Entonces, ¿lo dejaste todo en España para venir a Cracovia?
—Solo dejé allí a mi novia, María. Además, llevaba varios meses sin trabajo y ya había acabado la carrera. Oye, esto no lo leerá María, ¿no?
—Pero dime, Miguel, lo que hay en Cracovia, ¿no lo podías encontrar en España? España es famosa por el turismo de las tres eses: sangría, sexo y sol.
—Claro, pero no es lo mismo. Hay que tener en cuenta la aventura, ¿no? Además, aquí he encontrado trabajo muy rápido, no como en nuestra desangrada España. Y aquí no hay sol ni sangría. De hecho, no te he dicho que quisiera nada de eso: yo solo vine para follar. El polaco, podríamos bautizarlo como el turismo de la uve doble: vodka y vaginas polacas. Porque se te ha olvidado la importancia del exotismo: las mujeres españolas están muy bien, pero donde se ponga una polaca...
—Y ¿qué piensan las polacas de los españoles como tú? ¿Están interesadas en ti?
—Claro, qué pregunta. Los españoles (hombres) y las polacas estamos destinados a entendernos. Bueno, y los ingleses y los italianos... Y los turcos y los franceses... ¡Qué nacionalidad no quiere entenderse con ellas! Incluso un catalán estirado como tú tendría su mercado de polacas. Pero si volvemos a los españoles, supongo que en primer lugar es cuestión de diferencia, de lo que he llamado exotismo: nosotros somos castaños, ellas son morenas; nosotros ruidosos, ellas calladas; nosotros abiertos, ellas cerradas; nosotros dominantes, ellas sumisas; nosotros modernos, ellas tradicionales, etcétera. En segundo lugar, se trata de realizar un sueño húmedo de su infancia: todas estas chicas veían de pequeñas telenovelas venezolanas o mexicanas, así que follar con un español es como follarse a su príncipe azul. Aunque no sea lo mismo un español que un argentino, poco importa. Y, en tercer lugar, también es importante el llamado efecto pasaporte: a cualquier chica de Europa del Este le interesa ligarse a un español o a alguien de Europa Occidental para obtener las ventajas de un pasaporte de su país.
—¿Pero, Miguel, eres consciente de que Polonia, como España, forma parte del espacio de Schengen? Nuestro pasaporte tiene más o menos el mismo valor que el suyo...
—Claro que lo sé, pero tú no entiendes que estas costumbres están arraigadas en la mentalidad de todos los países postcomunistas, son algo característico del llamado homo sovieticus. Para las madres de las chicas que yo me quiero ligar, casarse con un francés, un suizo o un alemán occidental era mucho más ventajoso que un polaco. Incluso de su lado del Telón de Acero había jerarquías: un yugoslavo era mucho mejor partido que un polaco, y no digamos ya que un albanés, si es que podían llegar a conocer a alguno. Ahora las diferencias no son tan grandes o evidentes, pero todavía existe la sensación de seguridad económica que da meter a un occidental en tu cama. Estas cosas se transmiten de generación en generación, tardan mucho en cambiar. De hecho, los otros traumas históricos van aún más atrás: a las polacas no les gustan mucho los alemanes, por la Segunda Guerra Mundial, ni los rusos, por la época soviética. Afortunadamente, España está lo bastante lejos para no haberles causado ningún disgusto a sus ancestros.
—Antes me ha parecido que dabas a entender que no hablas inglés ni polaco. ¿Cómo sobrevives en Cracovia?
—Hablo un poco de inglés y de polaco, no te creas: en cinco años he aprendido algo. Pero mi nivel es suficiente: a las polacas les atrae que casi no hablemos inglés. Creo que les despierta el instinto maternal. Y chapurrear dos frases en polaco sirve para terminar de derretirlas. Aparte de las chicas, todos mis contactos son españoles (ojo, no digo hispanohablantes), tanto dentro como fuera del trabajo.
—¿Y cómo lo haces para ir al supermercado, a la peluquería, al cine...?
—Ya te he dicho que los españoles (hombres) y las polacas estamos destinados a entendernos. Ellas son muy serviciales, algunas casi sumisas, así que están muy dispuestas a ayudarte en cualquier cosa que necesites. Mi ex polaca todavía me plancha la ropa cuando se lo pido. Y casi nunca se niega: ya se sabe, el efecto pasaporte.
—¿Y cómo lo haces para ir al supermercado, a la peluquería, al cine...?
—Ya te he dicho que los españoles (hombres) y las polacas estamos destinados a entendernos. Ellas son muy serviciales, algunas casi sumisas, así que están muy dispuestas a ayudarte en cualquier cosa que necesites. Mi ex polaca todavía me plancha la ropa cuando se lo pido. Y casi nunca se niega: ya se sabe, el efecto pasaporte.
—Miguel, ¿no te sientes un poco culpable al no aprender su idioma?
—No te creas, algo sé: en la cama se aprende bastante. De todos modos, en cuanto a idiomas yo siempre digo lo que decía otro Miguel, el de Unamuno: ¡que aprendan ellos! En este caso, ellas. ¿Para qué voy a aprender un idioma tan difícil como el suyo? Es más fácil que ellas aprendan el mío, ¿no?
—Dices ellas, pero no ellos. ¿Qué tal es tu relación con los polacos, con el sector masculino de la población?
—Mira, si para ellas somos un objeto de deseo, para ellos (los polacos heterosexuales) somos lo mismo: el objeto de deseo de ellas. Es decir, una amenaza. Recuerda aquellas verbenas de tu primera juventud: ¿cómo reaccionaban los de Villarriba si los de Villabajo intentaban ligar con sus chicas? Ellos tienen que proteger lo que es suyo, lo entiendo perfectamente. Por eso son tan cerrados y agresivos con los extranjeros, no solo con los españoles: venimos aquí a follarnos a sus hermanas, hijas y novias. Es una reacción un poco patética, pero comprensible.
—Y ¿cómo está actualmente el mercado de españoles en Cracovia?
—Antes de nada, permíteme que te corrija: a nosotros nos gusta llamarnos españoles de Cracovia. Muchos llevamos ya bastante tiempo aquí y nos hemos convertido en patriotas locales. No nos gustaría ir a Varsovia o ninguna otra ciudad polaca. Preferimos las cracovianas y sus bares.
—Entonces, ¿cómo está el mercado de los españoles de Cracovia? Me da la impresión de que se está saturando. ¿No somos ya demasiados?
—Efectivamente. Por eso yo les digo a mis amigos que la situación en Cracovia ya no es tan buena. Las polacas nos conocen y empiezan a cansarse de nosotros. A veces incluso tengo que hacerme el latinoamericano, con lo que me gusta a mí pronunciar la zeta y ser escandaloso. Gracias a esto, he aprendido bastante sobre España y Latinoamérica: no es tan fácil como parece hacerse el sevillano. También les digo a mis amigos lo mismo que a mi novia: que no vengan más, que aquí ya no es tan fácil encontrar trabajo, que hay ya demasiados profesores de español, teleoperadores y otros trabajos pseudocalificados.
—¿Y cuáles son tus planes de futuro? ¿Piensas volver a España?
—A España voy cada tres o cuatro meses, para visitar a mi novia, María, y a mi familia. Por ahora, es suficiente. Pero lo más probable es que cambie de residencia pronto. Las polacas están muy bien, pero uno empieza a cansarse, sobre todo porque ya no es tan fácil como antes. Que Polonia entrara en la UE les ha abierto la puerta a muchos extranjeros: Cracovia empieza a saturarse de tipos como yo. Mi empresa quiere abrir sucursales en Belgrado y en Tel Aviv. Quiero solicitar un traslado a uno de estos países. Antes, debo realizar un estudio de mercado. En Serbia las secuelas de la guerra y el postcomunismo son un punto a mi favor: los traumas de las nuevas generaciones sanan en la cama. El eterno conflicto Israel-Palestina también necesitará revolcones para hacerlo más llevadero. ¿Cuál crees que será la mejor opción?
—No te creas, algo sé: en la cama se aprende bastante. De todos modos, en cuanto a idiomas yo siempre digo lo que decía otro Miguel, el de Unamuno: ¡que aprendan ellos! En este caso, ellas. ¿Para qué voy a aprender un idioma tan difícil como el suyo? Es más fácil que ellas aprendan el mío, ¿no?
—Dices ellas, pero no ellos. ¿Qué tal es tu relación con los polacos, con el sector masculino de la población?
—Mira, si para ellas somos un objeto de deseo, para ellos (los polacos heterosexuales) somos lo mismo: el objeto de deseo de ellas. Es decir, una amenaza. Recuerda aquellas verbenas de tu primera juventud: ¿cómo reaccionaban los de Villarriba si los de Villabajo intentaban ligar con sus chicas? Ellos tienen que proteger lo que es suyo, lo entiendo perfectamente. Por eso son tan cerrados y agresivos con los extranjeros, no solo con los españoles: venimos aquí a follarnos a sus hermanas, hijas y novias. Es una reacción un poco patética, pero comprensible.
—Y ¿cómo está actualmente el mercado de españoles en Cracovia?
—Antes de nada, permíteme que te corrija: a nosotros nos gusta llamarnos españoles de Cracovia. Muchos llevamos ya bastante tiempo aquí y nos hemos convertido en patriotas locales. No nos gustaría ir a Varsovia o ninguna otra ciudad polaca. Preferimos las cracovianas y sus bares.
—Entonces, ¿cómo está el mercado de los españoles de Cracovia? Me da la impresión de que se está saturando. ¿No somos ya demasiados?
—Efectivamente. Por eso yo les digo a mis amigos que la situación en Cracovia ya no es tan buena. Las polacas nos conocen y empiezan a cansarse de nosotros. A veces incluso tengo que hacerme el latinoamericano, con lo que me gusta a mí pronunciar la zeta y ser escandaloso. Gracias a esto, he aprendido bastante sobre España y Latinoamérica: no es tan fácil como parece hacerse el sevillano. También les digo a mis amigos lo mismo que a mi novia: que no vengan más, que aquí ya no es tan fácil encontrar trabajo, que hay ya demasiados profesores de español, teleoperadores y otros trabajos pseudocalificados.
—¿Y cuáles son tus planes de futuro? ¿Piensas volver a España?
—A España voy cada tres o cuatro meses, para visitar a mi novia, María, y a mi familia. Por ahora, es suficiente. Pero lo más probable es que cambie de residencia pronto. Las polacas están muy bien, pero uno empieza a cansarse, sobre todo porque ya no es tan fácil como antes. Que Polonia entrara en la UE les ha abierto la puerta a muchos extranjeros: Cracovia empieza a saturarse de tipos como yo. Mi empresa quiere abrir sucursales en Belgrado y en Tel Aviv. Quiero solicitar un traslado a uno de estos países. Antes, debo realizar un estudio de mercado. En Serbia las secuelas de la guerra y el postcomunismo son un punto a mi favor: los traumas de las nuevas generaciones sanan en la cama. El eterno conflicto Israel-Palestina también necesitará revolcones para hacerlo más llevadero. ¿Cuál crees que será la mejor opción?