martes, 25 de septiembre de 2012

Crónica (retrasada, ajena y ficcional) de una mudanza

Aunque ya no esté en Barcelona, no me olvido de ella. Ni de Girona ni de Cataluña, y mucho menos en estos tiempos tan revueltos. Aunque entre el recuerdo, la melancolía y el extrañamiento hay unos cuantos trechos. Por contra, sí que echo de menos a ciertas personas y algunos momentos; como, por ejemplo, la mudanza del piso: una experiencia increíble.

Increíblemente agotadora, claro.

Y muy lubrificada. Subir cinco pisos sin ascensor provocó que los cuerpos se barnizaran de sudor al terminar el primer viaje; al acabar el segundo, las camisetas ya no cubrían nuestros torsos musculosos. Por suerte, no hubo incidentes: nadie resbaló entre tantas humedades.

Sí hubo, en cambio, algunas ausencias. Siempre justificadas, evidentemente. En cualquier caso, desde la distancia espacial y temporal quedan todas perdonadas. Algunas ausencias también han sido recientemente compensadas, como la de un amigo, llamémosle M. En este caso, con una crónica gráfica de la mudanza.


Lo curioso es que, como buen narrador, M recreó los hechos sin estar presente. Vaya, que se lo inventó todo. Como Dios manda. ¿A quién le importa lo que ocurrió si el cuadro, la foto, el relato, etc., merece la pena?

Aquí somos fervorosos defensores de las mentiras bien contadas; o de las infidelidades a la realidad, que viene a ser lo mismo. Sea lo que sea, a esta traicionera llamada realidad, su propia medicina.

viernes, 21 de septiembre de 2012

À la recherche du piso cracoviano

1. Ryszard, agente inmobiliario 
—Oye, ¿hablas inglés? ¿De dónde eres? —me dice un vagabundo con un inglés más macarrónico que el mío.

—¿Yo? De Barcelona.

—¡Ah! Claro, claro. Me encanta España. Barcelona, sangría, chicas, la Rambla... —sonríe y me muestra, más que los dientes, las encías: tantas teclas blancas le faltan—. ¿Y qué haces en Cracovia? ¿De visita?

—No, estaré aquí estudiando. Ahora estoy buscando piso.

—¡Ah! Claro, claro. Cracovia es una ciudad muy tranquila. La gente es muy simpática, ya verás. Y no es nada peligrosa. Puedes dormir en los parques y ellos te llevan a dormir a un sitio caliente y no te roban. A mí no me hace falta, claro; yo tengo casa propia. Muy buenos somos todos. Sí, sí. Claro. 

Se queda callado. Echa un trago a un cartón de zumo de naranja.

—Ven, ven aquí, siéntate —me dice, señalando el banco donde está sentado; yo, claro, voy allí—. ¿Sabes qué? Ryszard puede ayudarte a encontrar piso —dice el vagabundo, llamémosle Ryszard, dándose un golpe en el pecho. 

Le da otro sorbo al cartón y lo tira a la basura. Sonríe, orgulloso, con todas sus fuerzas; tanto abre la boca, que temo por las piezas sanas intactas ¿supervivientes? de su dentadura.

—Conozco el sitio perfecto para un español. Una casa de mujer. Marta se llama la mujer. Es mayor pero muy buena. Y el piso es muy limpio. Tienes una cama, y tu mesa. Y un baño para todos. Muy limpio todo siempre, ¿eh? Yo allí he dormido alguna vez. Ahora no, porque tengo casa. Pero todo está muy limpio. Y Marta es buena. Prepara comida muy buena polaca.

Le doy un boli y una libreta. Anota el número y la dirección de la tal Marta.

—Ahora que te he ayudado —me dice, devolviéndome la libreta y el boli—, tú también me puedes ayudar, ¿no? —Ryszard fuerza su sonrisa desdentada aún más—. Yo te ayudo y tú me ayudas. España y Polonia somos amigos, ¿no?

Saco todas las monedas de la cartera y se las doy. Ryszard es majo, pese a todo, así que me da pena: las veinte monedas de Monopoly que arrojo en su mano no suman ni dos zloty. Ni medio euro.

—¿Sabes que con esto no puedo comprar nada? —me dice, al tiempo que se desvanece su sonrisa.

Me encojo de hombros y le digo que no tengo más. A Ryszard no le ha hecho ninguna gracia. 

—Recordaré tu cara —me dice, cuando me alejo—. ¡Me debes una cerveza!

2. Llamada número 7: compra-venta
—Hola —digo—, ¿hablas inglés?

—Nie, nie —dice la voz del teléfono—, nie-nie-nie-algo-en-polaco.

—¿Piso? —digo, en polaco—. ¿Casa? ¿Habitación?

—....

—¿Anuncio? ¿Alquiler?

—....

—¿Cracovia?

—...

—¿Precio? ¿Dinero?

—¡Ah, sí! Dinero, dinero. Piso, piso. Sí, sí.

—Sí, quiero el piso. ¿Cuánto dinero?

—Sí. Tú escribir —me dice—. Tú escribir, yo precio decir. Siete.

Apunto un siete. Y pienso. ¿799 zloty al mes? Y divido entre cuatro. 200€.

—Y ocho —sigue dictándome—. Y nueve.

789 zloty. 191 euros.

—Y cero —¿y cero?—. Y cero —¿qué?. Y cero —¿cómo?—. Repito todo: 789000 zloty.

Divido entre cuatro: 191000 euros. 

Tres ceros es la diferencia entre sprzedawać y winajmować, o entre vender y alquilar.

3. Llamada número 10: intimidad en tierra alemana
—¿Hablas inglés?

—Sí, sí. Soy alemán. Somos dos alemanes en el piso. Tú ocuparías la tercera habitación. Somos gente muy simpática y muy abierta. Y muy limpia. Eres español, ¿no? Nos encantan los españoles. El piso tiene un baño para los tres. Tu habitación también es la cocina y es el salón. Y a un lado está mi habitación. Al otro lado, la del otro alemán. La calefacción es central. Todo vale 600 zloty. ¡Es muy barato!

Silencio. Procesando datos...

—¿Cómo?

—Sí —más silencio—. Tu cama está sobre la cocina, y abajo también hay un sofá y una mesa. Y un armario para poner tus cosas, claro. Cuando quisieras, podríamos comer todos juntos en el comedor, y todo por 145 euros al mes...

Antes de colgar, soy generoso: le doy una única oportunidad y le pongo precio a mi intimidad. Pero no me salen las cuentas. Mi intimidad aún no es tan barata (y eso que la aireo en este blog, según parece). Tiempo al tiempo.

4. Llamada número 17: Marta
—Hola. ¿Marta?

—Sí —me dice una voz de viejecita entrañable—, soy Marta.

—¿Hablas inglés?

—Nie, nie.

—¿Conoces a Ryszard?

—....

—¿No? ¿Ryszard?

5. Encuentro con cracoviano número 19
—¿Piden que paguéis eso por todo el piso, verdad? ¿O solo por la habitación?

—...

—¿Solamente una habitación?

—...

—...


6. Encuentro con Erasmus número 10
—¿Y ya tenéis piso?

—Seguimos buscando.

—Está todo muy caro.

—Nos timan: o zulos o precios de Barcelona.

—Sobrepoblación de estudiantes.

—No se si quedarme el salón-cocina-comedor...

Los dos alemanes parecían majos.

—También parecían silenciosos.

7. Agente inmobiliario número 5
—Oye, que al final sí queremos el piso de cuatro habitaciones que hemos visitado esta mañana.

—Vaya, demasiado tarde. Qué pena. Ya está alquilado.

—...

Pero si queréis conozco una mujer que alquila habitaciones.

8. Viejita polaca entrañable (y sin número)
—¡No se os ocurra comprar nada! —dice, sentada en su sofá, combinando con esfuerzo un inglés de emergencia con un español tan precario como mi polaco—. Yo os compro todo lo que os falte en el piso. Edredón, sábanas, trastos de cocina, cafetera, tostadora, lavadora, etc. Y mis hijos lo traerán. Ni se os ocurra ir a Ikea.

La viejita polaca entrañable me recuerda a los propietarios (de pisos) y a los agentes (inmobiliarios) que he conocido en mi corta existencia. Por lo desemejante, claro: en una predomina lo maternal y en otros lo material.

—Además, podéis quedaros en este piso mientras acabamos de arreglar el vuestro —dice, mientras cuenta felizmente su fajo de zloty.

Si Ryszard tuviera móvil, si yo tuviera su número, lo llamaría para celebrarlo con una cerveza.

lunes, 17 de septiembre de 2012

De la creación poética

La poesía es fruto de un esfuerzo enorme; como toda creación artística, vaya. Un esfuerzo mental y físico: el poema hay que pensarlo y hay que parirlo. Se tiene que picar piedra para que lo mental tome forma material.

El esfuerzo suele ser consciente y desagradable, aunque, en contadas ocasiones, es inconsciente, mecánico. Este es el caso del genio, el que compone como late el corazón. Para el genio, si es que existe, la creación no está en el orden de lo extraordinario ni de lo cotidiano, sino de la necesidad básica, fisiológica: a mí me urge mear como el genio necesita escribir un soneto.

En Cracovia, como saben que para los no geniales la poesía requiere una dedicación sobrehumana si se quiere igualar la naturaleza sobrehuma del genio, claro y como son muy apañados y más bien poco pudorosos, habilitan el mejor lugar del hogar para dar rienda suelta a su esfuerzo físico y mental: el váter. En la pared del bar donde desayuno, por ejemplo, incentivan al creador-cagador con poesía española (o, mejor dicho, nicaragüense):


Uno lee a Rubén Darío y siente cómo las cosas siguen su curso natural, sin las estrecheces que nuestra mente y nuestro cuerpo le imponen al flujo poético. Qué bien sienta ser genio creador.

Al salir del retrete, oigo una canción que parece de Sigur Ros es decir, música muy mística pero a lo laico. Le pregunto al camarero y, efectivamente, es Sigur Ros. Es más, esta noche tocan en Cracovia. Le quiero contar mis averiguaciones sobre creación poética para agradecerle la información, pero qué voy a contarle a un polaco. Así que te lo cuento a ti.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Witamy w Krakowie

1
El estruendo de un motor atascado o de una turbina averiada, o algo así de peligroso, me despierta. Mientras compruebo si todo se derrumba a mi alrededor o qué, maldigo a Ryanair y sus presupuestos ajustados por acabar conmigo sin mi consentimiento, y me pregunto si al estrellarnos también sonarán las mismas trompetas que celebran los aterrizajes satisfactorios, y si después todos aplaudiremos calcinados. Pero nadie chilla ni llora ni las pocas mascarillas de oxígeno disponibles descienden sobre nuestras cabezas. No hay fuego ni sale humo del motor. A través de la ventanilla solo pueden verse nubes esponjosas y felices. 

La estruendosa avería está en el aparato respiratorio de mi vecino: sus pulmones también han sufrido el maltrato de la vida low cost. Los ronquidos retumban, metálicos, mientras el avión sigue su rumbo con normalidad.

2
—¿Oye, hablas inglés? ¿Me indicas dónde estamos?

La chica, llamémosla M, habla inglés, y me indica dónde estamos: aquí, señala su dedo sobre el mapa. Es muy guapa, como casi todas las polacas con las que me he cruzado antes y me cruzaré después de M. Parece que en este lugar la belleza es endémica. La recepcionista del hostal también será hermosa; incluso el grano rojo en su mejilla, todo él sangre que es pus en potencia, será bello. Las vendedoras de kebabs no solo serán chicas, hecho bastante impactante, sino que también serán terriblemente bellas. Y así sucesivamente. Esto merece ser estudiado a fondo, sin duda; la belleza polaca, no los granos ni el sexo de los vendedores de kebabs.

—¿Y cómo llego a esta dirección?

Esta dirección, en el mapa, está ahí, indica M con su bello dedo. Como además de guapa es simpática, me acompaña hasta la estación de tranvía. Imagínate si es simpática, que incluso me espanta a un vagabundo que venía a gorronearle algún zloty al guiri recién llegado. Nie, nie noséquéenpolaco, le dice, y el pobre vagabundo se va, resignado. Es tan simpática que me paga el billete: la máquina no devuelve cambio y yo solo tengo billetes de 50. Fíjate si es simpática, que le pido el móvil para invitarla algún día a algo a cambio de su simpatía y me lo da.

—Estamos en contacto —dice M, alejándose—. Si quieres puedo hacerte de guía de Cracovia.

Se despide así, añade una sonrisa no más, y contemplo embobado cómo se va distanciando. Puedes imaginarte a M como quieras, qué más da si hombre o mujer, lo que más te guste, porque a mí ahora no me apetece describirla: cruzarse con demasiada belleza harta a cualquiera.

3
Minutos más tarde, aún con la imagen de M despidiéndose en mi retina, noto algo sobre la mano. Es suave y caliente, como la caricia de unos labios. También es agradable como la caricia de unos labios. Miro la mano: la cosa es marrón y negra y blanca. La cosa es una cagada de paloma. Uso el anverso del mapa de Cracovia para limpiarme la mano. El móvil de M comparte espacio con restos de mierda aviaria.

Desde el tranvía, veo cómo unos chicos sentados en un banco se ríen, quizá de mí, quizá diciendo: bienvenido a Cracovia, Witamy w Krakowie.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Literatura amorosa

1
"Si eres la chica rubia, te amo."
Esto decía, no me lo invento, la nota que encontré dentro de un libro que consulté en la biblioteca hace unos días. No pensé en fotografiarla, y, ahora que ya he terminado los exámenes y huiré a Polonia dentro de nada, espero no tener que volver a la universidad en un tiempo, así que tendrás que creértelo. Que hallé la nota y que voy a la biblioteca a estudiar.

2
Vuelvo a ella, a la nota. No había visto nunca una declaración de amor más ambivalente: es directa por lo que dice —el "te amo", después del "si eres", tiene la intensidad de una amenaza, suena más bien a "te mato", a ti, sí, a "la chica rubia" cuyo nombre ni siquiera conozco—, pero también es indirecta por cómo lo dice: con una caligrafía de psicótico en un papel de libreta, arrugado y perdido no sé desde cuándo en una página al azar de un libro cualquiera de alguna biblioteca. De hecho, no era "un libro cualquiera": había seis ejemplares del mismo. No diré el título para que no le fastidiéis el ligue al anónimo enamorado.

En fin, buscar así la media naranja es como gritar socorro en el vacío.

3
Qué tentación tan grande, tirar la nota a la basura, o, por ejemplo, sustituirla por esta:
"Sí soy la chica rubia, paso de tarados." 
Pero no pude hacerlo porque ya había empezado a modelar dentro de mí al ratón de biblioteca enamorado. En el fondo tengo corazón: el cinismo son los guantes de boxeo del romántico. Tampoco pude retomar el hilo del estudio. Me senté y lo intenté, pero solo para constatar que la historia de la nota psicopático-amorosa ya me había fecundado, y con estas cosas no se juega y no hay abortos que valgan.

Me empecé a preguntar qué tipo de freak iba por ahí embotellando mensajes de amor. Y más en estos tiempos en que Cupido tira las flechas colgando una canción en Facebook, marcando "me gusta" en una publicación de su víctima o comentando babosamente una foto. El mensajero enamorado había de ser, además de un neurótico, un personaje anacrónico. Alguien que sabía que el proceso de enamorar al otro es muy dado a los rodeos pero que no estaba muy dispuesto a adaptarse a los tiempos y tecnologías que corren. Además, no sería un cobarde, sino un valiente por escrito, o algo así se diría a sí mismo.

4 
También me preguntaba cómo sería ella, además de rubia. Y ¿cómo de rubia, hasta dónde de rubia? Más importante: ¿cómo pasó lo poco que debió de pasar entre ellos? ¿En qué momento surgió el amor unidireccional? Quizá fue el modo en que ella pasaba las páginas, quizá el libro que eligió hojear. O la forma de apartarse el mechón que le entorpecía la vista. O notar cómo la lectura iba modificando su rostro, curvando suavemente los labios, apenas insinuando algunas arrugas, levantando la mirada y perdiéndola en el vacío para coger aire o para asimilar una línea. Ella leía y él la leía, atentos ambos a cada detalle, cuales Paolo y Francesca. Entonces ella se levantaría y él no le diría nada, sino que condensaría toda su pasión en siete palabras. Siete palabras destinadas a ella y cuya brutal franqueza solamente ella había de apreciar (esto también se lo diría Paolo a sí mismo).

5
Una rodaja de chorizo. Eso se encontró un profesor mío dentro de un libro de la biblioteca. Y vaya si lo supo apreciar: estaba bastante conmovido cuando nos lo contó.

6
El recuerdo de una rodaja de chorizo como punto de libro: así estallan las burbujas románticas.

7
Devolví el libro a su lugar. Con la nota dentro, claro. Los otros ejemplares seguían allí, pero no contenían notas amorosas. Me senté en una mesa cercana a esperar, a esperar que alguien se delatara consultándolo. Miré a mi alrededor y todos me parecieron bastante sospechosos. Todos eran locos enamorados a mis ojos: el mundo se volvía loco por mí y solo para mí. Estudiar para septiembre hace estragos en todos. Cualquiera de los que estábamos allí estaba tan tarado como para escribir aquella nota.