viernes, 29 de abril de 2016

Apología de lo hipster

Más de una vez me han llamado hipster o me han dicho "qué hipster eres". Y no entiendo por qué pero siempre me he sentido ofendido, como si me llamaran chulo, superficial, falso o gilipollas.

Sin embargo, no puedo culpar a nadie, porque no les falta parte de razón. Tengo barba de Chuck Norris y gafas de Harry Potter. Llevo ropa más o menos bohemia, intelectual y/o con aires de vagabundo. Me gustan algunas cosas supuestamente alternativas, diferentes o elitistas (la literatura, el cine, la historia). Empleo a menudo la ironía y un arsenal de gadgets (móvil, portátil, libro electrónico), así como las redes sociales (Facebook). Me gusta escribir y tengo un blog. He estudiado una carrera de letras (y una de informática) y trabajo como profesor de lengua para extranjeros.

Algunas veces he intentado defenderme de la acusación aduciendo que a diferencia de los hipsters a mí no me gusta la música electrónica (y, de hecho, cada vez me interesa menos la música en general). Que yo no soy vegetariano ni vegano ni me preocupa demasiado qué como ni de dónde viene. Que solo soy un poco ecologista: reciclo, no tengo coche, voy en tranvía/autobús, apago la luz/cierro el grifo cuando toca, reutilizo los papeles... y no mucho más. Que no me obsesiona hasta extremos enfermizos lo nuevo, lo desconocido, lo alternativo, lo único, lo exótico y lo oriental. Que mi estética no es tan radical como la de los hipsters: no tengo tatuajes ni piercings, no compro ropa cara ni de marcas extrañas ni en tiendas de segunda mano o vintage, no me pongo cremas capilares ni me rizo los bigotes.

Pero, a pesar de todo, el adjetivo hipster siempre deja un regusto amargo. Lo hipster es invariablemente malo, un insulto sin más. Entonces, ¿cuáles son los rasgos negativos que cualquiera reconoce en el homo hipsterus?
  • "El hipster quiere ser diferente pero termina siendo igual que los demás hipsters". O sea, aspira a la originalidad pero fracasa: la maldición del hipster (la maldita ecuación: hipster=kitsch). En realidad, el hipster no es vanguardista sino reaccionario, es falsamente auténtico, es la reproducción del hipster arquetípico, es esclavo de lo hip, etc.
  • "El hipster se siente superior porque no se considera mainstream". Consume cultura alternativa, conoce grupos de música desconocidos, lee autores olvidados o novísimos, ve películas raras que nadie entiende, y todo ello le permite mirar al resto por encima del hombro. Infundadamente, claro.
  • "El hipster es todo pose o postureo, siempre es falso". No es vegano o vegetariano o ecologista o intelectual o artista o viste raro por convicción sino interesadamente. Antepone la estética a la ética.
  • "El hipster dice ser de izquierdas, pero no tiene una ideología clara". Se supone que el hipster es antisistema, anticapitalista, antialgo, pero en el fondo no está claro de qué pie cojea; parece que incluso hay hipsters del PP. Sin embargo, detrás de su espesa capa de ironía es evidente que el hipster acepta, aunque sea a regañadientes, la democracia coartada y el capitalismo desbocado en los que vivimos. Es un pequeñoburgués con ínfulas, menuda novedad.
  • "El hipster copia a otras tribus urbanas". Si las tribus urbanas son la versión descafeinada de las vanguardias estéticas y las ideologías de los siglos XIX y XX, los hipsters son el aguachirle de las tribus urbanas. Un collage de hippies, beatniks, punkies, grunge y otros movimientos más o menos contraculturales, pero dejando de lado sus respectivos idearios y reivindicaciones.
Habré olvidado mil cosas, pero está claro que lo que al mundo le molesta del hipster es su falsedad, su doblez. No puedo estar más de acuerdo con el mundo: en mi diccionario mental, la palabra hipster también equivale a fingimiento e impostura. Eso es lo que nos ofende cuando nos llaman hipsters.

Pero ¿es que hay alguien que sea tan auténtico, tan original? ¿Hay alguien que no sea un impostor, en mayor o menor medida? ¿Acaso no tenemos todos influencias? ¿Es que no copiamos todos? ¿Quién no oculta algo? ¿Conocéis a alguien que esté totalmente convencido de su ideología? ¿Solo los hipsters pasan de posicionarse ideológicamente?

No puedo dejar de pensar que el hipster tiene una vertiente positiva que ha quedado relegada por sus rasgos negativos. Si tratamos de entender el fenómeno, encontramos algunas características del homo hipsterus que hay que reivindicar.
  • "La esencia de lo hipster es el amor por la diferencia". En principio, ¿qué tiene de malo querer apartarse de la norma, incluso si solo queremos ser diferentes para sentirnos especiales y/o mejores? A nadie le viene mal un poco de apego por lo otro, por lo inusual. Quizás sea mejor entronar la diferencia, como hacen los hipsters, a elogiar lo corriente, lo tradicional, lo natural. En una sociedad acostumbrada a los bichos raros sería más fácil aceptar a los extranjeros y adaptarse a los cambios.
  • "La moda hipster tiende a la androginia". Su estética iguala lo masculino y lo femenino, los disuelve en uno: visten y se comportan (casi) igual hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, etc. ¿Qué mejor forma de combatir las rígidas construcciones sociales de la masculinidad y la feminidad?
  • "La cultura hipster es ecléctica". En una época como la nuestra, en la que todo se mezcla, los límites desaparecen y parece que todo se ha inventado ya, ¿es posible imaginar otra moda que aquella que combina las anteriores y rechaza la pureza y la uniformidad? Lo hipster es la novela de las tribus urbanas, que asimila todos los géneros literarios.
  • "Los hipsters son globales y locales a la vez". Nadie negará que en la actualidad política y cultural existen una fuerza centrípeta (el regionalismo, el nacionalismo) y otra centrífuga (la globalización). Parece que los hipsters resuelven bastante bien esta tensión: un hipster de Bucarest y otro de Nueva York son iguales pero diferentes, de dentro y de fuera a la vez.
  • "Lo hipster no es un movimiento ni promueve un sentimiento de comunidad". Nadie quiere ser llamado hipster y nadie se identifica como hipster, pero todos somos un poco hipsters. A diferencia de otras tribus urbanas, no tienen un sentimiento de pertenencia a un colectivo, herencia un poco vergonzosa de las religiones y de las ideologías. Por ello, no son evangelizadores ni muestran un absurdo orgullo por ser de un partido, raza, nación, tribu urbana o religión.
  • "El hipster ama la cultura, las humanidades, las artes liberales y la tecnología". La tecnología no necesita defensores, claro, pero las otras disciplinas sí. Todos los profesores, los regidores y ministros de cultura, artistas y escritores son hipsters, porque todos reclaman que se lea, se vaya al cine y al museo, se viaje y se aprenda. Además, el hipster es de las pocas tribus urbanas relacionadas con el cine y la literatura (aunque sean independiente o alternativa, respectivamente). Y no hay seña de identidad más sana que la cultura.
Quizás estoy idealizando a los hipsters, pero solo trato de encontrarles el lado bueno. En el fondo, las tribus urbanas siempre me han recordado a los signos del zodíaco: si lees cómo son los heavies, los hippies, los pijos o los punkies, si compruebas el futuro de un aries, un capricornio, un libra o un piscis, irremediablemente te identificas un poco con cualquiera. Lo mismo pasa con los hipsters

La próxima vez que os llamen hipsters, sonreíd y dad las gracias.

domingo, 3 de abril de 2016

The Best of March 2016

Un mexicano, un colombiano y un español se reúnen en una cafetería para hablar de literatura. No es el comienzo de un chiste malo ni de una escena surrealista, sino una realidad bimensual. El club de lectura funciona así: uno de nosotros propone tres libros y los otros dos cofrades eligen el que más les guste; un par de semanas después, charlamos sobre la obra seleccionada, pero también del desgobierno polaco, de la crisis de los refugiados, de porno feminista, del precio de los tomates y del vodka, etc. Con mucha sorna, mi novia nos bautizó con el nombre de the dead poets society.

De este modo escogimos, leímos y comentamos dos de los libros que están en el best of de marzo: El pájaro pintado de Jerzy Kosiński y Extinción de David Foster Wallace. Los otros dos son fruto de mi búsqueda de la Gran novela de Barcelona: Viento y joyas de Francisco Casavella y El día de mañana de Ignacio Martínez de Pisón.


1. Jerzy Kosiński, El pájaro pintado (1965)

Imagina al Lazarillo de Tormes malviviendo por puebluchos de la Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial. Este es el punto de partida de El pájaro pintado, la novela con que el escritor polaco Jerzy Kosiński (Łódź, 1933 - 1991) se dio a conocer. Ambientada en un país incierto, el narrador y protagonista es un niño abandonado por sus padres para que tenga más posibilidades de sobrevivir a la barbarie; pese a la falta deliberada de información, es evidente que el país es Polonia y el niño, judío, así como que se trata de una novela picaresca y no de una autobiografía del autor. La acción tiene lugar lejos del frente y de los campos de concentración nazis (a diferencia de Sin destino, del recientemente fallecido Imre Kertész, también protagonizada por un joven), pero las vivencias del niño por los pueblos polacos ponen igualmente los pelos de punta: palizas, robos, torturas, asesinatos, violaciones, etc.; lo más polémico es que quienes llevan a cabo estos disparates no son casi nunca los nazis y los soviéticos, sino los campesinos y los guerrilleros polacos. La elección del punto de vista infantil-juvenil es el mayor acierto de la novela, ya que el niño intenta entender la cruel realidad que lo rodea con los recursos intelectuales que va adquiriendo (superstición, religión, marxismo, ley del más fuerte, etc.). Obviamente, no lo logra; la única conclusión posible es que cualquier guerra despierta lo peor del ser humano.


2. Francisco Casavella, Viento y joyas (2002)

La segunda novela de la trilogía de Francisco Casavella (Barcelona, 1963 - 2008) es mucho más ambiciosa que la primera: si Los juegos feroces narraba solo 24 horas (el "día del Watusi"), Viento y joyas cuenta los años siguientes (llamados el "Día de Mañana"), cuando Fernando Atienza y su madre salen de la miseria; si aquella era una novela picaresca, esta es la historia de un arribista en la Barcelona de la Transición, una versión actualizada de La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza. El joven Atienza, cual Onofre Bouvila, trabaja de botones en un banco, asciende pronto a chófer y empieza a empaparse de la corrupción de la época, para saltar más adelante al circo político que se estaba desarrollando en aquellos años. Casavella sigue creando escenas esperpénticas del máximo nivel, sus nuevos personajes son igual de desternillantes y su barroca prosa continúa combinando sabiamente la alta y la baja cultura. Sin embargo, la novela no es una obra maestra, probablemente a causa de su desmesura: demasiados personajes secundarios, demasiadas subtramas, demasiada ambición. Y entre este caos, hay que recordar que estamos leyendo un Informe sobre el Yeyé, el amigo de infancia del protagonista, del cual parece haberse olvidado Casavella; además, la presencia del Watusi, el asesino bailarín asesinado, es ahora un tanto forzada. Leeré la tercera y última novela, claro, pero ahora me pregunto si Casavella conseguiría cerrar bien la trilogía.


3. David Foster Wallace, Extinción (2004)

Extinción parece una versión posmoderna de las novelas ejemplares cervantinas: ocho heterogéneos relatos largos o novelas cortas que radiografían la sociedad actual. El estadounidense David Foster Wallace (Ithaca, 1962 - 2008) se arriesga por partida doble: en el fondo y en la forma. Por un lado, su prosa es sumamente compleja y exigente, lo cual puede echar atrás en seguida; frases alargadas de sintaxis enrevesada, tecnicismos de diferentes campos —psicología, estadística, mercadotecnia, periodismo, antropología, medicina...— al lado de coloquialismos y vulgarismos, descripciones de un detalle entre enfermizo e irritante, etc. Por el otro, los temas y el enfoque de los relatos son rebuscados y rabiosamente contemporáneos, así que a veces pueden parecer banales; por ejemplo, en "Extinción" un matrimonio sufre una crisis tremenda porque la esposa dice que el marido ronca y este lo niega; bajo esta apariencia intrascendente, Wallace reflexiona sobre los límites de lo real y sobre los problemas familiares. En consecuencia, el mayor problema de Extinción es la calidad desigual de los relatos; en los peores se nota que el autor sufría el síndrome del empollón: Wallace necesita dejar constancia en cada frase de que es el más inteligente de la clase, por lo que la legibilidad se resiente. Afortunadamente, hay algunas joyas que compensan el desequilibrio. En "El neón de siempre" se disecciona la profunda depresión de un yuppie incapaz de vivir sin fingir; el narrador de "El alma no es una forja" es un niño con déficit de atención que trata de recordar el día en que su profesor enloqueció y quiso matar a los estudiantes. Quizás no todos sus relatos, pero es necesario leer Extinción.


4. Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana (2008)

El protagonista de El día de mañana es Justo Gil, un pobrísimo inmigrante que llega a la Barcelona posfranquista para comerse el mundo, pero fracasa y termina de chivato en la Brigada Político-Social, la policía secreta del régimen. Sin embargo, el narrador de la novela de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) no es Justo, sino trece personajes que conocieron a este misterioso charnego arribista, cruce de Onofre Bouvila, el Pijoaparte de Juan Marsé y, por qué no, el Yeyé de El día del Watusi (con la que comparte el sintagma "el día de mañana"). La técnica narrativa —deudora de Mientras agonizo de William Faulker y de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño— es muy efectiva: contribuye a mitificar a Justo y a resaltar su condición de burlador. Seduce a ambos sexos para satisfacerse, progresar o lucrarse, pero a diferencia de Don Juan no se arrepiente. Los narradores cuentan con un estilo muy oral y comunicativo de qué manera los engañó Justo y, como pertenecen a diferentes estratos sociales, nos meten en la intrahistoria del franquismo y en el meollo de importantes acontecimientos históricos: los encuentros clandestinos de la oposición a Franco, el encierro de Montserrat, la detención de la Asamblea de Catalunya, los crueles y olvidados atentados del Exèrcit Popular Català y de Fuerza Joven, etc. Aunque los grandes mentirosos de la historia como Justo Gil, Enric Marco, Nixon o Lance Armstrong parecen condenados al fracaso, El día de mañana nos recuerda también que muchos mentirosos de segunda lograron capear el temporal y salir indemnes de la Transición.