De este modo escogimos, leímos y comentamos dos de los libros que están en el best of de marzo: El pájaro pintado de Jerzy Kosiński y Extinción de David Foster Wallace. Los otros dos son fruto de mi búsqueda de la Gran novela de Barcelona: Viento y joyas de Francisco Casavella y El día de mañana de Ignacio Martínez de Pisón.
1. Jerzy Kosiński, El pájaro pintado (1965)
Imagina al Lazarillo de Tormes malviviendo por puebluchos de la Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial. Este es el punto de partida de El pájaro pintado, la novela con que el escritor polaco Jerzy Kosiński (Łódź, 1933 - 1991) se dio a conocer. Ambientada en un país incierto, el narrador y protagonista es un niño abandonado por sus padres para que tenga más posibilidades de sobrevivir a la barbarie; pese a la falta deliberada de información, es evidente que el país es Polonia y el niño, judío, así como que se trata de una novela picaresca y no de una autobiografía del autor. La acción tiene lugar lejos del frente y de los campos de concentración nazis (a diferencia de Sin destino, del recientemente fallecido Imre Kertész, también protagonizada por un joven), pero las vivencias del niño por los pueblos polacos ponen igualmente los pelos de punta: palizas, robos, torturas, asesinatos, violaciones, etc.; lo más polémico es que quienes llevan a cabo estos disparates no son casi nunca los nazis y los soviéticos, sino los campesinos y los guerrilleros polacos. La elección del punto de vista infantil-juvenil es el mayor acierto de la novela, ya que el niño intenta entender la cruel realidad que lo rodea con los recursos intelectuales que va adquiriendo (superstición, religión, marxismo, ley del más fuerte, etc.). Obviamente, no lo logra; la única conclusión posible es que cualquier guerra despierta lo peor del ser humano.
La segunda novela de la trilogía de Francisco Casavella (Barcelona, 1963 - 2008) es mucho más ambiciosa que la primera: si Los juegos feroces narraba solo 24 horas (el "día del Watusi"), Viento y joyas cuenta los años siguientes (llamados el "Día de Mañana"), cuando Fernando Atienza y su madre salen de la miseria; si aquella era una novela picaresca, esta es la historia de un arribista en la Barcelona de la Transición, una versión actualizada de La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza. El joven Atienza, cual Onofre Bouvila, trabaja de botones en un banco, asciende pronto a chófer y empieza a empaparse de la corrupción de la época, para saltar más adelante al circo político que se estaba desarrollando en aquellos años. Casavella sigue creando escenas esperpénticas del máximo nivel, sus nuevos personajes son igual de desternillantes y su barroca prosa continúa combinando sabiamente la alta y la baja cultura. Sin embargo, la novela no es una obra maestra, probablemente a causa de su desmesura: demasiados personajes secundarios, demasiadas subtramas, demasiada ambición. Y entre este caos, hay que recordar que estamos leyendo un Informe sobre el Yeyé, el amigo de infancia del protagonista, del cual parece haberse olvidado Casavella; además, la presencia del Watusi, el asesino bailarín asesinado, es ahora un tanto forzada. Leeré la tercera y última novela, claro, pero ahora me pregunto si Casavella conseguiría cerrar bien la trilogía.
Extinción parece una versión posmoderna de las novelas ejemplares cervantinas: ocho heterogéneos relatos largos o novelas cortas que radiografían la sociedad actual. El estadounidense David Foster Wallace (Ithaca, 1962 - 2008) se arriesga por partida doble: en el fondo y en la forma. Por un lado, su prosa es sumamente compleja y exigente, lo cual puede echar atrás en seguida; frases alargadas de sintaxis enrevesada, tecnicismos de diferentes campos —psicología, estadística, mercadotecnia, periodismo, antropología, medicina...— al lado de coloquialismos y vulgarismos, descripciones de un detalle entre enfermizo e irritante, etc. Por el otro, los temas y el enfoque de los relatos son rebuscados y rabiosamente contemporáneos, así que a veces pueden parecer banales; por ejemplo, en "Extinción" un matrimonio sufre una crisis tremenda porque la esposa dice que el marido ronca y este lo niega; bajo esta apariencia intrascendente, Wallace reflexiona sobre los límites de lo real y sobre los problemas familiares. En consecuencia, el mayor problema de Extinción es la calidad desigual de los relatos; en los peores se nota que el autor sufría el síndrome del empollón: Wallace necesita dejar constancia en cada frase de que es el más inteligente de la clase, por lo que la legibilidad se resiente. Afortunadamente, hay algunas joyas que compensan el desequilibrio. En "El neón de siempre" se disecciona la profunda depresión de un yuppie incapaz de vivir sin fingir; el narrador de "El alma no es una forja" es un niño con déficit de atención que trata de recordar el día en que su profesor enloqueció y quiso matar a los estudiantes. Quizás no todos sus relatos, pero es necesario leer Extinción.
4. Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana (2008)
El protagonista de El día de mañana es Justo Gil, un pobrísimo inmigrante que llega a la Barcelona posfranquista para comerse el mundo, pero fracasa y termina de chivato en la Brigada Político-Social, la policía secreta del régimen. Sin embargo, el narrador de la novela de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) no es Justo, sino trece personajes que conocieron a este misterioso charnego arribista, cruce de Onofre Bouvila, el Pijoaparte de Juan Marsé y, por qué no, el Yeyé de El día del Watusi (con la que comparte el sintagma "el día de mañana"). La técnica narrativa —deudora de Mientras agonizo de William Faulker y de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño— es muy efectiva: contribuye a mitificar a Justo y a resaltar su condición de burlador. Seduce a ambos sexos para satisfacerse, progresar o lucrarse, pero a diferencia de Don Juan no se arrepiente. Los narradores cuentan con un estilo muy oral y comunicativo de qué manera los engañó Justo y, como pertenecen a diferentes estratos sociales, nos meten en la intrahistoria del franquismo y en el meollo de importantes acontecimientos históricos: los encuentros clandestinos de la oposición a Franco, el encierro de Montserrat, la detención de la Asamblea de Catalunya, los crueles y olvidados atentados del Exèrcit Popular Català y de Fuerza Joven, etc. Aunque los grandes mentirosos de la historia como Justo Gil, Enric Marco, Nixon o Lance Armstrong parecen condenados al fracaso, El día de mañana nos recuerda también que muchos mentirosos de segunda lograron capear el temporal y salir indemnes de la Transición.
4. Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana (2008)
El protagonista de El día de mañana es Justo Gil, un pobrísimo inmigrante que llega a la Barcelona posfranquista para comerse el mundo, pero fracasa y termina de chivato en la Brigada Político-Social, la policía secreta del régimen. Sin embargo, el narrador de la novela de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) no es Justo, sino trece personajes que conocieron a este misterioso charnego arribista, cruce de Onofre Bouvila, el Pijoaparte de Juan Marsé y, por qué no, el Yeyé de El día del Watusi (con la que comparte el sintagma "el día de mañana"). La técnica narrativa —deudora de Mientras agonizo de William Faulker y de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño— es muy efectiva: contribuye a mitificar a Justo y a resaltar su condición de burlador. Seduce a ambos sexos para satisfacerse, progresar o lucrarse, pero a diferencia de Don Juan no se arrepiente. Los narradores cuentan con un estilo muy oral y comunicativo de qué manera los engañó Justo y, como pertenecen a diferentes estratos sociales, nos meten en la intrahistoria del franquismo y en el meollo de importantes acontecimientos históricos: los encuentros clandestinos de la oposición a Franco, el encierro de Montserrat, la detención de la Asamblea de Catalunya, los crueles y olvidados atentados del Exèrcit Popular Català y de Fuerza Joven, etc. Aunque los grandes mentirosos de la historia como Justo Gil, Enric Marco, Nixon o Lance Armstrong parecen condenados al fracaso, El día de mañana nos recuerda también que muchos mentirosos de segunda lograron capear el temporal y salir indemnes de la Transición.