sábado, 4 de agosto de 2012

La señora de las gafas

Me pongo las gafas nuevas y miro. 

—¿Qué tal?

Todo es más nítido, con contornos delimitados en vez de sutiles gradaciones. Por fin, las cosas terminan y empiezan donde les corresponde: la antigua relajación de los contornos, la disolución de los objetos en un todo embarullado, como visto aprisa, nunca mirado y aún menos contemplado, se acaba. Me pongo las gafas nuevas y me traslado del mundo como esbozo al mundo como fotografía. No es que el mundo sea más real ni más mundo, sino otra versión del mundo (concretamente, de alta definición).

—Genial, la graduación es la adecuada, todo está perfecto. Muchas gracias, oculista simpática y atractiva.

Aunque, bien mirado, bien mirada, ya no pasa de guapa, de "bueno, no está mal, es mona, normalita, ¿no?" Los leves surcos, las manchas y lunares tenues pero desafortunados, el vello casi inapreciable y sin embargo inconveniente, en fin, el conjunto sutil que va trabando una belleza imperfecta, desequilibrada y que linda con la fealdad sin conquistarla jamás (¡qué liberador sería!), esos defectos minúsculos aisladamente pero que, en conjunto, se conjuran contra la pura hermosura, sin peros y sin dudas, marcándola con mediocridad —la palabra terrible—, todo esto surge de la nada con las dichosas gafas y su rigurosa graduación. Además, un lamparón en el cuello del polo beis demasiado holgado, hilachas en las mangas, arrugas en los pantalones de pinza, deslustre en los zapatos negros, polvo sobre el suelo, etcétera. Demasiada realidad para una visión acostumbrada a difuminar los márgenes y a rellenar los huecos con la imaginación.

Manual de atención al cliente para oculistas normalitas. Punto uno: la satisfacción del cliente con gafas nuevas es igual a la desilusión percibida en su mirada. Punto dos: a continuación, sonríale aunque quiera matarlo.

—¿Está todo bien? —me pregunta la oculista normalita, tristona pero satisfecha de su trabajo.

Solamente le sonrío un poco, porque es lo que pone el manual del cliente, pero querría poder decirle que no, que nada está bien, que debería mandarnos a todos los clientes a la mierda, a todos los que, como yo, la juzgan cada día por minucias dirigiendo la mirada donde no deben y no concediendo importancia a lo que sí la tiene. Le daría un abrazo, le daría un beso, le diría que nos echara a todos a empujones e insultos, y que apilara luego todas las gafas y saltara desnuda sobre ellas haciéndolas añicos, sin preocuparse por los cristales y la sangre, y entonces, si el plástico y el cristal y el metal quieren arder, prenderle fuego al amasijo de monturas y lentes para celebrar algo, no sé muy bien qué. Pero solo digo adiós y me voy a comprobar cómo es el mundo con gafas nuevas.

3 comentarios:

  1. Me encanta que hayas utilizado el verbo 'lindar' en "el conjunto sutil que va trabando una belleza imperfecta, desequilibrada y que linda con la fealdad sin conquistarla jamás (¡qué liberador sería!)".

    Eres un artistazo!

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    1. Bueno, ya te dije que lo de "linda" y "fealdad" salió de casualidad, ni me había fijado :/ Pero me quedo con el cumplido igualmente :P

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  2. Te hago bueno ('verba volant, scripta manent') :)!

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