martes, 18 de junio de 2013

Dos adioses

La entrada anterior tenía dos finalidades: la primera, informar al lector sobre mi trabajo como profesor de español. La segunda era mucho más noble y vanidosa, quizá incluso la única finalidad auténtica: entretener al lector, y, puestos a pedir, hacerte reír, llorar o —¡menudo disparate!— reflexionar.

Uno siempre dudará —debe dudar— de la efectividad de la segunda meta. Si esto entretiene o no sirve para nada no lo sé; la última palabra y, de hecho, la única, la tienes tú. En cuanto al primer objetivo, transmitir información, se me puede echar en cara que obviara muchas cosas: cuándo empecé a trabajar, cuántos alumnos tengo, mi opinión sobre el trabajo, mis sensaciones al estar frente a una clase, etc. Pero yo no he venido aquí a informar. Bueno, me corrijo: la información está supeditada al efecto que pueda causar. ¿Para qué voy a contarte algo aburrido? ¿Qué te importan a ti los pormenores de mi existencia, si no merece la pena leerlos, sea por el motivo que sea? Si hay algo insoportable es que te hagan perder el tiempo.

(Qué bien me vendo, ¿no?)

Así pues, para la entrada de hoy he de subministrarte algo más de información. En primer lugar, debes saber que empecé a trabajar hace cuatro meses, en febrero, y no hace un par de semanas, es decir, cuando publiqué la anterior entrada. Así no te extrañará que me despida tan rápido de mis alumnos. No quiero que pienses que se trata de adioses repentinos, sino naturales, maduros. En segundo lugar, necesitas saber que daba clase a un grupo de polacos y a tres alumnos individuales. Ayer me despedí del grupo (de nivel inicial o A1) y el viernes pasado me despedí de una de las alumnas individuales (también A1). Aún quedarán, pues, dos despedidas.


1. Adiós grupal

Una compañera de trabajo me sugirió hace unos días que preparara algo especial para la última clase, a la vez sencillo y edificante. ¡Una tortilla de patatas!, pensé; así la clase sería, además de postrera, cultural y culinaria. La idea no me pareció mal, pues es importante dejar un buen sabor de boca, sobre todo si aspiro a que me contraten para el próximo curso. Sin embargo, me pasé toda la mañana de ayer estudiando (los Erasmus también tenemos exámenes) y preparando aquella y otra clase. Así que me presenté con una clase normal y corriente; es decir, sin tortilla.

Cuando la clase terminó, me arrepentí de no haberla preparado (la tortilla, digo; de no haber preparado la clase me había arrepentido otras veces). Una de las alumnas, llamémosla O, se levantó y dijo:

—Oye, profesor, no tenemos chocolate para tú, pero J tiene unas palabras para tú de la clase.

Lo del chocolate lo dijo porque hace cosa de un mes les preparé un juego, con unos dulces de chocolate polacos como recompensa. Los alumnos tienen entre 20 y 30 años, pero ¿a quién no le gusta jugar, o el chocolate? Por lo que hace a J, es el alumno modelo, algo empollón sin llegar a ser pelota, de la clase. Como siempre se burlan un poco de él, por pura envidia, pensé que esto era otra bromita. Pero J también se levantó y dijo las palabras:

—Muchas gracias de toda la clase, profesor. Aprendemos mucho de tú y hasta luego año.

Aunque en principio no presté mucha atención a lo que dijo, porque pensé que no iba en serio, las palabras se me grabaron irremediablemente. No sé si lo dijeron sinceramente o nada más que para animar al profesor primerizo, pero me lo creí todo: nunca unos errores me habían emocionado tanto.

Mientras les escribía en la pizarra "hasta el año que viene" y les decía: ¿recordáis el verbo venir?, pensaba: errores aparte, ¿habrán aprendido algo de verdad?

Sin duda no he sido el profesor más exigente del mundo, ni de lejos el mejor, pero al menos se lo han pasado bien. Aunque sólo sea disfrutando poniéndome contra las cuerdas con preguntas envenenadas (como "¿por qué no se puede decir 'me gustamos'?" o "por qué se dice '¿qué es esto?' en vez de '¿qué es este?") y viéndome luego en apuros lingüísticos, sudando y jadeando mentalmente para hallar una respuesta más allá de "porque sí". Incluso a las personalidades menos sádicas les divierte ver a un profesor que se tambalea.

Pero cuando a la salida me decían "adiós", "hasta luego" o el nuevo "hasta el año que viene", no dudé de que, al menos, sabían despedirse. Espero que no se les olvide cómo saludar.


2. Adiós amiga

La segunda estudiante despedida, cuando acababan las clases, me solía soltar: "¡adiós amigo!" Y se iba tan tranquila. Un día le intenté explicar que era un poco extraño despedirse de este modo de alguien. Aunque aquel día me dijo "adiós profesor", a la semana siguiente volvió a su habitual "adiós amigo". No sé si porque le sonaba mejor o porque no me había entendido, si por mera extravagancia o por pura vagancia (digamos que no era precisamente una gran estudiante).

No volví a sugerirle otra forma más adecuada de despedida. Sí la corregí, en cambio, cuando me preguntó, de repente y sin hacer al caso:

—¿Es verdad que los españoles sois tan fogosos y apasionados que no sois capaces de tener solamente una amante a la vez?

—¿Cómo? ¿Quién te ha dicho eso?

—Es lo que se dice por ahí.

—Cuánto daño ha hecho el mito de Don Juan...

—¿Qué?

—Nada, que con una nos sobra y nos basta, como a todos.

El último día de clase, una hora antes de empezar, recibí un SMS de esta alumna:

"Hola. I have an exam today and I need to study. I am not going to the class. ¡Adiós amigo!"

Le propuse recuperar la clase otro día, pero me volvió a responder:

"No, I don't want. Last week was our last class. ¿Vale? I'm already advanced in Spanish!"

"¡Adiós amiga!"

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