Lo odio y sin embargo no puedo evitarlo: siempre llego tarde.
Llegué tarde al cine muchas veces. No vi Airbag cuando salió y debía verla, en 1997, sino a mis veinte años, en 2006. Lo mismo me pasó con otras joyas españolas de mis años mozos: llegué tarde a El día de la bestia (1996), Tesis (1996), Abre los ojos (1997), El milagro de P. Tinto (1998), Torrente (1998), La lengua de las mariposas (1999) y Los lunes al sol (2002). Fue también alrededor de la veintena cuando vi películas extranjeras como El silencio de los corderos (1991), Reservoir Dogs (1992), La lista de Schindler (1993), Trainspotting (1996), American Psycho (2000) y Memento (2000). No descubrí Fargo (1996), El gran Lebowski (1998) y otras maravillas de los Cohen brothers hasta que vine a Cracovia en 2012. Aquí también he conocido con un retraso notable el cine de Krzysztof Kieślowski y el de Berlanga, los guiones de Charlie Kaufman y de Rafael Azcona. No había visto nada de Emir Kusturica hasta 2013, cuando visité los Balcanes por primera vez.
Llegar tarde es vivir en diferido.
Llegué tarde al cine muchas veces. No vi Airbag cuando salió y debía verla, en 1997, sino a mis veinte años, en 2006. Lo mismo me pasó con otras joyas españolas de mis años mozos: llegué tarde a El día de la bestia (1996), Tesis (1996), Abre los ojos (1997), El milagro de P. Tinto (1998), Torrente (1998), La lengua de las mariposas (1999) y Los lunes al sol (2002). Fue también alrededor de la veintena cuando vi películas extranjeras como El silencio de los corderos (1991), Reservoir Dogs (1992), La lista de Schindler (1993), Trainspotting (1996), American Psycho (2000) y Memento (2000). No descubrí Fargo (1996), El gran Lebowski (1998) y otras maravillas de los Cohen brothers hasta que vine a Cracovia en 2012. Aquí también he conocido con un retraso notable el cine de Krzysztof Kieślowski y el de Berlanga, los guiones de Charlie Kaufman y de Rafael Azcona. No había visto nada de Emir Kusturica hasta 2013, cuando visité los Balcanes por primera vez.
Llegar tarde es vivir en diferido.
Llegué tarde a las series. Cuando empecé a ver Prison Break, The Wire, Twin Peaks, The Sopranos y Lost, ya estaban todas acabadas —cronológicamente o estéticamente—. En ningún caso tuve el placer de comentar en directo su desarrollo y tampoco de esperar ansioso a que salieran nuevos capítulos. Ahora estoy con Treme y lo único que le impone ritmo a la visualización de los capítulos es mi tiempo libre.
Llegué tarde a la música también. Cuando en 1994 Kurt Cobain se suicidó, yo aún no tenía ni idea de lo que era el grunge. Un año después, Kyuss grababan ...And the Circus Leaves Town y poco después se separaban sin que yo hubiera escuchado todavía ninguna de sus canciones. Alrededor de estos años, los Guns N' Roses se disolvían y yo no había oído hablar de Axl Rose ni de Slash. En 2004 no pude llorar el asesinato de Dimebag Darrell, porque sólo escucharía el Cowboys from Hell de Pantera unos años después. Hace poco pude ir a un concierto de Deep Purple, pero también llegué tarde: no eran más que unos zombies, virtuosos pero igualmente muertos.
Llegué tarde a otras de mis pasiones. Por ejemplo, a viajar: me costó salir de casa y descubrir un poco de mundo, especialmente la apasionante Europa Central y del Este, en concreto Polonia, fantástica a pesar de su conservadurismo. Por ejemplo, a tocar la guitarra: cuando empecé ya era demasiado mayor para llegar a ser bueno. Por ejemplo, a la literatura: malgasté la infancia y la adolescencia en otras tonterías, por lo que llegué tarde a Mark Twain, Verne, Jack London, Stevenson, Tolkien, H. G. Wells, Salgari y demás.
Pero de nada me arrepiento tanto como de haber llegado tarde a Hernán Casciari.
* * *
Hace cosa de un año, un compañero de trabajo me dijo: tienes que leer a Hernán Casciari, güey, lee este texto sobre Messi. Pero no le hice ni caso. Como yo, mi amigo es profesor de español para extranjeros; por entonces, él estaba dando una clase de literatura hispanoamericana en la misma escuela de idiomas donde trabajo. Un día, me imprimió dos cuentos de Casciari y me los puso en la mano: tienes que leer a Hernán Casciari, güey, es un argentino que vive en Barcelona y escribe chingón, me dijo, y luego me invitó a asistir a una de sus clases de literatura, dedicada a Casciari. Varios de los estudiantes (polacos) ya lo conocían, pero yo no. Hernán Casciari nació en 1971, tiene 44 años: que diez polacos, un mexicano y un español hablen con placer sobre sus cuentos durante una hora y media en una escuelita de Cracovia no es el principio de un chiste, sino un honor mayor que ganar el Nobel.
Llegué tarde a Más respeto que soy tu madre, la blogonovela que Casciari escribió entre 2003 y 2004, pero por suerte se puede leer gratis en Internet. La protagonista y narradora es Mirta Bertotti, un ama de casa argentina con bastante gracia para contar sus anécdotas cotidianas. Desde entonces, Casciari arrastra una merecida legión de fans —argentinos, españoles, mexicanos, uruguayos, peruanos, chilenos, etc.— que comenta sus relatos; cada texto suele tener más de cien comentarios que lo alaban, critican y corrigen: la envidia de cualquier escritor. Los Apocrifílicos etiquetarían Más respeto que soy tu madre como una falsa biografía; de hecho, muchos lectores creyeron que Mirta Bertotti existía de verdad. Yo no lo pensaba, por supuesto, porque estaba llegando tarde. También llegué tarde a las adaptaciones teatrales que se hicieron después; llegué tarde incluso a las ediciones en papel de la novela. El 27 de febrero de 2004, Hernán Casciari desveló que él era Mirta Bertotti con un texto llamado "El viejo folletín y las nuevas tecnologías".
Llegué tarde a Orsai, el blog que este texto inauguraba. En Argentina, orsai significa offside, es decir, fuera de juego: Casciari escribía descolocado, alejado en Barcelona de su tierra natal, cuentos, crónicas y ensayos. Su estilo es directo y sobrio, generalmente cómico, por lo que muchos lo consideran erróneamente literatura popular, subliteratura. Mis favoritos son los relatos autoficcionales, como los dos que me pasó mi amigo mexicano ("Canelones" y "Finlandia"), aunque Casciari había inventado una expresión mucho mejor para designar esta manera de narrar mezcla de autobiografía y ficción: la anécdota mejorada (véase el cuento "Los dos rulfos").
Con considerable retraso, me puse manos a la obra: el 30 de junio de este año empecé a leer Orsai. Entre algunos cuentos geniales y otros no tanto, posts meramente informativos y obras literarias de alto calibre, se iba desvelando una larguísima autobiografía: si mis cálculos no fallan, Casciari ha publicado 408 textos entre 2004 y el 27 de octubre de 2015.
Post a post, fui descubriendo que Hernán Casciari era un gordo que nació en Mercedes, que fue a Francia porque le habían dado un premio a uno de sus relatos y que en ese viaje conoció a su futura esposa, catalana, que se instaló en Barcelona y que tuvieron una hija, que su mejor amigo era El Chiri, que odiaba trabajar, que no soportaba a los españoles, que echaba de menos Argentina, que le encantaba fumar porros y gastar bromas, que le daba miedo hablar en público, etc. En muchos textos criticaba España y a los españoles, lo que daría lugar al libro España decí alpiste (2008). Con los cuentos más autobiográficos compuso la novela El pibe que arruinaba las fotos (2009), probablemente su mejor obra. Más adelante publicó Charlas con mi hemisferio derecho (2011), El nuevo paraíso de los tontos (2015) y Messi es un perro y otros cuentos (2015). Llegué tarde a todos estos libros, claro, pero por suerte los textos que los conforman pueden seguir leyéndose en su blog. Mientras tanto, Casciari aún sacó tiempo para escribir fuera de Orsai algunas blogonovelas —El diario de Letizia Ortiz o Yo y mi garrote— y Espoiler, un blog de El País sobre series (si lo hubiera conocido entonces, quizá no habría llegado tarde a tantas).
Mientras leía Orsai, entendí por qué el subtítulo del blog era "Lo que empezó siendo un blog puede convertirse en cualquier cosa", especialmente con "Renuncio", un texto de septiembre de 2010 en el que Casciari anunciaba que dejaba de colaborar con El País y La Nación, así como con las editoriales de Random House Mondadori que venían publicando sus libros. A la vez, decía que junto a su amigo del alma, El Chiri, estaba creando una revista de literatura llamada, cómo no, Orsai. Una revista de creación —relato, crónica, poesía, ensayo, cómic, ilustración— sin publicidad y sin intermediarios, de unas 200 páginas y aun así disponible y asequible en todo el mundo. Llegué tarde a la revista Orsai, claro, pero por suerte Casciari y El Chiri decidieron que también se pudiera leer gratis en Internet. En tres años editaron 16 números, en los que publicaron a autores como Agustín Fernández Mallo, Andreu Buenafuente, Edmundo Paz Soldán, Gabriela Wiener, Ignacio Escolar, Joyce Carol Oates, Juan Villoro, Junot Díaz, Leila Guerrero, Lorrie Moore, Nacho Vigalondo, Nick Hornby, Santiago Roncagliolo y muchos más. Los lectores colaboraban en la distribución, se reunían para leerla y conocerse, se organizaban fiestas para celebrar los diferentes números, etc.; los posts relacionados con la revista tienen un aire de autoayuda que en otro contexto molestaría: todo parece demasiado perfecto, demasiado rosa.
Después del blog y de la revista, el paso lógico era la editorial: en "Adiós, industria editorial" Casciari creaba la Editorial Orsai. Ha publicado en ella a otros autores, así como sus propios libros, que siguen disponibles en Internet para los que no tengan dinero o siempre lleguen tarde. Casciari también empezó a leer sus cuentos para la radio argentina. Llegué tarde a sus podcasts, claro, pero se pueden escuchar online. En "Nos vamos de viaje", Casciari anunciaba que él y El Chiri ofrecerían talleres literarios para escribir "anécdotas mejoradas". En 2014, los impartieron en Argentina y Uruguay, pero también en Barcelona y Madrid. Llegué tarde, sin remedio esta vez.
El 25 de octubre de este año terminé de leer todas las entradas de Orsai. El 27 de octubre, Casciari publicó un relato llamado "Lo que salvamos del incendio". No era su mejor texto —de hecho, últimamente me parece que la calidad de sus cuentos ha bajado un poco— pero era el primero que yo leía el mismo día que se publicaba. Sin retraso. En directo. Puntualmente. Ya no volveré a llegar tarde, Casciari.
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