domingo, 5 de junio de 2016

Mateorías (5)

(Capítulo 5 de la novela Mateorías de Guillem González. Puedes leer el capítulo 1 aquí.)

Cinco

—Mi generación fue de las últimas que estudió la lista de los reyes godos, que eran quienes gobernaban España muchos años antes de que fuera España. Alarico, Atanagildo, Leovigildo, Esperpentio, Recaredo I, Witerico, Gundefores, Gundemaro, Sisebuto, Recaredo II, Sacapuntos, Suintila, Sisenando, Ermenegildo II, Chintila, Chindasvinto, Chinitito, Variopinto, Recesvinto, Tiogilito, Wamba, Égica, Caramelindro, Witiza y Rodrigo. Vaya nombres, ¿eh?, parece la selección de Camerún, pero son los reyes godos. Seguro que tú no te sabes la lista, catalán, que ya eres de otra quinta.

—Pues no: a mí solo me enseñaron la lista de las preposiciones. A, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para...

—Para, para. Estábamos hablando de reyes, no seas republicano —carcajada mateórica, risas de los alumnos—. Bueno, como os iba diciendo, en España ya casi no se estudian los reyes, aún menos los reyes godos, y eso está mal, muy mal. Podemos aprender mucho de nuestros monarcas, creedme. Por eso, en la clase de cultura de hoy vamos a hablar de reyes españoles.

Los estudiantes se inquietaron: ¿reyes españoles? ¿De verdad? ¿No tuvimos bastante cuando nos obligaron a estudiar los reyes polacos? Me miraron a mí, el profesor observador, buscando refugio, una respuesta. Sus caras, sus medias sonrisas, expresaban miedo y curiosidad a la vez: miedo al aburrimiento real y curiosidad por saber qué les deparaba realmente la clase. Sin embargo, no podía ayudarlos, porque no sabía si Mateo hablaba en serio o no, no tenía ni idea de qué planeaba enseñarles en aquella sesión. Me limité a seguir sentado y observando.

El proyector nos mostró el retrato de un joven renacentista. Media melena castaña y sombrero negro ladeado, ojos azules embelesados, una larga nariz picuda —triángulo rectángulo escaleno—, el mentón colgante entreabriendo la boquita de piñón, la mano derecha de pianista de segunda posada sobre la mesa. A pesar de los colores cálidos, rezumaba indolencia enfermiza.

—Chicos, os presento a Carlos I: rey de España, es decir, de Castilla, de Aragón, de Navarra y de las Américas, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de Sicilia, de Córcega y Cerdeña, archiduque de Austria y no sé cuántas cosas más que podéis leer en la Wikipedia. ¡Menudo currículo! Nació en 1500 y murió en 1558, todo esto lo logró solo en 58 años. Pero lo importante es el cuadro, fijaos bien en su retrato, analizadlo en detalle. Ese collar dorado con un perro muerto es la insignia de la Orden del Toisón de Oro, una importante orden de caballería. Y no es un perro sino un carnero, que simboliza esto y aquello, y quién sabe si está muerto o echando la siesta del martes. En fin, ¿qué os parece? ¿Creéis que este rey era maricón? ¿Os parece que Carlos I de España y V de Alemania era marica?

La clase se inquietó, hubo alguna murmuración.

—¿Qué significa maricón? —preguntó una estudiante.

—¿Y marica? —otro alumno.

—Significan homosexual, pero son palabras ofensivas. Observad bien a Carlos I: sus facciones, su ropa, su postura. ¿Pensáis que a Carlos I le gustaban los hombres? ¿O las mujeres? Como en la actual, en la España del siglo XVI había homosexuales, también entre los gobernantes, aunque todos lo tenían que esconder. Venga, vamos a votar: que levanten las manos los que crean que fue gay. Tú también puedes votar, catalán.

Mi confusión era aún mayor que la de los estudiantes. Aun así, algunos empezaron a votar tímidamente. Yo, como la mayoría de ellos, levanté la mano: maricón, sentenció mi brazo alzado.

—Interesante, interesante —juzgó Mateo—. Después os daré los resultados y los cotejaremos con vuestros juicios. Ahora vamos a pasar al siguiente rey. Este es Felipe I: rey de Castilla, más conocido como Felipe el Hermoso, y duque de Nosequé y conde de Nosecuántos. Fue el abuelo del rey que os acabo de mostrar y se casó con Juana la Loca, aunque como bien sabéis podía ser igualmente homosexual. Pues bien, ¿qué pensáis? ¿Felipe el Hermoso era maricón? ¿Le gustaban los hombres?

Algo más acostumbrados a la rutina de aquella actividad, contemplamos su rostro aniñado. Se podían adivinar los labios de su nieto, los mismos ojos claros, la piel blanquecina pero con los mofletes inflados. Aunque también lucía el perro muerto, llevaba un sombrero diferente: rojo. Su nariz era más imperfecta que la de Carlos I, se asemejaba a un gancho —triángulo obtusángulo escaleno—.

—¡Mariquita, locaza! ¡Macho, hombretón, tiarrón, semental, viril!

—Muy bien, muy bien —tras el recuento de manos levantadas, anotó el resultado en un papel y prosiguió—. Interesante: Felipe el Hermoso era heterosexual, decís. Luego os digo cuál era la verdad, según las crónicas y lo que dedujeron los historiadores. Siguiente rey —proyectó otro retrato—: una reina, Isabel I de Castilla, Isabel la Católica. Nacida en 1451, muerta en 1504, para el que le interese. Ella y su esposo, Fernando el Católico, financiaron la famosa expedición de Cristóbal Colón a las Indias, también conquistaron Granada y expulsaron a los judíos de España. Pero vamos a lo que nos importa: ¿le gustaban los hombres o las mujeres? ¡Hagan sus apuestas!

Tras un par de segundos de meditación, votamos.

—¡Lesbiana, tortillera, marimacho, bollera! ¡Mujer, señora, dama!

—Muy interesante, sin duda —Mateo tomó nota de la elección—. Así que Isabel la Católica era lesbiana, ¿eh? Muy interesante. Veamos cuál es el próximo rey. Oh, aquí tenemos a Felipe II, hijo de Carlos I, nieto de Felipe el Hermoso y bisnieto de Isabel la Católica. Qué complicado es todo esto, ¿no?, quizás debería haberlos ordenado cronológicamente. Le debemos a Felipe II una de las decisiones más acertadas de la historia de la monarquía española: estableció la capital de España en Madrid. ¡Eso sí que fue un acontecimiento, y no el descubrimiento de América! Este es un retrato de Tiziano de 1551 y podéis verlo, por supuesto, en Madrid, en el Museo del Prado. Admiradlo: qué porte real, qué armadura, qué plumaje en su casco, qué mallas o leggings. ¡Cómo inmortaliza el maestro italiano al rey español! Ahora es vuestro turno, ¡a votar!

—¡Bujarrón, mariposón, reina, invertido, palomo cojo, sarasa, sodomita!

—Siete de siete, qué unanimidad. Vosotros sabréis: F-e-l-i-p-e s-e-g-u-n-d-o, g-a-y —deletreaba mientras escribía—. Ahora toca... Oh, Felipe V, otro Felipe, vaya lío. Este fue el primer Borbón en España tras la Guerra de Sucesión, aunque para mí parecen todos familia. El pelo, o la peluca, no sé qué es, despista, ¿verdad? ¿Y qué es ese bastón que está sujetando? ¿Y por qué alarga el dedo índice? Bueno, vosotros diréis. ¿Qué será, será?

—¡Mascanucas, comealmohadas, de la otra acera! ¡Varón, masculino, señor, chicarrón!

—Pues ha estado reñido, pero parece que habéis decidido que era heterosexual. Muy bien. El siguiente rey es Carlos III, más conocido como el Mejor alcalde de Madrid. Este gran monarca transformó la ciudad: la limpió, la alcantarilló, la iluminó, la hospitalizó, la ajardinó y le puso fuentes (la Cibeles), monumentos (la Puerta de Alcalá) y museos (el del Prado). Por todo ello se ganó una estatua ecuestre en pleno centro, en la Puerta del Sol. Aunque el retrato que ahora vemos se lo hizo no sé qué pintor alemán. No está mal, pero definitivamente se pasó con el rojo en la cara, parece un borrachín inglés. Bueno, no quiero influenciaros más: votad, mis queridos alumnos y profesor observador —nos dejó un minuto para que levantáramos las manos—. Conque lo consideráis heterosexual también, ¿eh? Interesante, interesante. Muy bien, continuemos con otro rey.

La lista de monarcas parecía interminable. Juzgamos cual tribunal de la Inquisición polaca a Fernando VII, a Isabel II, a Alfonso XII y a Alfonso XIII, a José I Bonaparte, al archiduque Carlos, a Luis I, a Amadeo I, a Juan Carlos I, etc. Para escándalo de algunos estudiantes, Mateo se atrevió a añadir al actual rey de España: Jorge Luis I. El famoso retrato hiperrealista de Jorge Luis I, realizado por Antonio López, era el único que conocían todos los alumnos, dos de ellos incluso lo habían visto en el Prado. Cuando terminamos las votaciones, algo cansados ya, no se nos había olvidado preguntarnos por qué carajo estábamos decidiendo quién era o parecía gay y quién no. Pero Mateo no tenía compasión: aún no nos explicaba el porqué de aquella extraña actividad.

—Ahora podemos comprobar qué tal es vuestra intuición —dijo Mateo, y volvió a poner el retrato de Carlos I—. Veamos. Habéis dicho que Carlos I de España y V de Alemania era homosexual, pero los historiadores no están de acuerdo con vosotros. Así que, nada, os habéis equivocado. Siguiente: Felipe I.

Acertamos algunos juicios, fallamos muchos más. Unos reyes resultaron ser homosexuales, varios heterosexuales, alguno bisexual, un par tenía gustos inusuales o peculiares. Nos llevamos unas cuantas sorpresas, la más inesperada sin duda la de Jorge Luis I. A medida que Mateo nos relataba qué habían dicho los historiadores de la sexualidad de tal o cual monarca, iba contando alguna anécdota picante. También inquiría por qué habíamos decidido que este rey era esto y en cambio ese era aquello. Por la mirada, por la ropa, por los accesorios, por la fisonomía, por los colores, por la postura: cualquier indicio era suficiente para dictar sentencia sexual.

Tras repasar toda la lista, Mateo se quedó callado. No duró mucho el silencio: en seguida, una estudiante habló:

—Las apariencias engañan. Nos has mostrado las fotos para que sepamos que algunos parecen homosexuales pero no lo son, unos parecen heterosexuales pero no lo son.

—No está mal —le respondió Mateo—. No está mal para empezar, pero aún hay más.

—Pues yo pienso que a Mateo no le gustan nada los reyes —soltó uno, y nos reímos todos.

—Nos has enseñado las fotos —dijo otro— para que veamos que la historia es cruel con sus personajes célebres. Da miedo saber que un historiador del siglo se dedica a investigar la orientación sexual...

—Ya —lo interrumpió otra alumna—, pero nosotros hemos hecho lo mismo. La única diferencia es que los historiadores quizá tienen más datos y mejores herramientas para emitir su juicio. Yo creo que Mateo nos ha puesto las fotos para decirnos que es malo juzgar a la gente. Que cada cual se acueste con quien quiera, qué más da, ¿no?

—Pero es inevitable. Todos juzgamos a todos desde el primer momento, incluso de antemano. ¿Qué haríamos si no tuviéramos estereotipos? ¡Estaríamos perdidos! Imagínate que viajas a un país del que no sabes absolutamente nada... Además, muchas veces los tópicos, los prejuicios y los estereotipos son verdad, funcionan. Hemos acertado con bastantes reyes.

—Ya, pero tú conoces los estereotipos del siglo XXI. Nosotros hemos aplicado nuestros estereotipos sobre la orientación sexual a gente de otros tiempos. ¿Quién sabe cómo se podía identificar a un gay en 1492? ¿Y en 1809? Ni siquiera hemos acertado con Jorge Luis I —risitas—, que es de nuestra época.

—Bien visto. Estoy de acuerdo contigo. Entonces, Mateo nos ha mostrado las fotos para que veamos que los estereotipos son inventos, construcciones. No son algo fijo, pueden cambiar con el tiempo.

—O con el espacio. Aunque actualmente, con la globalización...

—De hecho, hoy en día muchos parecen una cosa que no son, y al revés.

—Sí, a muchos les gusta la ambigüedad.

—A mí lo que me sorprende es que tengamos tanta necesidad de clasificar a la gente: este es tal, ese es cual...

Mateo dejó que fluyera la conversación un rato más. Solo intervino para ponerle fin a la clase: nos habíamos pasado un cuarto de la hora prevista. Mientras salían del aula, los estudiantes seguían discutiendo en polaco sobre la orientación sexual, los prejuicios y las convenciones sociales. Mateo dejó de recoger sus bártulos cuando le pregunté:

—¿Por qué los retratos reales? ¿Para que conocieran los nombres de algunos reyes? ¿Para desmitificar a la monarquía? ¿Para hablar de la construcción de los estereotipos?

—No seas tan cuadriculado, catalán. El profesor de lengua tiene que ser un poco artista. Los estudiantes han conversado con entusiasmo: ¿qué más podemos pedirle a una clase de este tipo? Pero si el profesor de lengua tuviera un decálogo, el primer punto diría: misterio. Así, sin más: primer mandamiento, misterio.

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