viernes, 1 de julio de 2016

Autoautoayuda

No tengo muchos sueños, pero hace ya bastantes años decidí que escribiría una novela antes de cumplir los treinta. Este sueño o proyecto literario era el único ítem de mi lista de "cosas que debes hacer antes de los treinta". Fue una decisión irracional —¿por qué escribir una novela?— e irreflexiva —¿por qué antes de los treinta?—. Quizás por eso me la tomé tan en serio. Ahora tengo 29 años y, tictac, el próximo 27 de septiembre mi reloj biológico, tictac, hará saltar por los aires mi único sueño.

Por suerte, estoy escribiendo una novela: Mateorías. ¿Qué mejor autorregalo de cumpleaños que mi propia novela? 

Pero escribir no es fácil.

En primer lugar, lleva mucho tiempo. Por eso este mes de julio no voy a trabajar, no voy a dar clases de español. En julio, nada de cursos de verano. Ni un día, ni una hora, ni un minuto. Desde hoy, 1 de julio de 2016, soy libre: solo voy a escribir. Menuda libertad. A las dos escuelas donde trabajo les dije la verdad, es decir, que quiero dedicar todo mi tiempo a la escritura de una novela. Mis jefes y mis compañeros me miraron con cara rara, pero en seguida les pareció muy bien. Económicamente puede ser un problema, aunque creo que lograré sobrevivir un mes sin cobrar ni un duro; espero que más adelante vuelvan a contratarme y pueda ganarme de nuevo el pan.

En otras palabras, tengo casi un mes, 29 días, para escribir la novela, porque el 29 de julio me voy de vacaciones a España. ¿Es posible escribir una novela en apenas 29 días? Pues no lo sé. Llevo ya escritos y publicados en este blog diez capítulos de Mateorías; publiqué el primero hace un mes y medio, el 15 de mayo. Calculo que, como mínimo, la novela tendrá diez capítulos más, que aún no están escritos; a ellos me dedicaré este mes. En el peor de los casos, el 29 de julio no habré terminado; en España quiero estar con mi novia, mi familia y mis amigos, así que no creo que escriba nada; siempre puedo continuar cuando regrese de las vacaciones, claro, aunque entonces necesitaré volver a trabajar. Muy complicado. Lo ideal sería terminarla en julio, en Cracovia, aquí y ahora.

Pero el peor de los casos sería que abandonara la novela, que nunca terminara de escribirla. No sería mi primer fracaso. He intentado otras veces escribir otras novelas y siempre he fracasado; mi lista de "novelas inacabadas" es más larga que mi lista de "cosas que debes hacer antes de los treinta". Esta es la primera vez que me siento realmente confiado, por eso la estoy publicando según la voy escribiendo. Si no la termino, Mateorías engrosará la lista de fracasos públicos de este blog; por ahora solo tengo dos: Encuentro con los Apocrifílicos, donde quise escribir sobre un grupo muy especial de aficionados a la literatura, y Un ateo en la JMJ, una crónica sobre la JMJ en Cracovia. Ambos proyectos han quedado abandonados. En el disco duro de mi portátil hay otros cuentos que también he dejado incompletos. Quizás algún día los termine, quizás no.

La autoayuda ha producido muchas frases sobre la importancia de los fracasos para alcanzar el éxito. No voy a repetirlas, porque me parecen meras excusas de fracasado.

Otra dificultad de la escritura es saber qué escribir. El argumento de Mateorías es bastante simple: va de dos profesores de español en Cracovia, uno catalán y el otro madrileño. A pesar de su simpleza aparente, llevo más de dos años concibiendo la trama, las escenas, los personajes, los motivos y los temas; por ejemplo, al principio el profesor no era madrileño sino polaco, el narrador no era un profesor de español sino un estudiante, y tampoco hacía ciertas modificaciones de la realidad (Messi y Cristiano Ronaldo, el rey Jorge Luis I, etc.). Con esto quiero decir que tengo la novela bastante estructurada, los siguientes capítulos muy planificados; ahora, durante este mes de julio, solamente necesito escribirla.

Y esa es la mayor dificultad de la escritura: cómo escribir. Ojalá alguien me lo hubiera explicado, porque a mí escribir un relato me cuesta horrores: me lleva muchas horas de sufrimiento, a menudo varios días de pensamiento, a veces semanas de preparación; eso si logro terminarlo. Escribir una novela incrementa exponencialmente las dificultades. Sin embargo, en todo este tiempo que llevo fracasando por escrito, he descubierto que, sobre todo, escribir es un gran esfuerzo físico. Escribir es un esfuerzo físico enorme, titánico.

Todos tenemos una imagen muy novelera del escritor: tiene una vida privada amarga pero apasionante y escribe en noches de tormenta, a oscuras en su despacho, con una vela iluminando la máquina de escribir, o la hoja y la pluma, y si no está inspirado tira el papel arrugado al suelo y se sirve una copa de vino tinto o toma qué sé yo qué drogas. Esto es propaganda romántica, basura de película. Si quieres escribir, debes hacerlo de día y de noche, a pesar de que estés cansado o de que haga un día maravilloso y te apetezca tomarte algo con tus amigos. Debes pasarte muchísimas horas sentado, con los ojos rojos e irritados por la pantalla, las ganas de terminar contra la necesidad de continuar y de releer y de corregir; cuando no puedes más, no te queda otra que levantarte, estirar tus extremidades, hacer alguna tarea doméstica y volver a sentarte.

En verano, el calor cracoviano es terrible, con temperaturas que no tienen nada que envidiar a las de España. La silla de Ikea en la que me siento para escribir, gris y blanca, tiene un almohadón rosa que suaviza levemente la tortura; antes de levantarme para descansar, siempre pienso que se me saldrán las tripas por el culo, pero cuando miro el almohadón rosa solo veo que mis posaderas han dejado una marca de dolor y de sudor. En vez de aire acondicionado, tengo un ventilador constantemente enfocado hacia mi espalda y las cortinas corridas. Para inspirarme, no tomo más drogas que café y té verde; en vez de una copa de vino tinto, a mi lado tengo una botella de agua.

Cuando de verdad no puedo más, salgo a correr durante una hora. Pero no corro para desconectar, sino para reconectar: mientras troto, sigo pensando en la escritura. Si se me ocurre una buena idea, no la escribo en las notas del móvil, porque no lo llevo encima, sino que levanto un dedo. Un dedo, una idea. Unos minutos más tarde, se me ocurre otra idea. Dos dedos, dos ideas. De vez en cuando, repito mentalmente las ideas que he tenido, para no olvidarlas. Al llegar a casa sudado como un pollo, lo primero que hago es recontar de mis dedos y escribir en un papel las ideas. Si estoy caminando o en el tranvía o en una tienda y se me ocurre algo, saco el móvil y lo anoto. Si estoy hablando con alguien, interrumpo la conversación y escribo en el móvil.

Esta dependencia total de la escritura, esta imposibilidad de olvidar, esta atracción u obsesión, estas cadenas: es fascinante jugar a escribir. En realidad, el escritor se parece a un preso.

Tictac, tengo 29 días de libertad en prisión para escribir las Mateorías.

No hay comentarios:

Publicar un comentario