martes, 4 de junio de 2019

Epílogo

El 29 de mayo de 2019 a las 9:30 estuve en la Universidad Pedagógica de Cracovia charlando con unos estudiantes de Filología Hispánica que habían leído mi novela, Mateorías. Dos de sus profesores, Jorge Cabezas Miranda y Ángel Peinado Jaro, decidieron utilizar el texto en un curso de Lengua y Cultura. Me presentaron como el autor de la novela que habían leído, me cedieron la palabra y, aunque era la pura verdad, en seguida me sentí un impostor: ¿cómo probar que yo había escrito aquellas letras, palabras, comas, frases, puntos, párrafos y capítulos? Me pareció improbable. Tan improbable como estar allí sentado a una mesa delante de veinte o treinta estudiantes polacos esperando a que yo dijera algo. Así que les leí lo siguiente:


En primer lugar quiero daros las gracias por haber leído la novela y estar aquí, pero también quiero daros una explicación. ¿Por qué demonios estoy yo aquí? Es decir, ¿por qué narices habéis leído mi novela?

Me explico. Los poemas, cuentos, obras de teatro, ensayos, crónicas o novelas que se suelen leer en una carrera como Filología Hispánica, o como mínimo los que me hicieron leer a mí cuando estudié Humanidades, son obras canónicas. Clásicos, clásicos modernos o, si hay suerte, contemporáneos. Quiero decir que han pasado por diversos filtros lectores hasta llegar a las manos de los lectores universitarios: las han leído editores, agentes literarios, correctores, diseñadores, críticos, periodistas, escritores o académicos. Así, estas obras han sido mejoradas, enmendadas, autorizadas, avaladas o canonizadas por otras piezas del engranaje literario, sea el periodismo, sea la academia, sea el mercado. Solo al final de esta cadena de lectores invisibles le llega el libro al lector universitario.

Pero vosotros os habéis saltado un montón de intermediarios: habéis leído una novela que no ha pasado ningún control de calidad de la Unión Europea, que no ha sido reconocida por las autoridades competentes. Mateorías es un coche fabricado por un amateur en su garaje y vosotros os habéis montado en él y lo habéis conducido tan tranquilos; espero que al menos llevarais el cinturón puesto. Es verdad que algún amigo lector me ayudó con críticas o recomendaciones, pero nunca ha tenido un corrector o editor como tales porque Mateorías nunca ha ido más allá del blog en el que la publiqué ni del texto en PDF que le envié a Jorge y que a su vez os mandó a vosotros. Así que si habéis tenido algún accidente yendo en ese coche, si su motor os ha fallado o su puerta no se podía abrir, agradecédselo a vuestros profesores. Yo aprovecho para darles las gracias por confiar en mi novela y por obligaros a leerla: para una persona que escribe sin reconocimiento ni avales, desde su garaje de aficionado, tener lectores es un privilegio, incluso si han leído contra su voluntad.

Mi teoría, mi explicación de por qué habéis leído mi novela, por qué estoy yo aquí, es simple: porque Ángel y Jorge decidieron hacer un experimento con vosotros, conmigo y con ese coche que he ido armando estos últimos años. Entiendo que el experimento consistía en que unos jóvenes lectores de Cracovia leyeran una novela ambientada en Cracovia y escrita en Cracovia por un español más o menos joven que también vive en Cracovia. Pero también entiendo que el experimento consistía en que unos aprendices de lector leyeran la novela de un aprendiz de escritor. Porque quienes estudiamos Humanidades o Filología aprendemos, sobre todo, a leer, una tarea nada fácil pero muy importante. Y porque yo escribí Mateorías para aprender a escribir.

Empecé este blog, De mí me río, donde en 2016 iría publicando la primera versión de Mateorías, el 24 de abril de 2012, hace ya siete años. Y lo empecé precisamente para tener un espacio donde experimentar con la escritura. Por eso la primera frase de la primera entrada que publiqué era esta: "Emprendo este blog sin otra finalidad que escribir un poco". Y después decía:
"Aquí escribiré sobre mí: sobre lo que me gusta y lo que no; ya se irá viendo. En otras palabras, la única restricción que me impongo será la escritura sin guion predeterminado, sin un eje o un tema dominante. Intentaré hablar de libros, de cine, de mi vida, yo qué sé: a lo que salga y de lo que se pueda. Puede incluso que ponga alguna foto".
Ese era el espíritu del blog y en gran parte ese es el espíritu de la novela, que en su versión primigenia también tiene fotos.

Pero para entender bien ese espíritu debéis saber que antes de De mí me río yo había intentado escribir dos blogs diferentes, los dos sobre viajes: uno por el Norte de España, otro por el Centro de Europa. Y los dos blogs fracasaron, aunque de forma diferente: el del viaje español lo terminé sin ganas, agotado y hastiado, el del viaje centroeuropeo se quedó a medias, totalmente abortado. No os molestéis en buscarlos, ya no se pueden encontrar en internet: uno tiene cierta autoestima; pero en aquella primera entrada de De mí me río reflexioné sobre el porqué de estos fracasos blogueros:
"Me ha costado un par de intentos darme cuenta de que no tiene sentido empezar un blog que sabes que ha de acabar. En definitiva, esto no es un libro; es otra cosa. Además, los finales son una mierda: no hay nada tan triste como un final".
Por suerte y por fin, en el tercer blog aprendí de mis errores y no me impuse más límite que escribir.

Pero esta escritura sin límites también tiene límites, obviamente. Todo lo que escribía en De mí me río combinaba el ensayo, la crítica literaria y, sobre todo, la narración autoficcional, mezcla de ficción y autobiografía, tan en boga entonces y ahora ya un poco pasada de moda. Y también Mateorías va en esta dirección miscelánea: con esta novela, de hecho, quise llevar esta escritura más allá de sus límites, quise agotar esta manera de escribir. Eso me condujo a inventarme una vez más mi historia pero también la historia de uno de esos extranjeros totalmente perdidos que yo encontraba y sigo encontrando a mi alrededor en Cracovia, uno de esos extranjeros que lleva ya muchos años fuera de lugar y se ha convertido en una persona desconectada de su país natal y extranjera en el país donde vive, resultando difícil de abordar e imposible de descodificar. Ya conocéis a ese extraño para todos, es Mateo González.

Desde que el 21 de septiembre de 2016 terminé la primera versión, he corregido, recortado y alargado Mateorías siete veces, vosotros habéis leído la sexta. Y cuando acabé la séptima en febrero de 2019, me di cuenta, por fin, de que esta forma de escribir sin límites tenía unos límites bien concretos que yo había sobrepasado claramente. Estaba agotado de la hibridez genérica y de la autoficción, estaba harto de Mateo, de la misma  manera en que me agotaron y hartaron los dos blogs de viajes que había escrito antes. Creo que por eso en la novela Mateo termina medio perdido, como un Kurtz low cost del siglo XXI: yo quería perderlos a él y a su novela de vista. Irónicamente, acabé mandando al personaje de viaje por Europa y por España, cerrando sin darme cuenta el círculo de blogs.

Pero este experimento que Jorge y Ángel han hecho con nosotros ha abierto un paréntesis y me ha reencontrado con Mateo, perdido quién sabe dónde, y sus Mateorías, perdidas en la estantería de mi casa. Estos días he vuelto a subirme al coche en el que, con la eventualidad de un escritor precario, llevo trabajando ya tres años; he vuelto a sentarme frente al volante, he vuelto a encender el motor: parece que todo sigue funcionando. Así que, si queréis preguntarme algo sobre la novela, este es el momento, como cuando en el capítulo 14 de Mateorías unos cuantos lectores entrevistan a un escritor en un bar de Cracovia. Si no, os preguntaré yo a vosotros, como si esto fuera un examen, como los exámenes de Mateorías que os hicieron vuestros profesores. ¿Alguna pregunta?

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