jueves, 8 de noviembre de 2012

Andrzejewski y los mecanismos de la fe

Para tener una auténtica inmersión polaca, no basta con estar aquí, relacionarse con polacos e intentar hablar su idioma: habría que conocer un poco su arte. Así que empezamos, por ejemplo, con la literatura; concretamente, con Las puertas del paraíso (1959), una novela de Jerzy Andrzejewski (1909, Varsovia - 1983, Varsovia).

Andrzejewski puede ser conocido, fuera de Europa Oriental, por haber escrito "Semana Santa", dentro de Noche (1945), y Cenizas y diamantes (1948), ambas llevadas al cine por Andrzej Wajda. Yo no había oído hablar de Andrzejewski en mi vida, así que esperaba que Las puertas del paraíso estaría ambientada en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial, como Cenizas y diamantes. Nada más lejos de la realidad.

(Andrzejewski, a la izquierda, se parece casualmente a Zbygniew Cybulski, a la derecha, el "James Dean polaco", protagonista de Cenizas y diamantes (1958) de Wajda.)









Pero, en el fondo, la biografía de Andrzejewski nos da bastante igual.

Las puertas del paraíso es una atípica novela histórica que recrea la Cruzada de los Niños, una cruzada pacífica, compuesta sobre todo por niños, que en 1212 quiso liberar Jerusalén de los musulmanes a través de la inocencia y la fe de los más jóvenes. 
"Dios todopoderoso me ha revelado que frente a la insensible ceguera de los reyes, príncipes y caballeros es necesario que los niños cristianos hagan gracia y caridad a la ciudad de Jerusalén, que está en manos de los turcos infieles, porque sobre toda potencia de la tierra y el mar la fe ferviente y la inocencia de los niños pueden realizar las más grandes empresas". 
Estas palabras catalizan la cruzada en la novela y, como en la versión histórica, a medio camino entre los hechos y la leyenda, se dirige hacia su fracaso. A diferencia de otras novelas históricas —por eso es atípica, aquí no importa si lo narrado es fiel a la realidad o no: lo que cuenta son los las historias individuales de los niños que marchan, es decir, sus razones para partir y sus sentimientos.

La novela también es una versión y un homenaje literario a La cruzada de los niños (1896) de Marcel Schwob, su precedente directo. En el prólogo de Las puertas del paraísoSergio Pitol, el descubridor y traductor de la obra para el público hispanohablante, indica que la novela de Andrzejewski no solo parte temáticamente del texto de Schwob, sino que también encuentra en él el antecedente de su moderna estructura narrativa. La novela del francés es un mosaico compuesto por los monólogos interiores de la comitiva (imagino, porque no la he leído, que funciona de un modo parecido a Mientras agonizo, de William Faulkner); la del polaco también se compone de monólogos interiores de varios personajes, pero estos no están yuxtapuestos: los flujos de conciencia de los niños y la voz del narrador se entrelazan en una sola frase de 82 páginas, con tan solo un punto al final. Este párrafo interminable hace de la narración un experimento vanguardista de unidad, repetición y simultaneidad poco habituales incluso para el lector de 2012. A esta primera oración le sucede la segunda y última frase, de tan solo cuatro palabras (en polaco): "Y caminaron toda la noche". Por tanto, la estructura está dividida en dos desequilibradas partes: en la primera frase, la que constituye la novela en sí, se nos dan a conocer los personajes y sus motivos para haberse sumado a la marcha. Esta frase representa la columna de niños que se dirige sin descanso a Jerusalén guiada por una fe ciega y pertinaz (tan pertinaz, por cierto, como la negativa de Andrzejewski a dividir el texto en párrafos). La segunda frase, en cambio, es solo movimiento: proyecta el camino que seguirá la marcha, cuyo final no coincidirá con las puertas de Jerusalén sino con una más que probable, pero nunca narrada, perdición. Al acabar la novela, la comitiva se aleja y solo vemos el rastro funesto que va dejando tras de sí a través de esta corta oración.

Los personajes que tejen la historia principal son tres: en primer lugar, Santiago de Cloyes, el adolescente huérfano y excepcionalmente bello y carismático que inicia la marcha pronunciando las palabras arriba citadas; a continuación, Alesio Melisseno, también un joven huérfano, pero adoptado por el mismo hombre que asesinó a sus padres, el conde Ludovico de Vendome, un cruzado que, a su vez, cierra este bizarre (gay) love triangle. Es un triángulo amoroso gay porque los tres vértices son hombres, claro, y es extraño no porque sea gay (la homosexualidad, en la novela, es una forma de amar tan normal y problemática como la heterosexualidad), sino porque no sabemos si Santiago desea realmente al conde Ludovico o solamente lo idolatra: parte del encanto del personaje es el misterio que lo envuelve, especialmente la ambigüedad que recubre su sexualidad, más propia de un ángel que de un quinceañero rebosante de hormonas.

La novela tiene lugar durante el tercer día de confesión de la comitiva infantil, así que asistimos al destripe sentimental de estos y otros personajes. Por ejemplo, de Maud, una chica que reconoce que sigue la marcha solo porque —para variar— está enamorada de Santiago, su hermanastro. Así se confiesa la chica:
"jamás veré el cielo con sus ojos [los de Santiago], jamás sabré qué ve él con sus ojos, contestó en voz baja: sí, padre, es verdad, también ahora, cuando debería abrir el corazón a Dios, pienso más en mi amor que en el hecho de abrir mi corazón a Dios".
¿Qué importa el amor a Dios, aparentemente infinito, frente al amor humano, realmente infinito? Otro caso es el de Roberto, un chico enamorado de Maud; he aquí parte de su monólogo interior:
"jamás deseé ser un hijo desnaturalizado y, sin embargo, en tal me he convertido por amor a una joven llamada Maud, hija del herrero Simón de Cloyes, he hecho lo que he hecho, padre, pero no podía actuar de otra manera, porque sobre cualquier otra cosa en el mundo amo a Maud, la amo a pesar de que ella no me ama, es frágil y delicada, sus pies son menudos y delicados, ya ahora que estamos en camino desde hace unas cinco semanas, veo en sus ojos el cansancio, ¿quién velaría por ella si no estuviese a su lado?, no pude actuar de otro modo, padre, y sin desearlo le he procurado a mi padre con mi partida un gran dolor, entonces comprendí que el sufrimiento es la sombra de todo amor, se puede no amar, mas si se ama el amor se desdobla en amor y sufrimiento".
Más ejemplos: Blanca es una joven que marcha no porque cree que "sobre toda potencia de la tierra y el mar la fe ferviente y la inocencia de los niños pueden realizar las más grandes empresas", sino porque —¡qué original! está enamorada de Santiago; además, no siendo correspondida, sacia sus deseos de amor carnal con Alesio y ¡qué casualidad! ambos piensan en su querido Santiago mientras tanto. El conflicto está servido: todos desean a aquel que no desea a nadie.

A medida que la marcha y las confesiones avanzan, los personajes van, por un lado, dibujando una figura absolutamente idealizada de Santiago, convirtiéndose la novela en unos evangelios sentimentales de un nuevo y joven Cristo, y, por otro lado, los chicos van sacando a la luz los entresijos de sus particulares fes. La fe, la esperanza y la inocencia, supuestos motores de esta cruzada infantil y, aparentemente, valores cristianos que definen la niñez, esconden tras de sí el amor y el deseo, la lujuria e incluso la mera corrupción, auténticos propulsores del mundo; en realidad, no es la fe sino el pecado (o el deseo a través de los ojos de Dios) lo que impulsa la cruzada de los niños. Decía algún filósofo que la fe trae la infinitud al presente, que se anticipa a ella; la novela demuestra, al deconstruir la fe, que solo las pasiones del alma tienen magnitudes infinitas, y, por tanto, facultad motora.

Finalmente, el narrador acaba cediendo el testigo a Santiago y el lector descubre por qué se ilumina e inicia la cruzada de los niños. Es el conde Ludovico quien, tras pasar una noche con Santiago, lo impulsa involuntariamente a emprender su viaje. Sin embargo, el conde confiesa haber descubierto el valor de la inocencia y la pureza infantiles solamente después de cometer un vil acto contra ellas, solamente después de arrasar Constantinopla en nombre de la fe, solamente después de matar a los padres de Alesio, el niño que adoptará y convertirá en su amante:
"tenía poco más o menos tu edad, posiblemente un poco más, cuando comencé a realizar el sueño de mi infancia, cuando el más querido de mis sueños comenzó a tomar vida, todos los días, primero a medida que atravesábamos los países extranjeros en dirección al oriente, después mientras bogábamos en las galeras de los venecianos por los mares orientales, me acercaba a la tumba de Jesús que esperaba de nosotros su liberación, no sabía entonces, ni siquiera en esa noche de primavera, cuando vestidos con el manto blanco de los cruzados, nosotros, caballeros de Cristo, llegamos a los muros potentes y a los bastiones de Constantinopla, en lugar de dirigirnos a los muros de Jerusalén, y asaltamos una ciudad cristiana, llevando dentro de sus muros la violencia, el fuego y la destrucción, en vez de asaltar los muros y bastiones de Jerusalén, aún aquella noche terrible de perjurio en que triunfó nuestra sed de conquista y de rapiña, aún perdida aquella noche en que Cristo fue traicionado, mientras iba al asalto como los otros caballeros, no sabía que iba a privarme hasta el último aliento de esa meta suprema y única de mi vida y que sin ganar nada lo había perdido todo, aquella noche mis manos, hasta entonces inocentes, cesaron de serlo, contaminadas con la sangre que habían derramado [...] pero antes de que aquella infame noche de traición terminase, aquella noche de perjurio y de crímenes, iluminada sólo por los incendios, colmada de gritos de mujeres y lamentos de moribundos, antes de que las luces del alba se levantasen sobre aquel abismo de iniquidad y de sufrimientos, yo había finalmente comprendido que no era con la infracción de las leyes humanas y divinas, no con la sangre inocente empapando nuestras espadas, no mientras en el corazón abrigásemos deseos oscuros e inconfesables, sino que sólo los armados de inocencia y puros de corazón podrían alcanzar las puertas de Jerusalén para verlas abrirse frente a quienes son más próximos a Cristo, sepultado en su tumba solitaria".
Paradójicamente, la fe en la inocencia surge tras su más absoluta corrupción. La marcha de los niños se inicia a consecuencia de un acto abominable: la violencia y el asesinato, primero, y el incesto y la pederastia, después. ¿Cómo puede ser que de la violación de los valores infantiles emerjan los mismos valores? Porque solo la experiencia del mal en carne propia permite conocer y apreciar el bien: el niño no puede saber que el bien es bueno hasta que no experimenta el mal, igual que Adán no pudo tomar consciencia del bien y del mal hasta que no pecó. Pero entonces ya es demasiado tarde: la inocencia, tras el pecado, se convierte en un objeto de deseo tan inalcanzable como Jerusalén.

Al final de la novela, el confesor no puede absolver a Santiago y trata de interrumpir la marcha para impedir su desenlace fatal. Pero es demasiado tarde e, inevitablemente, es aplastado por la cruzada de los niños. Bonita imagen: la fuerza de la fe arrolla al sentido común. (Irónicamente, es un sacerdote quien representa el sentido común y un lego quien encarna la fe.) Solo el lector sabe, porque le han sido revelados los mecanismos de la fe, el error que están cometiendo Santiago y los niños; ellos, en cambio, son la prueba de que la fe ciega es un mecanismo con una inercia imparable.

(Para acabar, otra casualidad entre paréntesis: Bertold Brecht también tiene una obra dedicada a la cruzada de los niños. Es un poema narrativo titulado "La cruzada de los niños" y publicado en 1970. Para aumentar los índices de casualidad, el poema está ambientado en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial; los niños no buscan Jerusalén, sino huir de la guerra, es decir, la paz, otra forma que las puertas del paraíso pueden adoptar.

Aquí va una versión cantada en español. Entre los minutos 2:00 y 2:30, aproximadamente, la escena descrita es genial: al lado de un arroyo, el niño músico puede, por fin, tocar el tambor sin delatar su presencia a los soldados; pero el mismo ruido que los protege —la seguridad— impide que se pueda disfrutar de la música —la libertad.)

1 comentario:

  1. Ostras Guillem, me ha costado acabar la entrada no por lo largo (que tela!) sino porque en cuanto he leído lo de "un mosaico compuesto por los monólogos interiores de la comitiva" y la alusión a 'Mientras agonizo' de Faulkner me ha hecho recordar que quería decirte que el otro día Ródenas dijo que 'El ruido y la fúria', novela construída sobre monólogos interiores, tiene tres precedentes a las que creo que les va bien esta definición que tu has dado de la novela del francés. Al caso, se refería a 'Antología de Spoon River' de Edgar Lee Masters (un cementerio donde los muertos toman la palabra para narrar su historia'; 'Winesburg, Ohaio', de Sherwood Anderson; y por último 'Manhattan Transfer', de Dos Passos. Te ha molao lo de los muertos eh! Es un libro de poemas. Ya me dirás si te animas con alguno. Salud!

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