domingo, 28 de junio de 2015

Fin de curso

La pasada fue mi última semana trabajando en el gimnazjum. Rubén Darío adquiere ahora un nuevo significado, quizá el auténtico: "Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!". No hay serie numérica más infernal que los 13, 14 y 15 años.

Como en la secundaria española, la última semana del calendario escolar en Polonia es algo especial. El lunes, tuvimos una competición deportiva entre tres gimnazjums cracovianos. De 9:00 a 13:00, los profesores y los alumnos pudimos disfrutar de soporíferos partidos de fútbol, ping-pong y voleibol. Cuatro aburridas horas que sólo se amenizaron cuando tuve que hacer guardia en la entrada del polideportivo para evitar que los alumnos se escaparan. Razonar con ellos —en polaco, en inglés y en español— sobre los porqués de su obligatoria permanencia en el recinto agudizó mi adormecido ingenio. Es necesaria una alta dosis de paciencia e hipocresía para defender lo que uno no cree, pero tuve éxito: cualquier cosa antes que regresar a aquel campo de batalla del sopor, colmado de cadáveres de profesores y alumnos sobre los bancos, hermanados por el aburrimiento. No era la primera vez que una actividad escolar era una tortura para el profesorado y el alumnado, incluidas las clases. Pero aquello tampoco consolaba a nadie.

El martes tuve que ir a ver Jurassic World en 3D. Dinosaurios y humanos contra un superdinosaurio modificado genéticamente. Fue, sin duda ni ironía, el mejor día de la semana. El miércoles me tocó asistir a un espectáculo de baile realizado por los estudiantes. El jueves, a la entrega de premios y diplomas, amenizada con música, teatro y poesía. Prefiero evitar las descripciones.

El viernes, por fin, se dieron las notas. Me despedí emocionado de los estudiantes, aunque no creo que interpretaran bien mis sentimientos. No me sentía triste ni exactamente feliz por decirles adiós, sino sólo aliviado. ¿Sólo aliviado? Cuánta dicha en estas dos palabras. Honoriusz se hizo el despistado cuando le dije que hasta pronto, pero vi cierta envidia en sus ojos: la misma de ciertos casados hacia el divorciado.

Salí a la calle pletórico, rejuvenecido. Se habían acabado los muros, las banderas y los dictados vengativos, ya no tendría más pesadillas protagonizadas por los estudiantes

Hace tiempo, un amigo me criticó que lloriqueara tanto por mi curro de profesor de instituto  polaco, tanto en persona como en este blog. "Quejarse de un trabajo durante la crisis es como escribir poesía después de Auschwitz", dijo exactamente. Qué suerte la mía, que nunca entendí a Adorno pero sí a Darío. Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!

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