domingo, 12 de julio de 2015

Cuarto encuentro con los Apocrifílicos (IV)

—Bueno, ¿me dirás dónde se han metido los demás? —le pregunté a Stanisław.

Ya eran las 17:25 y sólo estábamos él y yo en la reunión, ni rastro de Michalina y Honoriusz. Tampoco Stanisław soltaba prenda: en vez de contestar mis repetidas preguntas, me había empezado a contar cómo se habían conocido él y Michalina, no en Rumanía sino en Cracovia. Él había venido a buscar trabajo con su hermano y ella ya estaba de Erasmus, pero aún tardaron un año en conocerse. Durante ese tiempo, Stanisław estuvo hartándose de polacas, poniéndose las botas, empuercándose o atiborrándose de polacas; no sé muy bien cómo traducir la expresión que usó, "drowning in Polish pussy": ¿ahogándose en coños polacos? Las —y los— tuvo de todos los colores, medidas y edades, me contó. Era un don Juan, un Richard Gere, afirmó: les decía un par de frases en rumano, dos más en polaco, les enseñaba el muñón y al bote, me dijo; el resto, ya lo hacían en inglés. Pero para casarse prefería a una rumana: las polacas sólo para jugar, concluyó.

Su imagen desaliñada y su manera de ser no concordaban con su historia de follador de videoclip reggaetonero. No me molesté en decirle nada, cada cual tiene sus mitos.

—Quédate aquí, Gienek, voy a pedir —dijo Stanisław yendo hacia la barra.

No estábamos ni en Massolit ni en Café Szafé, sino en Coffee Cargo. Como todos los locales apocrifílicos, aquel era demasiado sofisticado para nosotros. Café de importación a precios muy elevados, clientela alternativa pero selecta: jóvenes empresarios, expatriados, padres primerizos aún con ansias de hacerse ver. La cafetería era una antigua fábrica o almacén con varios contenedores de carga en vez de habitaciones. Además, estaba justo al frente del edificio donde vivo. Al inicio de cada mes, suelo venir un par de días a buscar un café para llevar, recién molido y con aroma a café; el resto del mes, voy al supermercado de al lado, donde la máquina expendedora escupe un pseudocafé mucho más asequible.

—Aquí está. Qué lentos son sirviendo, ¡madre mía! Pero merece la pena la espera —dijo Honoriusz poniendo dos cafés sobre la mesa—. ¿Habías estado aquí antes?

Cuando vi y olí las dos tazas humeantes me di cuenta de la incongruencia. Soplé la mía y di un sorbo para poder preguntar:

—¿Por qué no estamos bebiendo compota? ¿Qué ha pasado? ¿Es porque no están Michalina y Honoriusz? ¿Dónde están? Di, ¿por qué bebemos café? ¿He hecho algo mal?

Stanisław tomó su taza entre las manos, olió y sopló, pero todavía no bebió. La volvió a dejar sobre el platito:

—Mira, Gienek, no vamos a obligarte a beber compota si no te gusta, si sientes un "odio secreto" hacia ella. Para nosotros, es una manera de sentirnos cerca de casa: la compota es algo que compartimos los polacos, rumanos, húngaros y otros países de la Europa Central y del Este. Pero nosotros no somos unos "aguafiestas", como te gusta decir, no te obligaremos a tomar más compota, no te preocupes.

—Vaya, lo siento —contesté con sentimiento de culpa mezclado con orgullo—. Veo que sigues leyendo mi blog. Es todo un honor.

—Sí, pero no te preocupes, soy el único: ni a Michalina ni a Honoriusz les interesa. A él, porque no puede leer español; a ella, porque sólo usa el ordenador para ver películas y series y hablar con sus padres. De hecho, probablemente yo sea tu único lector, apocrifílico o no. ¿Me equivoco? Seguro que no mucho. Pero me gusta leerte, no te creas, así aprendo un poco de español. Y te agradezco mucho que mencionaras, por fin, mi muñón, otrora invisible. Es todo un honor. Como agradecimiento te he traído a Coffe Cargo: aquí no tienen compota. En parte por eso íbamos normalmente a Massolit y Café Szafé, que sí tienen compota, la bebida apocrifílica por excelencia. Por eso y porque son lugares con pedigrí literario. Massolit es el sindicato de escritores de El maestro y Margarita. En Café Szafé se grabaron algunas escenas de bar de la adaptación cinematográfica de Pod Mocnym Aniołem, o Casa del Ángel Fuerte, una novela autoficcional del polaco Jerzy Pilch. Bastante buena, la novela, aunque la autoficción sólo es una excusa para el tema principal: el alcoholismo.

—Vaya, vosotros también hacéis los deberes. Pero ¿por qué hemos venido exactamente a Coffe Cargo?

—Este lugar no tiene ninguna relación con la literatura. Michalina y yo vivimos cerca, y nos gusta el café. Nada más.

—¡Qué casualidad, como yo!

—Sí, ya nos había dicho Honoriusz dónde vives. Recuerda que es el guarda de seguridad de tu gimnazjum.

—Bueno, ahora es exgimnazjum.

—Ah, sí, sí, ya lo leí. Por cierto, me pregunto si en España escribirías lo mismo. ¿Tendrías valor para criticar tu lugar de trabajo, sabiendo que tus compañeros y estudiantes podrían entender lo que escribes?

—No lo sé. Probablemente no. Pero alguna ventaja ha de tener ser un extranjero.

—Pero ya no podremos contactar contigo a través de Honoriusz.

—Bueno, para algo están los teléfonos, ¿no? Por suerte, esto no es un relato ambientado en la Cracovia decimonónica...

—¿Teléfonos? No me hables de ellos, te recuerdo que trabajo en un call center. Lo último que hago fuera del curro es prestarle atención a mi móvil.

—Qué exagerado eres. Que me manden un mensaje Honoriusz o Michalina. O mandadme un email a nuestro correo, apocrifilicos@gmail.com.

—Es verdad. ¿Y hemos recibido muchos emails?

—No, ni siquiera spam. Así de triste es nuestra no existencia. Pero he abierto un post en un foro sobre literatura, quizá nos echen una mano.

—A ver si funciona. Precisamente ahora, Honoriusz y Michalina están colgando los anuncios que hicimos hace un par o tres de encuentros. Por eso no están aquí. Como no apareciste en la segunda reunión y no habías dicho nada, desconfiamos de ti y no colgamos ninguno. No queremos traidores entre los Apocrifílicos.

—Entonces ¿hoy no hay reunión?

—Claro que sí, pero sólo estamos tú y yo.

—¿Y cuándo conoceré al tal Grezgorz?

—Gienek, no me interrumpas con tonterías. Tengamos la reunión en paz. Entonces, ¿comenzamos? ¿Leemos el Manifiesto? —hice un gesto indefinido con la cabeza—. Como quieras. Bueno, empecemos de una vez la vigésimo sexta reunión de la Hermandad de los Apocrifílicos. Procedo a la lectura del Manifiesto Apocrifílico:
»Queridos hermanos y hermana de la Hermandad Apocrifílica:
»No me interrumpáis mientras evoco de nuevo mi primera experiencia apocrifílica, la semilla de la Hermandad, el porqué de mi gusto por lo apocrifílico. Pasé mi infancia y adolescencia en un pueblecito llamado Albeni, a unos 100km de Bucarest. Era un chico retraído y fantasioso, con cierta tendencia a desconectarme de la realidad. Mi educación, muy deficiente, no logró sino aumentar mi aislamiento. Por suerte para mí, los contactos del hermano de mi padre, policía en Bucarest, me permitieron entrar en la universidad. Fue allí donde poco a poco empecé a hacerme una idea del mundo. En mi primer año de Derecho, tuve que realizar grandes esfuerzos para ponerme al nivel de los demás. Fue en la asignatura de Derecho Romano en la que descubrí el poder de lo apocrifílico. 
»El primer día de clase, la profesora nos dijo que, además del examen final, tendríamos que hacer un trabajo. No olvidaré nunca el tema: el sistema contractual durante los años de la República romana. Aún olvidaré menos aquellas palabras que pronunció con un tono diferente, envolviéndolas en un aura de solemnidad: "hay que utilizar bibliografía". ¿Bibliografía? ¿Qué sería aquello? Para el pardillo de pueblo que entonces yo era, esa palabra resultaba ciencia infusa. Me llevó varias semanas reunir el valor suficiente para preguntarle a un compañero de clase qué significaba. Pues bibliografía significa libros, contestó.
»Aquella profesora hablaba a menudo del Corpus iuris civilis de Justiniano o Triboniano, no recuerdo bien: ya tenía el primer título de mi bibliografía, a pesar de que nunca lo había visto ni, por supuesto, leído. Aunque sabía de la existencia de las bibliotecas, todavía no había comprendido su esencia. Todo el mundo hablaba de libros, pero para mí los libros no eran más que palabras en el viento, entes tan vaporosos y distantes como dios, el gobierno, la URSS o el papa. 
»Asumiendo que nuestra profesora se había inventado aquel Corpus iuris civilis, decidí imitarla e inventar yo mismo el resto de libros de mi bibliografía. Los recuerdo perfectamente. Sistema contractual y tal de Abogadiano. Derecho romano en rumano de Panfilinio. Contratos romanos para rumanos de Tiburcio. Compendio de romanos derecho de Catilinus. Los cité en rumano, inglés y latín. Nunca había trabajado ni trabajaría tan duro, ni siquiera cuando descubrí los libros de verdad. Mi esfuerzo era sincero, puro: infantil.
»Obtuve un 7.
»Unas semanas más tarde, un amigo me llevó a conocer la biblioteca. Meses más tarde, descubrí Solaris de Stanisław Lem. En el segundo capítulo, el narrador describe el planeta Solaris, no directamente, sino a través de los solaristas: los expertos en Solaris, creadores de una abundante bibliografía, que "no habría cabido en la habitación en la que se hallaba". De algún modo, yo había llegado a la misma conclusión: mis falsos libros honoraban el Derecho Romano, lo convertían en algo mayor y mejor, igual que la inmensa falsa bibliografía de Lem sobre Solaris. Antes de que acabara el curso, abandonaría Derecho.
»Brindemos con nuestras compotas y comencemos.
A falta de estas, chocamos nuestras tazas de café.

—Muy emotivo, Stanisław. No sé por qué, pero lo recordaba peor, este Manifiesto Apocrifílico —dije—. Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

—Gracias. No sé, ¿tienes algún libro apocrifílico nuevo?

—Pues no —contesté, y noté su decepción.

—¿Nada? ¿Falsas reseñas? ¿Autoficción? ¿Falsas biografías? ¿Falsos documentales?

—Nada de nada. ¿Y tú, no tienes nada nuevo?

—Tampoco.

—Pues vaya. ¿Y qué hacéis entonces? ¿Qué hicisteis en las veintitantas reuniones que me perdí?

—Pues mucho. Hablar de literatura apocrifílica, descubrir libros y autores, escribir el Manifiesto, sentar las bases de la Hermandad... y luego, charlar, para conocernos o para pasar el tiempo, como todo el mundo. Por ejemplo: ¿qué haces en tu tiempo libre? O: ¿Tienes hermanos o hermanas? O: ¿Te gustó Jurassic World? ¿Y la comida polaca? ¿Y las polacas? ¿Has ido a Rumanía? ¿Sabes bailar flamenco? ¿Y sardanas? ¿Estás aprendiendo polaco? ¿Qué estás leyendo últimamente? ¿Aprobaste tus exámenes? ¿Qué planes tienes para el verano? ¿Practicas deporte? ¿Qué tipo de música escuchas?

Me acomodé en la silla y le di un sorbo al café; empezaba a enfriarse, pero conservaba el aroma. Todavía tardé un poco en responder.

—Uno de mis músicos favoritos es Albert Pla, un catalán que canta en español y en catalán. ¿Te suena? No es conocido fuera de España; dentro, la mayoría lo considera un pirado, un yonki y/o un polemista. Uno de sus mejores discos, o como mínimo uno de mis favoritos, es Veintegenarios en Albuquerque. Había sido censurado años antes por la canción "La dejo o no la dejo", un supuesto enaltecimiento del terrorismo. El disco es un falso directo o falso concierto: grabado en un estudio con la colaboración de varios amigotes que pretenden estar actuando sobre un escenario. Tan falso como la acusación de apología del terrorismo.


—Vaya, no está mal —dijo Stanisław, sorprendido, mientras escuchaba la canción en mi móvil—. Pensaba que no traías ninguna novedad. Es música, pero algo es algo. En la Hermandad Apocrifílica no le hacemos ascos a nada: literatura, cine, música, arte, lo que sea. Aunque tengamos nombres polacos, somos mucho más abiertos.

—Pues deberías escuchar esto también —le contesté poniendo otra canción en Youtube—. Es un grupo de indie pop de Barcelona.

—No me digas: ¿más catalanes? Pensaba que el eslogan era "Catalonia is not Spain", y no "Spain is only Catalonia".

—Se llaman Love of Lesbian y la canción, "Club de fans de John Boy", de su disco 1999. En ella se habla de un falso músico, John Boy, un dublinés boreal, ambiguo y de infancia gris; su falsa música es genial, hay que escucharla en vinilo y todo. El narrador de la canción lo odia, pero va a un concierto y acaba convirtiéndose al johnboyismo. Mira, fíjate en el videoclip: aquí están los dos modernos corriendo, vaqueros y Converse, el chico va diciendo que no es un fan y que sólo va al concierto por ella, pero se le nota que también le gusta John Boy. Y al final resulta que John Boy es Love of Lesbian.


—No está mal: un falso concierto y un falso músico. Por lo que veo, a los catalanes también os gusta lo apocrifílico. Pero no esto de acuerdo con la interpretación de la canción: yo pienso que al chico acaba gustándole John Boy por la chica. Si va al concierto es por ella, porque le gusta la chica y no la música. Pero, claro, si la chica pone la música a tope cuando comen y cuando se excusa para hacer pipí o popó, cuando se reconcilian y cuando follan, cuando se despiertan y cuando van a salir de fiesta, pues es normal que el pobre chico se confunda. Pura ley de contigüidad, condicionamiento pavloviano. Eso no significa, por supuesto, que después no pueda gustarle la banda como a cualquiera. De hecho, a mí me ocurrió algo similar con Aurelia.

—¿Con Michalina? —confirmé.

—Sí, sí, con Michalina. Aunque entonces sólo la llamaba Aurelia. Yo estaba todavía bañándome en jugos vaginales polacos, y no pensaba ni por asomo abandonar aquellos mares. Tenía un trabajo de mierda en un call center, aún peor que el actual, pero era por las tardes, lo que me dejaba las noches libres para seguir haciendo el gamberro como había hecho en Bucarest tras dejar Derecho. Una noche fui con mi hermano a un encuentro de expatriados, que era donde echábamos el anzuelo a las polacas que aparecían por allí, intentando asimismo ellas pescar a algún extranjero. Aquella noche no tuve mucha suerte: hablé con dos o tres, pero había muchos americanos e italianos. Pese a la competencia desleal, no tiramos la toalla sino que seguimos tirando la caña. Todos los que aún teníamos marcha, abandonamos el sitio de la reunión y fuimos a Carpe Diem.

—¿Cuál de ellos? Hay dos Carpe Diem en Cracovia.

—¿Acaso importa? Era el de la calle Sławkowska, creo. Mi hermano y yo íbamos allí cada lunes: una pinta de cerveza valía 3.5zł, menos de 1€. Imagino que tú también ibas cuando eras estudiante de Erasmus: estaba siempre lleno de españoles, otra dura competencia. Solíamos rondar por la barra y las mesas, en busca de ganado polaco; cuando echábamos el lazo, las llevábamos a la pista de baile. Pero aquella noche, aquel lunes ya martes, no tenía suerte. Mi hermano se fue a casa y me quedé sin wingman. A partir de cierta hora es bueno aceptar la derrota y retirarse. Me tomé algunos vodkas más de la cuenta y persistí. Apenas era capaz de hablar inglés con las que me parecían polacas. Fui al lavabo a vomitar, dando tumbos como un loco que regresa a su celda. Tuvo que venir el segurata a sacarme de allí, me había quedado dormido, abrazado a la taza del váter. El portero me obligó a enfilar el pasillo que llevaba a las escaleras que conducían a la calle, pero de fondo oí una canción, venía de la pista de baile: "Rock and Roll" de Led Zeppelin, mi canción favorita, me zafé del gorila y me escabullí de nuevo hacia el pasillo y desaparecí en la pista entre la poca gente que quedaba en pie, moviéndose más que bailando. Supongo que el segurata no me siguió o me perdió el rastro, nadie impidió que me pusiera a bailar como un loco, importándome un comino si me follaba o no a una polaca, bailoteando en medio de aquellos maniquíes, sin pensar que el día después debería enjuagar la garganta antes de coger cada llamada, "It's been a long time, been a long time", para que no se me notara la voz resacosa, "Carry me back, carry me back", acabé en el suelo pataleando y dando vueltas como una tortuga boca arriba, "Open your arms, open your arms", todo el mundo piensa que cuando vives en el extranjero vives como un rey, tenía los ojos cerrados, gritaba la canción como un poseso, tres minutos de furor, hasta que alguien tiró de mi brazo, el brazo del muñón. 

»"Oye, borracho, levanta, que vienen a por ti", me dijo la chica. Me habló en rumano, no la había visto nunca. Salimos de Carpe Diem antes de que el segurata me alcanzara. Ya fuera, me dijo: "También es mi canción favorita, ¿sabes?", me soltó el brazo del muñón y se fue. Acababa de conocer a Aurelia, a Michalina.

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