viernes, 1 de enero de 2016

The Best of 2015

Aprovechando que estoy pasando las vacaciones en Koprivnica (Croacia), aislado del mundo pero con Internet, escribo un resumen de las mejores lecturas de 2015. Aunque no soy muy amigo de las listas, tienen una ventaja innegable y definitiva: son fáciles de leer y de escribir, y ni a mí ni a ti nos apetece ahora mismo hacer grandes esfuerzos.

Así que aquí van los diez mejores libros que he leído este año. No están ordenados de ningún modo. Sobre todo son novelas y cuentos, pero también hay algo de ensayo y de crónica. Hay un guatemalteco, tres españoles (o catalanes), un mexicano catalán, una croata, un ruso americanizado, dos bosnios (uno americanizado) y un serbio. Escriben en español, en inglés, en bosnio y en serbio. Están clarísimos mis intereses, ¿no?


1. Eduardo Halfon, El boxeador polaco (2008).

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) es un guatemalteco con una identidad más bien compleja: de ascendencia judía, polaca y libanesa, además es ingeniero y profesor de literatura y escribe en español a pesar de que ha vivido casi toda su vida en EE.UU. Si esto no basta, en El boxeador polaco inaugura su proyecto literario de búsqueda de las propias raíces, empezando con el abuelo, un judío polaco que sobrevivió a Auschwitz. Aunque un par de cuentos son metaficcionales, la mayoría son más o menos autobiográficos, es decir, autoficcionales (protagonizados y relatados por el mismo Halfon, que ficcionaliza su vida). En ellos, el protagonista (Halfon) conoce a personajes un poco perdidos (Joe Krupp, un profesor experto en Mark Twain), marginados sociales (Juan Kalel, un estudiante y poeta brillante que debe abandonar los estudios) o tan desarraigados como él mismo (Milan, un pianista serbio y gitano). El estilo de Halfon es sobrio y ágil, con súbitos destellos poéticos. Otros de sus libros posteriores continúan algunos de los relatos de este libro: la historia de "Epístrofe" la desarrollará en La pirueta (2010), mientras que Monasterio (2014) es la versión extendida de "Fumata blanca".


2. Enrique Vila-Matas, París no se acaba nunca (2003).

Empezar a leer a Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) no es fácil: no sólo por la vastedad de su obra, sino porque su experimentalismo puede resultar excesivo. Sin embargo, París no se acaba nunca es una buena novela para iniciarse, puesto que contiene los ingredientes principales de su literatura sin empachar. Encontramos autoficción: Vila-Matas relata irónicamente sus años de formación en el París de los años setenta. Y hallamos metaficción y el universo literario vilamatiano ya desde el título, una vuelta de tuerca al París era una fiesta de Ernest Hemingway, una de las referencias principales de la novela, pero por sus páginas también desfilan Marguerite Duras, Georges Perec, Juan Marsé, Juan Benet, Eduardo Mendoza, Roland Barthes y otros habituales de la mitología del autor barcelonés.


3. Slavenka Drakulić, Café Europa: Life After Communism (1996). 

En estos ensayos, la croata Slavenka Drakulić (Rijeka, 1949) retrata cómo era —y en parte sigue siendo— la vida en los países socialistas tras la caída del Muro de Berlín; pero no se trata de meros ensayos políticos: a Drakulić le interesa más cómo vive la gente normal, aunque no por eso evita dar explicaciones históricopolíticas. En "A Smile in Sofia", por ejemplo, intenta entender por qué nadie sonríe en Bulgaria, problema que se podría extender a Polonia u otros países poscomunistas. Uno de los temas recurrentes es el sentimiento de inferioridad respecto a los occidentales que los polacos, yugoslavos, checoslovacos y demás comparten. Si algo me gusta de Drakulić —tuvo que exiliarse en los primeros años de la guerra—, es lo crítica que es con la Croacia contemporánea: la acusa de poca autocrítica hacia la época ustacha, de querer borrar de sopetón el pasado (el socialismo de Tito) y de no respetar las minorías étnicas (Istria) dentro de Croacia.


4. Vladimir Nabokov, Pnin (1957).

Sin ser tan rompedora como Pálido fuego ni tan escandalosa como Lolita, con Pnin Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899-1977) logra una novela sólida, más tradicional y de un humor refinado, británico. El protagonista es Pnin, un excéntrico profesor de literatura de origen ruso que enseña en una universidad estadounidense, como el mismo Nabokov. Es un profesor de segunda clase, menospreciado por sus compañeros e inadaptado; el lector se reirá de él, pero también llegará a sentir compasión. Probablemente, Pnin fue el modelo de otros profesores fracasados como el Wilt de Tom Sharpe o el Stoner de John Williams. Como toda novela de campus, pues, Pnin critica la universidad, pero también la sociedad americana en su conjunto. La prosa de Nabokov es tersa y elegante, sin excesos, la envidia de cualquier escritor cuya lengua materna sea el inglés.


5. Miljenko Jergović, Sarajevo Marlboro (1994).

Tuve el placer de leer los cuentos de Miljenko Jergović (Sarajevo, 1966) este verano en Sarajevo, su ciudad natal y la que les sirve de escenario. Sin embargo, se pueden leer en cualquier lugar y transmiten la misma sensación de asfixia y derrota: Jergović los escribió en la Sarajevo sitiada por los serbios y los publicó antes de que terminara el asedio, y es precisamente la atmósfera de aquella ciudad-cárcel lo que marca las vidas de los personajes. El estilo es sencillo, sobrio, heredero de Raymond Carver; a veces parece que los cuentos no cuentan nada, todo queda soterrado en la antiépica característica del estadounidense. El héroe aquí no es el soldado, sino el ciudadano; por ejemplo, Mr. Ivo, el viejo que pacientemente les da agua de su pozo a todos los vecinos que suben la cuesta hasta su casa.


6. Javier Cercas, El impostor (2014).

La historia que relata Javier Cercas (Ibahernando, 1962) es conocida por todos: Enric Marco se hizo pasar por superviviente de un campo de concentración nazi, fue presidente de la Amical Mauthausen y dio numerosas charlas sobre sus falsas experiencias, hasta que en 2005 un historiador descubrió que todo era un fraude. Como en Soldados de Salamina y en Anatomía de un instante, Cercas parte de un relato real. En las tres novelas, que forman algo así como una trilogía de la historia española reciente —tres hitos y mitos—, encontramos ficción, ensayo y crónica en diferentes dosis: si en Soldados prevalecía la ficción y en Anatomía el ensayo, El impostor es sobre todo una crónica. La obra podría haber sido mucho más corta, mucho más documental, pero Cercas prefiere novelizarla, se mete en ella como un personaje, el investigador, y va desgranando poco a poco todas las mentiras de Marco, a la vez que reflexiona sobre ellas. Quizá esto sea un acierto, o quizá Cercas debería haberse quedado al margen.


7. Juan Marsé, La ronda del Guinardó (1984).

Esta novela corta contiene lo más característico de Juan Marsé (Barcelona, 1933) condensado, aunque el lenguaje es más depurado, más contenido, que en otras obras que le he leído. La acción de La ronda del Guinardó sucede durante un día de la Barcelona de posguerra: como en una tragedia griega, sus personajes descubrirán algo para lo que no están preparados. El protagonista es un detective que va a buscar a una adolescente que debe identificar el cadáver de su supuesto violador, pero esta se resiste y el policía la va acompañando por el Guinardó mientras realiza sus recados (y pecados). Este paseo o ronda le sirve a Marsé para presentar la sórdida Barcelona de los cuarenta, la represión sufrida por los catalanes y los demás derrotados, la violencia ejercida por el franquismo.


8. Aleksandar Hemon, The Question of Bruno (2000).

Junto a Eduardo Halfon, Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964) ha sido uno de los descubrimientos de este año. Como el pseudoguatemalteco, Hemon tiene una identidad compleja: nació en Sarajevo en una familia bosnia con raíces ucranianas, pero en 1992 la guerra con Serbia lo pilló en un viaje a los Estados Unidos, por lo que decidió exiliarse; al igual que Nabokov, con el tiempo adoptó el inglés como nueva lengua literaria, aunque ya había publicado algo en bosnio. Los relatos de The Question of Bruno, todos más o menos interconectados, son bastante autobiográficos, pero se alejan de El boxeador polaco: el narrador no siempre es Hemon, el estilo es más barroco, desenfadado y humorístico, y algunos experimentos lo acercan a David Foster Wallace y otros autores posmodernos. En "Exchange of Pleasant Words" Hemon cuenta la historia de su familia desde sus orígenes ucranianos, que culmina con la celebración de la Hemoniada, una reunión familiar. "The Life and Work of Alphonse Kauders" es lo que los Apocrifílicos llamarían una falsa biografía: el tal Alphonse Kauders habría conocido a Stalin, Hitler y Tito, habría escrito una enorme bibliografía sobre los bosques, etc. En "The Sorge Spy King" un niño (Hemon) cuenta la historia de su padre, detenido por conspirar contra Tito; el relato se bifurca: en las notas al pie de ciertas palabras clave, se cuenta la historia de Richard Sorge, el espía soviético que avisó a Stalin de la Operación Barbarroja de Hitler, pero aquel lo ignoró. El penúltimo texto es una novela corta, "Blind Jozef Pronek & Dead Souls", la vida de un inmigrante bosnio en Chicago, como el mismo Hemon; su primera novela, Nowhere Man, vuelve a contar la historia de Jozef Pronek.

9. Danilo Kiš, Una tumba para Boris Davidovich (1976).

Danilo Kiš (Subotica, 1935-1989) fue un autor serbio que escribía en serbio, hijo de un judío húngaro que murió en un campo de concentración nazi. Sin embargo, Una tumba para Boris Davidovich no critica la locura nazi sino la soviética: cada uno de los siete cuentos que lo componen es una biografía de un hombre que sufre las terribles consecuencias de las persecuciones ideológicas de la Unión Soviética. Los Apocrifílicos las llamarían falsas biografías: la alambicada prosa de Kiš está plagada de fechas, personajes históricos y documentos que sobrecargan de verosimilitud las atormentadas existencias de los protagonistas. Está claro que Jorge Luis Borges es una de las influencias de Kiš —aunque este es mucho más político que aquel—: cuando publicó este libro en Yugoslavia, fue acusado de escribir contra el régimen de Tito y de plagiar al decadente escritor argentino; también está claro que Kiš es una de las influencias de Aleksandar Hemon.


10. Jordi Soler, Los rojos de ultramar (2004).

Como Eduardo Halfon, Aleksandar Hemon y Danilo Kiš, el escritor mexicano Jordi Soler (La Portuguesa, 1963) tiene una identidad compleja: nació en México, en una familia de republicanos catalanes exiliados, por lo que escribe en español mexicano pero habla catalán. Los rojos de ultramar cuenta precisamente la historia de su abuelo, un catalán que tuvo que huir de Barcelona cuando las tropas franquistas estaban a punto de tomarla. La novela es parecida a Soldados de Salamina de Javier Cercas: Soler enrevista a su abuelo Arcadi e investiga su pasado familiar: primero en Barcelona, luego en el exilio francés, después en el campo de Argèles-sur-Mer, a continuación en México, donde se reunirá con su mujer y su hija y donde tiene algunos trabajos mal pagados y funda con otros catalanes la plantación de café de La Portuguesa. La vida en este microclima catalán en plena jungla mexicana parece sacada de Cien años de soledad o alguna otra novela del realismo mágico —los insectos y otros animales, la turbia vida de los criados—, pero la historia de Arcadi entronca con Cercas y la tradición de escritura de no ficción, a pesar de que es posible que Soler se conceda algunas licencias literarias.

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