Con la excusa de que en abril se celebraba el 400 aniversario de la muerte de Cervantes, decidí leer su biografía (una de ellas). Descarté la más reciente, La invención de la ironía de Jordi Gracia, porque es un poco difícil conseguirla en Cracovia y porque Alberto Olmos la ha (des)calificado como "filología de ficción", y me fío bastante de su criterio. Además, mi padre tenía en casa Las vidas de Miguel de Cervantes de Andrés Trapiello. ¿Cómo no fiarse de alguien que ha escrito dos secuelas del Quijote y lo ha puesto en castellano actual?
En abril, los encuentros de un colombiano, un mexicano y un español para hablar de literatura han seguido teniendo lugar. Lo último que hemos leído en la dead poets society también entra en lo mejor de abril: A sangre fría de Truman Capote.
Por otro lado, este mes he tenido la suerte de empezar a dar un curso de literatura española del siglo XX en una de las escuelas donde trabajo. Como uno de los autores de los que hablaremos es Manuel Chaves Nogales y las magníficas crónicas de A sangre y fuego, he decidido remediar un poco mi desconocimiento del periodismo literario. Por suerte, la editorial Libros del Asteroide está haciendo una gran labor para recuperar a los Truman Capote españoles: Chaves Nogales, Gaziel, Xammar, Augusto Assía y Ramón J. Sender, de quien he podido leer Viaje a la aldea del crimen.
Finalmente, para compensar tanta no ficción y tanta seriedad, he leído una descacharrante novela de otro autor que he incluido en el curso de literatura: Ávidas pretensiones de Fernando Aramburu.
1. Andrés Trapiello, Las vidas de Miguel de Cervantes (1993)
Esta es la primera biografía que leo entera, hasta el final, y eso ya dice mucho de ella. Y no es solo porque me pueda interesar Miguel de Cervantes, sino también —y sobre todo— por la escritura de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953): el autor leonés conjuga la rigurosidad de un investigador con el encanto de un buen novelista. El título —las vidas y no la vida— remite a dos ideas capitales para entender el libro. Por un lado, a la multitud de vidas que vivió Cervantes: soldado, prisionero, poeta, comisiario de provisiones, novelista, cobrador de impuestos, etc.; por el otro, a la imposibilidad de escribir una sola vida de Cervantes, pues la documentación disponible es escasa y en muchos casos solo permite hacer hipótesis (quizás tuvo esta vida, quizás tuvo esa otra). Si algo admiro en los escritores, por lo común orgullosos, es la capacidad de admitir los propios límites, y a Trapiello no le tiembla la mano cuando escribe que no sabe algo, que no está seguro o que solo está suponiendo. Eso sí, su conocimiento del Siglo de Oro y del escritor alcalaíno son considerables, sin llegar a entorpecer nunca la lectura con detalles enciclopédicos. Incluso critica a otros biógrafos por haber inventado demasiado y haber creado la leyenda de la miseria de Cervantes, no tan severa como a muchos románticos les habría gustado.
Es difícil que un libro cuyo desenlace ya conoces te enganche durante toda la lectura, pero A sangre fría lo logra, y eso es lo que más me impactó. Truman Capote (Nueva Orleans, 1924 - 1984) sabe que al lector le interesan los detalles más morbosos —el brutal asesinato de la familia Clutter y el origen de los asesinos— y va dosificándolos a través de las casi 400 páginas, como un buen narrador, entre otros detalles para nada secundarios: las vidas de los policías investigadores, de los vecinos de Holcomb, de los compañeros de celda de Dick y Perry, etc. Pero, además de un gran libro, Capote creó —con el permiso de Rodolfo Walsh— la primera "novela testimonio", acercándose a las metas de los realistas (presentar el mundo objetivamente), de los naturalistas (resaltar el determinismo) e incluso de la poliédrica novela total (agotar la realidad desde todos los ángulos). Y A sangre fría es aún más: es la catedral del culto a la violencia constitutivo de nuestra sociedad. Se pueden rastrear sus huellas en el cine (Tarantino, los hermanos Coen, etc.), en series (Fargo, True Detective...), libros (American Psycho) y otras novelas de no ficción (Helter Skelter). Quizás el único pero de esta obra se encuentre en sus fundamentos: el exceso de objetividad. ¿Quién puede creerse hoy en día que Capote no inventara ni siquiera un poco, que no manipulara la información para crear una escena perfecta? En el siglo XXI, sabemos que no existe lo objetivo y, de hecho, le exigiríamos al autor que se incluyera en la obra y que nos presentara su punto de vista. Incluso querríamos saber qué sintió, qué problemas tuvo durante la investigación y la escritura (como sucede en Capote, la genial película con Philip Seymour Hoffman).
Es inevitable leer Viaje a la aldea del crimen en comparación con A sangre fría, a pesar de que los separan muchos años y circunstancias. Si la obra de Truman Capote presenta el asesinato de una familia a manos de dos psicópatas, el libro de Ramón J. Sender (Chalamera, 1901 - 1982) investiga los sucesos de Casas Viejas: lo que empezó como un levantamiento anarquista de campesinos en un paupérrimo pueblo gaditano (del 10 al 12 de enero de 1933) desencadenó una brutal represión perpetrada por la guardia civil y de asalto (25 víctimas) y acabó con la caída del primer gobierno de Azaña durante la Segunda República. Pero si Sender no hubiera publicado las crónicas que desvelaron lo ocurrido, quizás la matanza de los campesinos sublevados no habría tenido consecuencias políticas. Así, Capote investiga a fondo un suceso por todos conocido y lo concibe inicialmente como un libro, mientras que Sender tiene que sacar a la luz —primero en el periódico y luego en libro— unos eventos ocultados por la autoridad. A diferencia del estadounidense, Sender acierta al incluirse en la narración desde el principio, cuando aún no sabe que tendrá que dejar constancia de que intentarán censurarlo. Sin embargo, chirría un recurso utilizado desde la primera crónica: solo llega a Casas Viejas cuatro días después de la matanza, pero le pide al lector que imagine que el avión en el que viaja ha dado varias vueltas en dirección opuesta al sol para ganarle "cuatro días al tiempo" y poderlo observar todo en directo (¡sic!). Pese a este desliz inexplicable, Viaje a la aldea del crimen se trata de un documental necesario que recuerda las duras condiciones de vida del campesinado y la impune violencia de las fuerzas del orden.
En el Convento de las Espinosas se celebra la tercera edición de las Jornadas Poéticas, que congregan a lo mejor del mundillo poético español: los metafísicos y los realitas, el consagrado y viejo poeta ciego don Mateo Gil y su joven y atractiva secretaria-lazarilla-amante, dos poetas lesbianas y amantes, la depresiva y desquiciada Amalia Solárzano, etc. Si aún no es evidente el tono satírico de la novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), puedo añadir que uno de los poetas come setas alucinógenas y se caga encima, que el organizador de las Jornadas es el crítico y poetilla Lopetegui alias Lope, que a don Mateo Gil le gusta la lluvia dorada, en fin, cualquier cosa alejada de la poesía. Los títulos de las tres partes de la novela confirman el carácter del libro ("Planteamiento", "Nudo" y "Desenlace"), así como el estilo, una parodia del lenguaje poético. En otras palabras, Ávidas pretensiones continúa la tradición humorística española más grotesca: desde La Celestina hasta Eduardo Mendoza, pasando por la picaresca, Quevedo, el Quijote y el esperpento de Valle-Inclán (los poetas de Aramburu se burlan de Juan Ramón Jiménez, deporte nacional literario practicado por el trío Dalí-Buñuel-Lorca y por Antonio Orejudo en Fabulosas narraciones por historias). En definitiva, una gran novela para todo amante de la poesía y/o de las rencillas literarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario