jueves, 12 de mayo de 2016

Un ateo en la JMJ (1)

1. Esperando a los bárbaros

Del 16 al 21 de agosto de 2011, se celebró en Madrid la XXVI edición de la Jornada Mundial de la Juventud, la JMJ 2011. Era el verano del 15-M y de los indignados, las plazas de toda España eran una fiesta; yo vivía en Barcelona, estudiaba Humanidades, tenía 24 años y creía que JMJ significaba Jesús, María y José.

Aunque esas jornadas religiosas habían sido anunciadas por el papa Benedicto XVI en 2008 y todo el mundo hablaba de ellas, yo era tan feliz que no sabía de su existencia. La religión siempre me ha llamado la atención, pero supongo que entonces me preocupaban más otras cosas: estaba estudiando mi segunda carrera —de letras, la anterior fue informática—, es decir, viviendo una segunda juventud o alargándola. Quizás debería haber pasado aquellos días en Madrid, pero estaba en Barcelona.

Como cualquier agosto, Barcelona estaba llena de turistas. Pero alrededor de aquella semana, imagino que antes y después, la ciudad condal sufrió un boom turístico, como si hubieran desembarcado cientos de cruceros, como si se volvieran a celebrar unas olimpiadas. Unos meses antes, el 7 de noviembre de 2010, el papa había visitado Barcelona para consagrar la Sagrada Familia: no hubo tantísima gente. De cualquier modo, en Barcelona hay eventos una semana sí otra también: la feria de no sé qué, el congreso de no sé cuántos, el aniversario de quién sabe qué. Aquellas siglas, JMJ, flotaban en el ambiente, pero podían significar cualquier cosa; no iba muy desencaminado cuando les atribuí cierto aroma a cirio: Jesús, María y José. 

No noté nada extraño hasta que una noche salvaje —calurosa, a rebosar de turistas y locales a rebosar de alcohol y hormonas— estaba cruzando la Rambla. Mi compañero de piso y yo íbamos del Gótico al Raval, de tomar unas cervezas a beber otras. En medio de la calle, se nos acercó una pareja, chico y chica, con camisetas amarillas, y nos dieron unos folletos. Sin mirarlos, imaginamos que eran flyers para entrar en alguna discoteca.

—Would you like to come with us? —nos preguntó ella en inglés, nada extraño en los repartidores.

Mi amigo y yo le hicimos alguna bromita obscena a la chica e ignoramos al chico. Nos fijamos en que ambos llevaban la misma camiseta amarilla que todos los turistas de aquellos días. Sobre el fondo amarillo, el rojo de una corona con forma de M (Madrid, María) y encima una cruz, como un cuadro de Tàpies coloreado con Photoshop.

—¿De qué es esta camiseta? —le preguntamos a la chica.

Nos habló de la JMJ que se estaba celebrando —o se había celebrado ya, no lo recuerdo— en Madrid. No acabé de entender en qué consistían esas jornadas, quizás a causa del alcohol o de que el inglés de la chica no era muy bueno, aunque intuí que en realidad ella tampoco sabía por qué estaba allí, en Barcelona, y no en Madrid, en su país de origen o en cualquier otro sitio. 

Pero gracias a ella comprendí que la marabunta que invadía Barcelona eran los jóvenes peregrinos que se dirigían a Madrid, se habían extraviado o ya habían estado allí. Sin embargo, no me parecían demasiado devotos ni buenos cristianos: a pesar de su juventud, la mayoría bebía alcohol con una ansiedad, exhalaba una lascivia y se comportaba con una falta de civismo propias de los turistas más bastos. Ya han llegado los bárbaros, pensé.

—Entonces, ¿venís con nosotros o no? —insistió la chica de la camiseta rojigualda—. Vamos a la playa a rezar —señaló hacia el final de la Rambla—. Cerca de la estatua de Colón, rezaremos todos juntos.

Aquellos bárbaros iban a rezar en grupo en la playa de Barcelona: ver para creer. Si querían expiar los pecados de aquella monumental Sodoma y Gomorra, tenían trabajo para rato. Le dijimos que no a la chica y se fueron un poco desilusionados, pero unos metros más allá detuvieron a otros incautos. Mi amigo y yo seguimos nuestra noche de fiesta y nos olvidamos de aquel encuentro.

Sin embargo, me quedó un regusto amargo de aquellos días. No entendí entonces ni he logrado entender después en qué consistían las JMJ, ni por qué había tantos peregrinos en Barcelona si la sede era Madrid. Pero tengo la sensación de que viví de refilón algo histórico sin darme cuenta de ello; bueno, nos puede pasar a todos. Tras la explicación de aquella chica, me enteré de que en Madrid hubo protestas y disturbios, imagino que aquello sí fue un pandemónium. Dos millones de jóvenes, por buenas que sean sus intenciones, han de causar estragos por fuerza.

Del 26 al 31 de julio de 2016, en apenas dos meses y medio, se celebrará la XXXI JMJ en Cracovia. Ahora vivo aquí, en Cracovia, tengo 29 años y trabajo como profesor de español, pero durante la JMJ tendré fiesta, como mucha gente, a causa del esperado evento. Se prevé que uno o dos millones de jóvenes invadirán la ciudad, de unos 760.000 habitantes. Parece que esta vez estaré en el centro del huracán, aunque solo sea por tres días: el 29 de julio volaré a España. Es una buena ocasión para intentar entender este acontecimiento incomprensible, no importa que uno sea un poco ateo.

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