viernes, 21 de octubre de 2016

Sobre 'La España vacía' de Sergio del Molino

"Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón."

Antonio Machado


El mito de las dos Españas está en el ADN español; la sangre que late en el corazón de cada españolito será de uno de los dos colores disponibles o no será. Por un lado, está la España tradicionalista, conservadora, religiosa y nacionalista, más cercana al Siglo de Oro que al XXI. Por otro, la España moderna, liberal, plurinacional, demócrata y, por qué no, republicana, comunista, socialista o anarquista. Curiosamente, ninguna de las dos Españas tiene nombre; el segundo y último elemento que comparten es el odio a la otra España, el famoso cainismo español cantado por Antonio Machado. Hasta hace poco, uno podía simplificarlo todo en la siguiente ecuación política: la primera España es el PP y la segunda, el PSOE. Y si a uno no le importaba meter un poco más el dedo en la llaga, también podía reducirse a los dos bandos de la Guerra Civil.

Pero el 15-M, el relevo generacional, la crisis económica, la Unión Europea y quién sabe qué otros factores están desmontando el relato, están desmitificando las dos Españas. En nuestra España ya no hay solo dos Españas, las dos Españas de Machado, dicen los defensores de la tesis. La situación política les da la razón: se ha jodido la ecuación del bipartidismo. ¿Se está reconfigurando el mito de las dos Españas en dos nuevas Españas: los partidos de la Transición versus los partidos post 15-M? ¿O hay ahora tantas Españas como partidos políticos? Pues no lo sé, pero parece que las Españas solo logran estar de acuerdo en no estar de acuerdo. El cainismo sobrevive a la caída del mito: sean cuales sean las Españas actuales, una de ellas ha de helarte el corazón.

El mundillo literario también se está haciendo eco del resquebrajamiento del mito. Juan Soto Ivars acaba de publicar el sintomático ensayo Un abuelo rojo y un abuelo facha: manifiesto contra el mito de las dos Españas. Pero yo he venido aquí a hablar de otro ensayo, igual de sintomático.

* * *

En La España vacía, Sergio del Molino presenta una tesis muy interesante y fructífera: hay dos Españas, sí, pero no son las dos Españas que nosotros creemos. Por un lado, está la España vacía, es decir, la España del interior, despoblada y tradicional, invisible u olvidada; Del Molino la circunscribe a la Meseta Central: las dos Castillas, Extremadura, Aragón, La Rioja y la Comunidad de Madrid, excepto la capital, claro. Por otro lado, la España llena, es decir, la España con salida al mar y a Europa, muy poblada y moderna, protagonista indiscutible de la historia porque es quien la escribe. El mapa de las dos Españas de Sergio del Molino quedaría así:


La España vacía y la llena "parecen países extranjeros el uno del otro", pero "la España urbana no se entiende sin la vacía". A partir de esta tesis, Del Molino desarrolla un ensayo muy ameno y fructífero; se nota que es novelista y periodista, ya que su prosa es envidiablemente seductora y a la vez comunicativa, sin caer en la falta ni el exceso de estilo. En seguida nos convence de que las diferencias extremas entre la ciudad y el campo hacen de España un país diferente de Francia, Alemania, Italia y demás, confirmando que Spain is, one more time, different. También nos cuenta que el origen del mito de la España vacía y la llena, el acontecimiento que vaciará una y llenará la otra, no es la Guerra Civil sino los años sesenta y setenta, es decir, la época de las grandes migraciones del campo a la ciudad. Son los días del Gran Trauma, según lo bautiza Del Molino.

Aunque La España vacía está muy bien documentada, los datos no entorpecen la lectura; de hecho, la fuente principal de las reflexiones del autor son las producciones culturales y su propia experiencia como periodista. Las referencias al cine y a la literatura, pero también a las series y la música, sirven de ejemplo para ilustrar sus ideas: Las Hurdes, tierra sin pan de Luis Buñuel es el paradigma de los salvajes abandonados; las películas de Paco Martínez Soria y las novelas de Juan Marsé y Francisco Candel retratan la dura vida de los inmigrantes en la gran ciudad; las letras de Obús expresan el inconformismo y el orgullo de los jóvenes del extrarradio (los inmigrantes de segunda generación). La España vacía ha llenado mi lista de lecturas pendientes: solo por eso ya es una lectura satisfactoria.

Sin embargo, el éxito del libro radica también en sus agudas interpretaciones sociopolíticas y culturales. Por ejemplo, el fantástico análisis que hace del carlismo: este movimiento fue el único que surgió realmente de la España vacía para cederle el turno de palabra; el resto del tiempo, la España llena ha creado el discurso de la España vacía, ha hablado por ella incluso cuando ha intentado escucharla (las circunscripciones electorales, esa espada de doble filo). Como diría Gayatri Spivak, el subalterno no puede hablar. También me ha fascinado su explicación de las imitaciones de Joaquín Reyes en La Hora Chanante: aplicar el habla manchega, el habla de la España vacía, a personajes famosos no es sino una subversión del lenguaje estándar, el lenguaje de la España llena. Bill Gates, Chimo Bayo, Chuck Norris, David Hasselhoff, Cyndi Lauper y otros hablando como gañanes nos hacen reír porque, en el fondo, se trata de un acto reivindicativo. ¿Y si el español gañán fuera la norma?

En alguna ocasión, puede que Del Molino caiga en el horror vacui hispanicus, latinajo que, por qué no, significa "interpretarlo todo según la tesis de la España vacía" o "reducirlo todo al binomio campo-ciudad". Por ejemplo, cuando dice que el público urbano disfrutó del realismo mágico de Cien años de soledad a causa del imaginario rural de la novela: "El realismo mágico, en el fondo, no es más que la sublimación mitológica de un imaginario rural evocado desde grandes ciudades para un público urbano que está viviendo una gran transformación". Pero en la mayoría de ocasiones me ha dado la sensación de que la aplicación del concepto de la España vacía es muy pertinente. Especialmente cuando habla de los charnegos de Barcelona, tanto la primera hornada, en la cual aún pesa la vergüenza de los orígenes (Marsé, Candel), como la segunda, mucho más orgullosa de las raíces (Francisco Casavella, Javier Pérez Andújar). Solo me ha faltado que respondiera a esta pregunta: ¿por qué los inmigrantes de Madrid no generaron una producción literaria tan interesante como los de Barcelona? ¿Será porque el conflicto de los charnegos es a la vez de clase y de identidad nacional?

Con La España vacía se goza mucho y se aprende más. ¿Podemos pedirle otra cosa a un ensayo? Pues en este caso también se puede decir que es una obra pertinente, lo que explica su éxito: no solo tiene voluntad generacional, sino que además trata de sustituir el belicoso, obsoleto y dañino mito de las dos Españas. Porque por desgracia el relato que se suponía que iba a acabar con la animadversión mutua de las dos Españas, el mito de la reconciliación de las dos Españas, nacido durante la Transición y con ecos recientes en Soldados de Salamina y más antiguos en Manuel Chaves Nogales, está tocado de muerte. Estos días nadie se cree lo de El abrazo de Juan Genovés; el cainismo sigue en plena forma, aunque los que se odian sean otros. La herida histórica que partía por la mitad España —desde las guerras carlistas hasta la Guerra Civil y el franquismo— no acaba de cicatrizar nunca. Así que quizás sea bueno prestarles atención a las secuelas de otro trauma: el Gran Trauma de la emigración que nos propone Del Molino. Porque solo un mito puede acallar otro mito.

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