Este sábado fui con un amigo, llamémosle L, a ver la exposición Souvenir. Martin Parr, fotografia i col·leccionisme, en el CCCB.
—¿Te apetece ver la exposición del fotógrafo Martin Parr? —me preguntó, de improviso, L.
—Eeeeestooo —dije, alargando las vocales para elaborar una excusa y escaquearme—... Depende: ¿de qué va?
—Pues... de turismo de masas, o algo parecido.
Mierda. Así me convence cualquiera.
* * *
Martin Parr retrata, o documenta, lo más banal y lo más olvidado —por ser demasiado evidente—: la clase media. (La clase media es también lo que somos todos, ricos o pobres, cultos o incultos, poderosos o débiles, guapos o feos: la clase media, más alta o más baja, se ha universalizado.) En la exposición, se incluyen fotografías de tema turístico —una de las actividades que define a la clase media— y colecciones de objetos turísticos —postales, relojes, alfombras...—. En el fondo, foto y regalo son ambos souvenirs: los recuerdos del viaje, el botín del turista.
—Coleccionar fotos es un modo de coleccionar el mundo, decía la escritora Susan Sontag —nos cuenta el guía de la exposición, un modernete barbudo—. La fotografía, sobre todo la fotografía turística, es un modo de capturar la experiencia, de materializarla.
En general, una fotografía sirve para estimular el recuerdo (siempre que la fotografía sea más o menos personal, claro). Es una forma de reconstruir un yo ya desaparecido porque ha cambiado: pertenecía a otro espacio y a otro tiempo. Es, en fin, la droga de la memoria, y, como las drogas, no crea imágenes de la nada, sino que las rescata del olvido.
Pero Martin Parr no se pone, por suerte, tan filosófico. De hecho, sus fotografías no necesitan guía; al contrario, se explican solas porque son el mero reflejo de nuestro comportamiento.
Esta es una de las fotos más espectaculares de la exposición.
—En ella —sigue diciendo el guía—, se puede apreciar cómo concibe la fotografía del turismo (o del turista) Martin Parr. En primer lugar, desplaza levemente el punto de vista habitual de la fotografía turística, explicitando sus mecanismos, siempre artificiales. De este modo, convierte un posado, que implica impostura, repetición y banalidad, y que es lo propio de la fotografía turística, en un robado, algo un poco más espontáneo, o auténtico, e irónico a la vez.
—En otras fotografías —continúa el guía—, como esta, consigue el mismo efecto situándonos, simplemente, detrás del fotógrafo-turista. Hay que recordar, por cierto, que la cámara fotográfica es el arma que define al turista, equivalente a la espada del caballero cristiano o a la bota del futbolista. Aquí también se puede apreciar, de forma un tanto exagerada, la tendencia mimética del turista con el entorno.
—Es verdad —dice L—. Si vamos a Barcelona o a Berlín, nos convertimos en unos modernos enrojecidos.
—Y en Londres —interrumpo a L— somos bohemios y sofisticados.
—Y en París, unos románticos —dice L.
—Sí, y en la India, religiosos y místicos. Y en Lloret de Mar, unos mandriles desbocados —sentencia el guía—. Y así sucesivamente... Los tópicos suelen acertar bastante.
En definitiva, Martin Parr se da cuenta de que el turista quiere convertirse en otro (y en cierto modo lo consigue). Se podría decir que hacer turismo es simular vivir, durante unos días, otra vida.
—El turista vive teatralmente o cinematográficamente —sigue el guía—, porque tiene un guión y lo interpreta. Las guías turísticas son, sobre todo, listas de marcadores turísticos, aquellas imágenes que sintetizan el lugar visitado, que condensan, supuestamente, su esencia histórica, social, cultural, etc. En Barcelona, por ejemplo, tenemos la Sagrada Familia o el Camp Nou.
El guía hace una pausa y nos mira.
—Sí, sí, claro, claro —digo, atropelladamente—, y en Berlín está el Muro de Berlín o la Puerta de Brandeburgo. Y en París, la Torre Eiffel.
—Y en Pisa, la otra Torre, la de Pisa —dice L.
—Muy bien, muy bien —asiente, rebosando satisfacción, el guía—. De todo esto se puede deducir que el turista no conoce los sitios que visita, porque no los visita por primera vez, sino que los reconoce o los recuerda.
—Es un ser muy platónico, el turista —dice L—, muy reminiscente.
—Mirad qué guapo sale Martin Parr en esta —continúa el guía, omitiendo las observaciones filosóficas—. Aquí vemos otro aspecto interesante de Parr: no se considera alejado de la clase media, sino parte de ella. No es una ironía distanciada y elitista, la suya, sino autocrítica. El término camp, desarrollado también por Susan Sontag —el guía hace una breve pausa; parece experimentar cierto placer, no sé si al pronunciar la palabra camp o si al hablar de Susan Sontag—, el término camp, decía, ayuda a comprender mejor la mirada o la sensibilidad de Martin Parr. Lo camp sería el gusto por el artificio y la exageración, por lo extravagante. Es la complacencia en lo vulgar y en el aspecto no natural de las cosas. Se trata del gozo por la réplica y la impostura. La sensibilidad camp es fruto del hartazgo propio de la opulencia.
Etcétera.
* * *
—Oiga —le pregunta un visitante al guía cuando acaba la visita—, entonces, ¿cómo se supone que hay que viajar? ¿Por qué viajamos? ¿Para qué sirve viajar? ¿Existen aún los viajeros, o somos solo turistas? ¿Viajamos para creer que salimos de la rutina y poder crear recuerdos que, en el fondo, ya tenemos? ¿Por qué queremos vivir todos las mismas experiencias? ¿Solo se puede viajar de un modo auténtico, o sea, como lo hace Martin Parr, con una mirada irónica o camp, en busca del mal gusto del turista, que es en realidad el mal gusto de todos?
Creo que represento a la voz de todos al pedir más historias en las que aparezca ese L. tan interesante. Tu bloc nunca había molado tanto (guiño, guiño)!
ResponderEliminarSe me había olvidado contestarte :P Pues sí, un tipo curioso el tal L, a ver si aparece más a menudo, que antaño tenía más protagonismo :P
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