Cruzando la plaza del MACBA observo que, a primera hora de la mañana, ofrece una diversidad social considerable. (Soy un observador matutino nato: a más legañas, mayor perspicacia.) El grupo de vagabundos local, los barrenderos con su coche de limpieza, los niños que van al colegio, los guardas de seguridad del museo, etc. Dos mossos d'esquadra motorizados armonizan el conjunto y pacifican a un par de mendigos con más ganas de juerga de la tolerada. No echo de menos a los skaters y su legión de mirones que se adueñarán de la plaza más tarde. Sí echo de menos, en cambio, a los lateros, habituales del turno de noche. Las latas de cerveza que aún motean el cemento, como amapolas sobre un campo de trigo, suplen en parte su ausencia. También me ponen un poco nostálgico.
La estación de Bicing me adjudica la séptima bicicleta. Hay dos niños sentados en la séptima y la octava. Pedalean como si les fuera la vida hasta que se percatan de que una de sus bicis me pertenece durante la próxima media hora; bajan al instante; sacan mi bici del anclaje y me la entregan con diligencia.
—¡Muchas gracias! —les digo emocionado. Me siento aliviado, porque estaba seguro de que se la iban a querer llevar. El sentimiento de culpa por haber llamado ladrones a unos niños de diez u once años sustituye rápidamente al alivio.
—De nada, señor —dicen al unísono mientras se van corriendo hacia el colegio. Están tan contentos por haber sido útiles que me contagian su alegría pueril, eliminando todo rastro de nostalgia o culpabilidad. Llego a perdonarles que me hayan llamado señor. Llego incluso a pensar que la felicidad es una suma de grandes pequeños instantes como este, y tonterías parecidas.
Mi contento se completa cuando subo a la bicicleta y me pongo en movimiento. Para mí, no hay mejor despertar que recorrer Barcelona en bici a las ocho de la mañana.
Por la calle del Carme, suben algunas persianas, se abren puertas y ventanas. Como Argos, toda ciudad es un gigante de mil ojos. La cima de la belleza ocular es el ojo dormido que despierta; por eso las ciudades están más guapas cuando se despiertan, o al menos Barcelona; luego suelen ponerse insoportables, y no hay belleza que valga. Puestos a personalizar ciudades, si los pechos de Cataluña son, como decía Jacint Verdaguer, el Montseny y Montserrat, Barcelona es una ciudad de penes: la torre Agbar encabeza el skyline de miembros, seguida por las torres Mapfre y el Hotel Arts; no será la más alta, pero sí la más bonita.
Pensamientos tan poéticos como estos me embelesan cuando estoy a punto de chocar contra un camión de la basura, parado en medio de la calle. Corrijo la trayectoria y me subo a la acera. La maniobra me sale cara y le pego un codazo a un transeúnte inocente. Me insulta y recrimina mi falta de civismo. Levanto el brazo pidiéndole perdón, le grito que ha sido sin querer y vuelvo a bajar la acera. Debería de haberme parado para que percibiera la sinceridad del arrepentimiento en mi rostro, pero llego tarde a clase. Por suerte, mi buen humor no ha menguado por este amago de accidente.
Bajar en bicicleta por la Rambla casi vacía —de personas y de coches— es una delicia. (Durante el día, la Rambla es un infierno atestado de turistas; por la noche, es otro tipo de infierno, ni mejor ni peor pero infierno al fin y al cabo; solo es soportable durante las primeras horas de luz.) Los mossos aún no tienen trabajo, así que se reúnen en grupos de cuatro y comentan los porrazos y las multas que repartieron ayer, lo malos que somos todos, o qué sé yo. Están tan contentos que no les importa que me salte los semáforos en rojo. Saltarme semáforos en rojo cuando voy en bici aumenta mi felicidad a cotas insospechadas; si hay un grupo de mossos cerca, mejor. Es como una droga. Mi sueño es recorrer toda la Rambla en rojo, encadenando infracciones leves hasta Colón. Uno es sencillo y tiene suficiente con transgresiones así de ridículas.
Si algún turista madrugador quiere cruzar, me detengo y le cedo el paso, faltaría más. Entonces me siento como un César que perdona una vida. La otra gran satisfacción del ciclista es zigzaguear entre los coches. (Para poder saltarse el semáforo en rojo, evidentemente.) Adelantarlos mientras están atascados me reafirma en mi fe ciclista.
En el paseo Colón, puedo ir por fin por carril bici. Aquí las bicis son, supuestamente, dueñas de un espacio. Lo que define a la bici en el espacio urbano es que no tiene un espacio propio: no es bienvenida ni en la acera ni en la carretera. Allí, la bici molesta a los que van a pie porque va demasiado rápida; aquí, a los coches, porque va demasiado lenta. El carril bici es un apaño que solo roba espacio a transeúntes y vehículos. En este tramo, como en la mayoría, los peatones invaden tranquilamente el hábitat natural de la bici. Como me he saltado varios semáforos en rojo, no me enfado con ninguno: los insulto sin pasión al pasar y les suelto un par de timbrazos; nada más.
Frente al parque de la Ciutadella, cerca del final de mi trayecto diario, está mi tramo favorito. Aquí entran y salen los coches de los políticos del Parlament, y quizá los de los empleados del zoo. Cada vez que paso por delante, me río con este chiste histórico-geográfico de juntar, en una antigua ciudadela militar española, a políticos catalanes y a animales enjaulados.
Si algún turista madrugador quiere cruzar, me detengo y le cedo el paso, faltaría más. Entonces me siento como un César que perdona una vida. La otra gran satisfacción del ciclista es zigzaguear entre los coches. (Para poder saltarse el semáforo en rojo, evidentemente.) Adelantarlos mientras están atascados me reafirma en mi fe ciclista.
En el paseo Colón, puedo ir por fin por carril bici. Aquí las bicis son, supuestamente, dueñas de un espacio. Lo que define a la bici en el espacio urbano es que no tiene un espacio propio: no es bienvenida ni en la acera ni en la carretera. Allí, la bici molesta a los que van a pie porque va demasiado rápida; aquí, a los coches, porque va demasiado lenta. El carril bici es un apaño que solo roba espacio a transeúntes y vehículos. En este tramo, como en la mayoría, los peatones invaden tranquilamente el hábitat natural de la bici. Como me he saltado varios semáforos en rojo, no me enfado con ninguno: los insulto sin pasión al pasar y les suelto un par de timbrazos; nada más.
Frente al parque de la Ciutadella, cerca del final de mi trayecto diario, está mi tramo favorito. Aquí entran y salen los coches de los políticos del Parlament, y quizá los de los empleados del zoo. Cada vez que paso por delante, me río con este chiste histórico-geográfico de juntar, en una antigua ciudadela militar española, a políticos catalanes y a animales enjaulados.
Ai quins records de la meva estimada Barcelona!!! i sobretot de Ciutat Vella!!!
ResponderEliminarTotalment d’acord en que els matis és la millor etapa de la ciutat; sobretot per fer esmorzar!!! jeje!!!
Posats a recordar Verguer: “ Dolça Catalunya, pàtria del meu cor, quan de tu s'allunya d'enyorança es mor”. I que agosarat Guillem comparant-te amb el pare de la Reinaixença: el temps recordarà a mossèn Cinto pels pits i a tu pels membres virils!!!
Per cert, m’alegra saber que el Stalinisme post-modern ens controla; fent honor a la meva imatge de perfil orwelliana!!! Merci Big Brother Melgar!!!
EliminarHòstia, ara m'he en recordat de l'esmorzar aquell a la Barceloneta, estava molt molt bé aquell bar! A veure si aquest estiu quan corris per aquí repetim esmorzar (sense mudança després, això sí xD tot i que també va ser entretinguda).
EliminarI sí, en Luis ens va observant per veure que no ens portem malament :P (estalinisme post-modern... aquesta és bona xd).
Esmorzar viril cada dia!!! Que aquí no saben el que és!!! L'alcohol s'ha d'ingerir al matí, que a la nit provoca ressaca!!!
EliminarPlas, plas, plas (de aPLAuSo, claro!) mis queridos padawans. Contar conmigo para lo del desayuno. Ahora estoy tan sano que me jodería morirme así, sin comer una mañana con vosotros aceite de freidora a cucharadas.
EliminarEn fin, sobre lo de la fauna humana de la ciudadela había un chiste, no? Algo como cual es el único lugar de catalunya en la que te puedes encontrar a tres burros? (también hay un colegio de primaria, de ahí la perfecta tríada).
Ignasi, yo creo que puesto que los lectores del bloc somos un selecto petit comité te podrías arrancar con una "oda a Amsterdam en bicicleta" por aquello de ver el contraste entre una ciudad donde la bici es invasora y otra donde es autóctona.
Apa macus, abrazos!
M'apunto al suggeriment d'en Luis!
EliminarBueno bueno bueno... aquí quedando para almorzar en un futuro inminente y no cuentan con una. Esta me la guardo.
ResponderEliminarJa t'avisarem si et portes bé, Cris :P Ara, pensa que menjarem i beurem molt i ens sortirà la vena indesitjable xd
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