miércoles, 30 de mayo de 2012

Vacaciones en Babelcelona (I)

1
Para variar, llego tarde al encuentro con mi prima, llamémosla M, en plaza Cataluña. No soporto llegar tarde, pero tampoco puedo evitarlo: es algo insoportable. El abarrotamiento de la Rambla me ralentiza y exaspera aún más.

Un grumo extremadamente denso de turistas, sudando bajo el sol del mediodía, me corta definitivamente el paso: si intento avanzar me quedaré entre ellos, atrapado como una mosca en una telaraña, aunque todo mucho más pegajoso y más salado, más peludo, más carnoso y con más extremidades. Así que doy un rodeo a la masa de gente y de rebote descubro qué llama su atención.

Una estatua humana. (¿Qué otra cosa si no?)

Viajamos para embobarnos frente a la Sagrada Familia, la Casa Batlló o cualquier obra de arte, pero también para contemplar cómo una persona disfrazada y maquillada pasa un calvario por nosotros. Como cuando paso por delante de la Sagrada Familia o de la Casa Batlló, no le hago ni caso a la obra de arte. El arte al aire libre, por muy viviente que sea, siempre corre el peligro de no provocar nada más que indiferencia en el espectador, de perder su categoría para ser mero mobiliario urbano. Supongo que la estatua humana regula el tráfico, como un semáforo o una rotonda: aglomera gente para que el resto de la ciudad sea más transitable.

2
M me espera frente al café Zúrich, hablando por teléfono. Me sonríe y le devuelvo la sonrisa. Mientras acaba de charlar, nos alejamos del café y volvemos a la Rambla. Creo que nunca he ido al café Zúrich, como tampoco he comido paella con sangría en ningún bar de la Rambla. Jamás he aguantado más de un minuto las piruetas callejeras breakdancers, como mucho alguna actuación musical, aunque tampoco he asistido a ningún espectáculo de flamenco. Hace muchos años que no voy al zoo o al Camp Nou o al Museo Picasso o al Maremagnum o al Parque Güell o al Poble Espanyol; hace tanto que quizá ni siquiera he ido. Creo que odiaría esta ciudad si viniera como turista.

—Hola —me dice M, guardándose el móvil en la mochila.

—¿Has ido alguna vez al café Zúrich? —le pregunto, mientras nos confundimos en la masa grasienta de la Rambla como dos pedazos de barro en la tierra. 

—¿Hola?

3
En la playa de la Barceloneta no se puede estar. Esto ya lo sabíamos, pero somos así. Empiezo a leer El hombre que inventó Manhattan, de Ray Loriga. M duerme, o dormita, o lo que se pueda hacer rodeado de una multitud en una playa. El servicio de megafonía pide precaución a los bañistas, pero los bañistas no oyen nada porque están muy lejos; los vigilantes siguen precaviendo.

Tres chicas con rasgos orientales hablan animadamente a nuestro lado.

—Oh, guapa, ¿tienes novio?

—Sí.

—Es guapo, lo vi en Facebook.

—¿Tú de dónde eres?

—De Corea. ¿Y tú?

—En Corea los chicos guapos no quieren novias.

—¿Y son guapas, las chicas?

—Sí, yo soy de China. Aquel amigo tuyo era muy guapo. ¿Cómo se llamaba?

—Es el novio de una amiga.

—Ella es muy guapa y muy amiga.

—Los guapos en China nunca quieren casarse.

Y así durante un buen rato hasta que me duermo. Quizá usaran la palabra guapo alguna vez más, no lo recuerdo bien.

4
A las seis de la tarde, la megafonía nos informa de que el servicio de vigilancia playera ha concluido. Si tenemos alguna emergencia, podemos llamar al 112. Los vigilantes bajan de sus atalayas, el coche de los mossos también se va. Sigo leyendo.

A partir de las seis de la tarde, el vocabulario de la novela empieza a cambiar. La primera intrusión que noto es beer, o amigo, no estoy seguro. Aparecen otros sustantivos, como masaje y Coca-Cola, incluso sintagmas nominales: mojito fresquito y coco bueno. Los verbos no cambian, y empieza a extrañarme que vendan pareos y tatuajes en una novela, pero sigo leyendo: no es más raro que venderlos en la playa.

5
En 4 días, iremos 3 veces a la playa de la Barceloneta, siempre al mismo hueco (uno le coge cariño a cualquier cosa). Cruzaremos 6 veces la Rambla. Iremos de cañas unas 4+3+6 veces. Tomaremos chipirones, hummus y kebab. En conjunto, todo muy sano y multicultural. Oiremos 2 conversaciones surrealistas, contando la de las chinas y coreanas. Veremos unos cuantos capítulos de alguna que otra serie. Bajaremos en 1 sola bicicleta desde Gracia hasta el Raval algo borrachos, donde tomaremos 1 licor café de despedida.

4 comentarios:

  1. ... no sin pasar por alto la notoriedad que da ser normal en una ciudad así, lo banal de no ser moreno ni blanco, de tener el cabello marrón y también los ojos, hablar castellano y/o catalán, tener conversaciones sobre el día a día y lo abstracto de la vida, etc. Y, por supuesto, aprendiendo desde la normalidad que nos caracteriza sobre la belleza esclava, la depilación cuestionable y lo absurdo de una mezcla falsa de ignorancia disfrazada de multiculturalidad y cosmopolitismo (si es que existe realmente esta palabra)... Creo que, como bien dijiste, "futurístico" lo define todo. En fin, han sido unos días maravillosos. Mil gracias por todos ellos

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    1. Sobre "lo fu-turístico" se puede escribir un libro! XDD Un beso!

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  2. Cuando abrimos bien los ojos... pasa de todo!!
    No hace nifalta ir al teatro, aunque esto no está bien que lo diga yo.

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