domingo, 17 de junio de 2012

"Reconstrucción", de Antonio Orejudo

Reconstrucción (2005), de Antonio Orejudo, es una novela histórica ambientada en la Europa de la Reforma Protestante.

Sin embargo, el título ("Reconstrucción"), la nota introductoria del autor ("Esta es una obra de ficción, pero contiene datos históricos") y la frase de apertura ("La historia comienza con el obispo Frederick levantándose de la cama y pidiendo un baño perfumado") indican que no nos hallamos frente a una novela histórica convencional —en que se nos presentan unos datos históricos supuestamente objetivos—, sino ante una novela consciente de ser novela, que quiere saberse ficción y está orgullosa de ello, y no teme, además, reflexionar sobre el mismo acto de narrar. En este sentido, lo que el narrador dice del relato del protagonista, Joachim Pfister, es aplicable a toda la obra:
"Pfister comienza a desgranar unos episodios que sucedieron hace veinte años. Parece que está recordando el pasado, pero en realidad Pfister está hablando del presente, de sí mismo, de quién es él y de cómo ha llegado hasta allí. Cuenta hechos más o menos reales, sucesos que se han conservado gaseosos en el limbo de su memoria, flotando junto a otros más o menos imaginarios. Aquello, que fue tan real mientras sucedía y que de pronto se evaporó, va cobrando cuerpo de nuevo. No es que el verbo se haga carne; es que el verbo es la única carne. Lo que Pfister cuenta no es lo que sucedió, sino el relato de lo que sucedió. Pero eso no le resta valor como testimonio ni como instrumento de análisis. Al contrario: lo que Pfister cuenta es una materia mucho más rica que la constituida únicamente por lo sucedido. Aquellos hechos que conserva la memoria son las semillas que han germinado con el tiempo gracias a la imaginación. Son sucesos que se enriquecen solo por el hecho de contarlos, de someterlos al juicio de otra persona."
Los "episodios que sucedieron hace veinte años" los relata el narrador en el primer capítulo de la novela, "Conversación". Se trata de una conversación porque Pfister y su interlocutor comentan la narración, la reconstrucción de su vivencia de la Rebelión de Münster (1534-1535). Durante 18 meses, Münster se convirtió, según Jan Matthys (1500-1534), líder y profeta anabaptista que murió durante el sitio a Münster, en la "Nueva Jerusalén"; fue un intento de establecer un gobierno comunal independiente de la Iglesia, un restablecimiento de lo que los anabaptistas creían que había sido el cristianismo originario.

Pfister participó en aquella revolución: es un personaje basado en Bernd Rothmann (1495-1535), otro líder y reformador anabaptista. Tras finalizar sus estudios, Bernd, formidable orador, empieza así su primer sermón crítico con el catolicismo, el discurso que prenderá la llama de la futura Rebelión de Münster:
"—Si algo he aprendido en estos cinco años de estudio es que la Iglesia católica, empezando por nuestro querido obispo Frederick, es una institución tumefacta y podrida. Nuestro deber como cristianos es prenderle fuego y destruirla. Y para que veáis que no exagero os voy a contar en orden cronológico todo lo que he tenido que hacerle a ese viejo impotente que veis ahí para poder salir de Münster y estudiar teología."
Bernd participó en la Rebelión de Münster y no dejó rastro tras su fin, así que Orejudo aprovecha esta laguna histórica para crear un personaje con un pie en la realidad y otro en la ficción, el tipógrafo Joachim Pfister, la nueva identidad adoptada por Bernd para escapar de la persecución de la Inquisición. Su nuevo oficio no es casual: pasa de orador, un propagador oral de ideas, a tipógrafo, propagador por escrito de ideas.

El otro personaje importante de la novela es Miguel Servet (1511-1553), teólogo y científico español, conocido sobre todo por su trabajo sobre la circulación pulmonar en La restitución del Cristianismo. La publicación anónima de este libro, herético y peligrosísimo para la Iglesia Católica, es lo que une a Servet con Pfister: la Inquisición encarga al segundo que busque a su autor. La novela se convierte por momentos en una novela policíaca, la búsqueda de un hereje desconocido. Además, asistimos a otra reconstrucción, la de Servet como personaje histórico y ficcional, ya que no aparece directamente en la obra, sino a través del relato de diversos personajes —una amante, antiguos profesores, un amigo médico, etc.—, de la opinión que el mismo Pfister se forma de él como autor leyendo sus obras, de un minucioso informe que la Inquisición elabora de él, etc. Servet es, al final, una especie de protointelectual capaz de morir por fidelidad a sus ideas; vamos, un romántico o un Sócrates.

El retrato de Orejudo de la Rebelión de Münster y de los personajes implicados en ella muestra que toda utopía, en contacto con la realidad, se convierte en distopía. Casi todas las revoluciones, desde la Revolución Francesa hasta la Revolución de Octubre, ejemplifican el mismo proceso de totalitarización de los movimientos utópicos; otras obras de ficción, como Rebelión en la granja, también dan fe de ello. De hecho, la peligrosidad de las ideas —sobre todo, las más sencillas y por tanto efectivas—, su corruptibilidad y la imposibilidad de adaptarse al mundo son los temas fundamentales de Reconstrucción:
"—¡No os podéis imaginar la cantidad de hombres y mujeres que vinieron a Münster de todas las partes del mundo! —exclama Krug mirando a los suyos—. Esas ideas siguen vivas [...]. Otra cosa es que esas ideas fueran traicionadas. Que lo fueron. Pero eso no es culpa de las ideas. Eso es culpa de las personas.
—Yo pienso exactamente lo contrario [dice Pfister/Bernd]: si las personas no son capaces de poner en práctica unas ideas, el problema está en las ideas. Porque las personas somos como somos, y las ideas han de tener en cuenta nuestras debilidades y nuestras ambiciones. Las ideas, si no hay personas que las pongan en práctica, no sirven para nada. El problema es que cuando uno cree estar luchando por una idea en realidad está luchando por el beneficio de una persona. Quien empieza negando la autoridad ajena acaba siempre imponiendo la suya."
(La penúltima frase revela otra triste evidencia: en verdad, uno casi nunca lucha por ideas, sino por intereses personales. Es decir, los ideales solo encubren los intereses personales.)

La figura de Pfister encarna otros temas importantes, como la imposibilidad de huir del pasado (la Inquisición descubre su identidad anterior y lo chantajea para que busque a Servet) y el abandono de los susodichos ideales. En cuanto a esto último, Pfister y Servet se complementan a la perfección: el primero es un revolucionario desencantado, alguien que ha experimentado la imposibilidad de restituir el cristianismo primigenio y que acaba trabajando por los que, años atrás, lo hubieran matado; el segundo, en cambio, sigue creyendo en su posibilidad, hasta morir en la hoguera, por hereje. Para Pfister, la vida está por encima de las ideas, mientras que Servet está dispuesto a morir por ellas. (Ironías de la historia, es el protestantismo —el propio Calvino— el que lleva a término el juicio y la quema de Servet.) Cuando Pfister va a Ginebra a en un intento desesperado de salvar a Servet, y en parte también a sí mismo, conoce a Kostelka:
"Kostelka dice [de Servet] que hay que ser muy honesto, muy fiel a las propias ideas, que hay que ser un tipo muy duro o muy cabezón, o que hay que estar muy loco, o que hay que tener una ingenua confianza en la ley de los hombres para soltarle públicamente todo esto a Calvino, sabiendo que tu vida depende únicamente de su criterio disfrazado de voluntad divina. Porque en Ginebra casi todos piensan que Calvino actúa en nombre de Dios y que a nadie le duele más que a él que Servet no muestre arrepentimiento. Kostelka dice que los ginebrinos se han granjeado muchos enemigos, y que estos enemigos usan la libertad para intentar destruirlos. Todas las sociedades tienen derecho a defenderse, es cierto, pero matar a un hombre, viene a decir Kostelka, no es purificar una iglesia. Matar a un hombre es matar a un hombre."
En fin, Reconstrucción nos dice, entre otras cosas, que la vida humana, una sola vida humana, está por encima de cualquier ideología; en otras palabras, una muerte invalida cualquier ideología que la haya provocado.
"—Claro que creo en cosas. Creo en las perdices escabechadas, creo en este vino, creo en el coito, creo un poco en la amistad, pero poco. Y creo que ningún afán, por hermoso y justo que pueda parecer, merece el sacrificio de un solo individuo."
La historia pone de manifiesto la trágica paradoja de que, sin muerte, no se pueden imponer las ideologías, pero al mismo tiempo todo lo que nace de la violencia nace envenenado.

3 comentarios:

  1. hmmmm... Te lo compro aunque sé que quiero diferir de la última frase y ahora mismo no se me ocurre nada. La última cita es buena. Si hubiera estado al principio, lo habría leído con mejor cara. Un día, en serio, tienes que contarme el secreto de tu forma de leer.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La última cita es cojonuda, sí. Es la típica que parece que habla el autor directamente!

      Eliminar
  2. Las citas del final están inspiradas en el "Castellio contra Calvino" de Zweig, Antonio Orejudo lo reconoce al comienzo del libro, aunque no da la fuente exacta. En "Los girasoles ciegos" Alberto Méndez introduce una reflexión parecida sobre esta paradoja, cuando uno de sus personajes dice algo así como que "no hay ningún motivo para matar a otro ser humano y menos por ideas". Por lo demás, estupenda reseña, a la altura de una muy buena novela.

    ResponderEliminar