Subo al tren empapado por la lluvia y, mientras busco un asiento, me despido de Girona echándole un último vistazo. Un domingo pluvioso, el viento y los colores siempre otoñales, la luz que todo lo agrisa: Girona en estado puro. La fisonomía melancólica de Girona invita a la despedida. Dicho de otro modo: vamos a Girona para poder marcharnos de ella.
El tren arranca y me aparta de mis elucubraciones, así que elijo un sitio y empiezo a descargar la mochila, la bolsa con tuppers y otras chucherías —cortesía materna— y el abrigo calado.
—¡Hola, Guillem, cuánto tiempo! —oigo que me dice alguien. Antes de girarme, una gota de sudor frío me recuerda, atravesándome la espalda, que tendré que hablar con esta persona durante todo el trayecto de tren hasta Barcelona.
Me giro y sonrío de puro alivio: es una antigua compañera de un antiguo trabajo que —¡uf!— me caía muy bien. No habrá descenso a los infiernos, solo conversación agradable.
—¿Qué tal va todo? —me pregunta E, por llamarla de algún modo—. ¿Aún estudias aquello... cómo se llamaba?
—Sí —respiro profundamente—, Humanidades. ¿Y tú que estudiabas?
—Psicología —me responde E. Sonrío de nuevo, esta vez por dentro, imaginando nuestro reencuentro en la cola del paro.
La charla sigue por los derroteros dictados por el arte de ponerse al día: que si trabajo aquí o allá, ahora vivo en tal sitio, qué te has hecho en el pelo, etc. Cuando se agota el presente, se rescata el pasado: ¿te acuerdas de aquella noche...?, ¿dónde parará fulano?, en realidad aquel curro no estaba tan mal... Exprimido el pasado, doy un salto adelante:
—Por cierto, ¡el año que viene me voy a Cracovia de Erasmus! —le digo, añadiendo algo de entusiasmo.
—¡Muy bien! Pero, ¿Cracovia? Eso es Polonia, ¿no?
—Bueno... yo quería irme a Alemania o Austria —me excuso—, pero como no sabía alemán...
—¿Y sabes polaco? —me interrumpe.
—No, pero las clases son en inglés —hago una pausa y respiro profundamente—. También descarté Londres por ser enorme y cara...
—¿Y no será mejor Italia, Portugal o Francia? Hará menos frío...
—Si ganara Hollande me lo pensaría... —digo, por decir algo: joder con la psicóloga—. Portugal no deja mucho espacio para viajar... Italia no me apasiona demasiado... Y, de todos modos, ya me han dado la plaza para Polonia.
—Vaya, que te vas a Cracovia como podrías irte a Guadalajara, ¿no? —cómo aguijonea, la psicóloga—. Yo al menos habría elegido algo menos frío.
—Oye, ¡que voy a clases de polaco y todo! —me defiendo.
—Claro, las ilusiones hay que alimentarlas. Como la pareja que redecora el comedor para tener algo por lo que discutir.
Glups. La psicóloga se las trae. Cojo fuerzas, respiro, me pongo cómodo en el asiento-diván y continúo.
—Bueno, E, la verdad es que tampoco he reflexionado mucho sobre el porqué del destino...
—¿Y has pensado por qué quieres irte, precisamente ahora, de Erasmus?
Jo. Qué tía, cómo aprieta las tuercas.
—Pues...
—¡Era broma, hombre! —sonríe, por fin, la maldita, y me da una palmada en la espalda—. Todos tenemos derecho a desaparecer una temporada. Apagar el móvil o, mejor aún, no cogerlo si te llaman, borrar la cuenta de Facebook, no responder los emails, no felicitar ni un solo cumpleaños, pasar el día leyendo y mirando películas, desinstalar el Skype, no dar la dirección a ningún conocido, no recibir ni una sola visita, viajar sin compañía, etc. En fin, convertirse en un desaparecido. ¡Soy la mayor admiradora del aislamiento voluntario!
Joder con E, la muy psicóloga.
Dejo pasar unos minutos. Mientras el silencio va asentándose, dudo si reanudar la peliaguda y peligrosa conversación o aislarme voluntariamente durante lo que queda de trayecto. Nunca había experimentado un silencio tan cómodo: es la calma después de la tempestad, de la tunda psicológica.
Al final, sin embargo, me quedo con un término medio —y, por tanto, inocuo—: hablar de la crisis económica y del fin de Guardiola.
—Claro, las ilusiones hay que alimentarlas. Como la pareja que redecora el comedor para tener algo por lo que discutir.
Glups. La psicóloga se las trae. Cojo fuerzas, respiro, me pongo cómodo en el asiento-diván y continúo.
—Bueno, E, la verdad es que tampoco he reflexionado mucho sobre el porqué del destino...
—¿Y has pensado por qué quieres irte, precisamente ahora, de Erasmus?
Jo. Qué tía, cómo aprieta las tuercas.
—Pues...
—¡Era broma, hombre! —sonríe, por fin, la maldita, y me da una palmada en la espalda—. Todos tenemos derecho a desaparecer una temporada. Apagar el móvil o, mejor aún, no cogerlo si te llaman, borrar la cuenta de Facebook, no responder los emails, no felicitar ni un solo cumpleaños, pasar el día leyendo y mirando películas, desinstalar el Skype, no dar la dirección a ningún conocido, no recibir ni una sola visita, viajar sin compañía, etc. En fin, convertirse en un desaparecido. ¡Soy la mayor admiradora del aislamiento voluntario!
Joder con E, la muy psicóloga.
Dejo pasar unos minutos. Mientras el silencio va asentándose, dudo si reanudar la peliaguda y peligrosa conversación o aislarme voluntariamente durante lo que queda de trayecto. Nunca había experimentado un silencio tan cómodo: es la calma después de la tempestad, de la tunda psicológica.
Al final, sin embargo, me quedo con un término medio —y, por tanto, inocuo—: hablar de la crisis económica y del fin de Guardiola.
Voluntari?
ResponderEliminarBé, ja que hi som, aprofito l'avinentesa per enviar-te petons a 1500 km; que fa massa que no ho faig!!!
ResponderEliminarJoder, has aprofitat per fer comentaris eh? XDD
ResponderEliminarSi l'aïllament no és forçat, serà voluntari, no? En fi, no li donis més voltes, em retrobo amb gent rara al tren -_-
Molts petons per tu també ;)