Cuando Hannah Arendt publicó sus filosóficas crónicas del juicio
de Eichmann en Jerusalén, generó enormes controversias en
diferentes países y ámbitos. Desde el punto de vista de la
filosofía, su tesis de la banalidad del mal tampoco escapó a la
polémica: la filósofa alemana afirmaba que no todos los seres
malvados eran monstruos o psicópatas, sino que también podían ser
personas normales, banales. Eichmann era malo porque era un buen
trabajador y cumplía la ley, eso sí, en un sistema enfermo,
totalitario.
Slavenka Drakulić trasladó la tesis de
Arendt al Conflicto yugoslavo y, como había hecho en su momento la
filósofa judía, la escritora croata fue al Tribunal Penal
Internacional de La Haya para presenciar los juicios de Slobodan
Milošević y otros
criminales de guerra. Las referencias a Arendt no terminan
aquí, porque también el título de la obra de Drakulić,
No matarían ni una mosca (2004), es una expresión usada por
aquella para referirse a los monstruos de la banalidad.
Sin embargo, la obra de Drakulić es más
accesible que la de Arendt: no es tan filosófica, es más
ensayística. La autora croata combina la
crónica de los juicios de La Haya con la biografía de los
criminales juzgados, la historia de los Balcanes con las reflexiones
morales. E incluso las anécdotas personales tienen su lugar en No
matarían ni una mosca, ya que la escritora croata sufrió en su
propia piel el nacionalismo desbocado de los 90 que conduciría a la
sangrienta guerra. Por culpa de un artículo anónimo, que acusaba a
cinco periodistas, todas mujeres, de ser “brujas” que “violaban”
Croacia por no condenar con firmeza suficiente las agresiones
externas, Drakulić empezó a recibir
amenazas de muerte y tuvo que exiliarse. Su biografía debería
bastar para garantizar la objetividad de su relato.
La lectura de No matarían ni una mosca es indispensable para
comprender cómo se llegó a la tragedia balcánica, pero también es
muy útil para entender la actualidad. Si bien el escenario
español de octubre de 2017 está muy lejos del yugoslavo de finales
de los ochenta y principios de los noventa, se pueden encontrar
algunos puntos de contacto entre ambas situaciones políticas; quizás
demasiados. Y recordemos que la banalidad del mal surge precisamente
a causa del ambiente, es decir, del sistema.
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