domingo, 29 de octubre de 2017

29 de octubre. Joanna Russ, 'El hombre hembra'

Joanna vive en el Nueva York de los años 70. Jeannine, en un universo paralelo, un mundo aún más heteropatriarcal donde nunca tuvo lugar la Segunda Guerra Mundial y que sigue inmerso en la Gran Depresión. Janet es de otro universo paralelo: Whileaway, una avanzada sociedad en la que una plaga mató a todos los hombres 800 años atrás y desde entonces las mujeres se bastan y se sobran para todo. Finalmente, Jael vive en uno donde hombres y mujeres están en guerra constante. Estas son las Jotas, las cuatro protagonistas de El hombre hembra (1975) de Joanna Russ.

Sin embargo, lo más jugoso de la novela no es que el lector pueda visitar estos cuatro mundos tan diferentes, sino que los visiten las Jotas: las cuatro mujeres viajan de una dimensión a otra, de la propia a las ajenas. A este tipo de desplazamiento interdimensional, Russ lo llama “viaje en la probabilidad”, ya que los infinitos mundos paralelos son las probables ramificaciones que pueden surgir de cada elección: hay un universo donde yo no he escrito nada de esto, pero también un universo donde he escrito algo diferente, y otro donde en vez de una coma puse un punto y coma, etc. Así, en su mundo Janet nunca ha conocido a un hombre y ha crecido educada solo por mujeres, pero tras viajar en la probabilidad vive en el universo de Jeannine, donde el feminismo apenas está presente y las diferencias sociales entre hombres y mujeres son abismales. Por supuesto, las contradicciones y la injusticia de los roles de género son subrayadas en cada página indirecta o narrativamente, es decir, a través de la interacción entre las mujeres y los diferentes mundos, la cual genera situaciones sorprendentemente cómicas; pero también directa o discursivamente, o sea, en los numerosos diálogos y reflexiones sobre el papel de la mujer, la desigualdad, el amor o la violencia masculina. Se nota que Joanna Russ era, además de novelista de ciencia ficción y fantasía, crítica literaria feminista; incluso llegó a reprocharle a La mano izquierda de laoscuridad de su compatriota Ursula K. Le Guin que perpetuara los estereotipos de género, en vez de combatirlos. Con todo, el lector no tiene la sensación de estar leyendo un panfleto; a menos, claro, que su ideología sea impermeable al feminismo.

Formalmente, El hombre hembra también es una novela muy avanzada, incluso vanguardista, una vuelta de tuerca a las grandes novelas del modernismo estadounidense. La extensión de los capítulos es variable: desde la frase y el fragmento hasta la escena y la reflexión, pasando por los episodios más largos y convencionales. Además, los saltos a través de los universos nunca son del todo evidentes para el lector, que puede desorientarse con frecuencia. Russ también prefiere no identificar claramente quién está narrando —¿Joanna, Jeannine, Janet, Jael?—, aunque sí da pistas narrativas. La confusión que el lector experimenta, muy emparentada con la que produce la lectura de El ruido y la furia de William Faulkner, es sintomática: una metáfora de la construcción identitaria.

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