Hay escritores que en algún momento de su vida deciden que ya han
escrito todo lo que debían, querían o podían y que por tanto no
van a seguir escribiendo. Es el caso del francés Arthur Rimbaud o
del mexicano Juan Rulfo, dos de los más célebres paradigmas del
escritor ago(s)tado. Enrique Vila-Matas escribió sobre ellos en
Bartleby y compañía y los llamó los Escritores del No, es
decir, los que se plantan y deciden no escribir más. Entre ellos,
casi todos hombres, podría haber figurado también Adelaida García
Morales, que tenía un carácter muy retraído y, desde que en 2001
publicó su último libro hasta que murió en 2014, no escribió
nada. Sin embargo, Vila-Matas no la incluyó en su libro: así de
olvidada estaba ya, pese a que su novela corta El Sur fue convertida por su esposo, Víctor Erice, en una película de culto del
cine español. Quien la rescató del inmerecido olvido, no obstante, fue una mujer, la
escritora Elvira Navarro, con su polémica novela Los últimos días
de Adelaida García Morales (2016).
Pero yo quiero hablar de los primeros.
El libro donde aparecen estas dos novelas cortas, que juntas apenas
superan las cien páginas, se titula El Sur seguido de Bene (1985).
Es un título tan feo como descriptivo: primero encontramos El Sur
y luego, Bene; sin embargo, otra elección habría
desvirtuado el conjunto, ya que son dos textos independientes, a
pesar de que estilísticamente y temáticamente son muy cercanos. En
ambas nouvelles las narradoras son niñas que viven aisladas
en una casa en el campo, con una familia desestructurada en la que
hay una figura misteriosa, romántica; en ambas nouvelles
encontramos una atmósfera rancia, cerrada, obsesiva y con toques
mágicos o fantásticos. En El Sur el padre está muy
perturbado psicológicamente, quizás deprimido, a causa de un amor
frustrado por su matrimonio; es un zahorí capaz de encontrar objetos
ocultos o manantiales de agua, poder que también tiene su hija, la
narradora. En Bene la madre está muerta, el padre ignora a
sus hijos y la figura misteriosa es Bene, la criada; esta tiene algo
seductor y maléfico, una especie de contacto con los muertos.
La
inocencia infantil de las dos narradoras va perdiéndose a medida que
avanzan sus respectivos relatos y va desvelándose el misterio. Sin
embargo, nunca llegamos a saber qué es lo que ocurre exactamente,
quizás porque las narradoras tampoco lo saben; este desconocimiento
es lo más perturbador de las
dos novelas cortas de García Morales, que siguió al pie de la letra
las enseñanzas de H. P. Lovecraft: “La
emoción más antigua y poderosa de la humanidad es el miedo, y la
clase de miedo más antigua y poderosa es el miedo a lo desconocido”.
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