Desde una perspectiva de género, la Odisea de Homero tiene
tres argumentos. El argumento principal es el regreso a Ítaca de
Ulises; es un argumento masculino, activo: un viaje, una aventura con
un destino y duras pruebas que superar hasta alcanzarlo. El primer
argumento secundario es la búsqueda de Telémaco: el hijo de Ulises
sale en busca del padre perdido; también es un argumento masculino y
activo, ya que el héroe hace, busca cosas. El segundo argumento
secundario es la espera de Penélope; es un argumento femenino y
pasivo: la esposa de Ulises no hace nada, solo espera a que su marido
llegue, solo teje y desteje para rechazar a los pretendientes.
Por suerte, ahora sabemos valorar la espera de Penélope, su
resistencia pasiva; ahora sabemos que decir no es un acto de
rebeldía, que decir no es una heroicidad. Además, hay otras
obras en las que la espera es el motor del argumento: Esperando a
Godot, Bienvenido Mr. Marshall o
Dunkerque, por ejemplo. Porque en el fondo esperar no
es sino otra forma de buscar algo. También
El hombre es un gran faisán en el mundo (1984)
de Herta Müller dignifica la espera.
Herta Müller y su familia pertenecen a los suabos del Danubio, una
minoría alemana establecida en Rumanía que, después de la Segunda
Guerra Mundial, sufrió los abusos del vengativo régimen comunista.
En este contexto se inscribe el argumento de El hombre es un gran
faisán en el mundo: la familia Windisch, de etnia alemana,
decide abandonar el pueblo rumano de donde es originaria para ir a
Alemania. Sin embargo, conseguir los pasaportes y demás permisos
conlleva muchos sacrificios, sobornos y una larga, interminable
espera. Como en Kafka, la burocracia de la Rumanía comunista es una
maquinaria cruel e implacable, sobre todo con los alemanes, por lo
que los Windisch, y especialmente las dos mujeres de la familia,
pagarán muy cara su emigración.
Sin embargo, a Müller no le dieron el Nobel de Literatura en 2009
solo por darles voz a los desposeídos. El gran valor de su
literatura está precisamente en cómo es esa voz: lírica desde la
parquedad y el minimalismo, construye paisajes y situaciones con la
precisión y la exigencia de la poesía y resulta simbólica pero no
rebuscada ni simplista; la comparación con Juan Rulfo me parece la
más acertada. El segundo párrafo de la novela, brillante, quizás
sea más explicativo:
“Cada mañana, cuando recorre en solitario la carretera que lleva al molino, Windisch cuenta qué día es. Frente al monumento a los caídos cuenta los años. Detras de él, junto al primer álamo donde su bicicleta cae siempre en el mismo bache, cuenta los días. Por la tarde, cuando cierra el molino, Windisch vuelve a contar los días y los años”.
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