viernes, 27 de octubre de 2017

27 de octubre. Gabriela Wiener, 'Llamada perdida'

Dos escritores estadounidenses radiografiaron como nadie el París de la primera mitad del siglo XX, quizás incluso como ningún francés. Uno es Henry Miller, que en Trópico de Cáncer (1934) consiguió escandalizar a la sociedad de la época por su libertad verbal y sexual; el segundo es el Ernest Hemingway de París era una fiesta (1964), por cuyas memorias desfilan todos los grandes de la Generación Perdida. Ambos libros son autobiográficos, pero Miller flirtea más con la ficción: Trópico de Cáncer es lo que hoy día llamaríamos autoficción; además, la obra de Miller es más confesional, íntima y polémica que la de Hemingway, por mucho que este ajuste cuentas con alguno de sus compañeros generacionales.

Creo que el estilo y el temperamento de la peruana Gabriela Wiener la acercan mucho más a Miller; de hecho, los textos que conforman Llamada perdida (2015) suscriben y confirman el epígrafe de Ralph Waldo Emerson que abre Trópico de Cáncer: “Las novelas darán paso, con el tiempo, a diarios o autobiografías: libros cautivadores, siempre y cuando sus autores sepan escoger de entre lo que llaman sus experiencias y reproducir la verdad fielmente”. Pues si la literatura del futuro será autobiográfica, Gabriela Wiener es el futuro, una practicante total de la literatura del yo.

En el primer ensayo de Llamada perdida, Wiener confiesa que sufre el trastorno dismórfico corporal, es decir, una preocupación obsesiva, real o imaginaria, por los defectos físicos propios; a continuación habla sin tapujos sobre todo lo que considera feo de su cuerpo, sobre los problemas que tiene para amar y para sentirse amada, etc.; el compromiso con la sinceridad de Wiener y su capacidad de desnudarse emocionalmente ante el lector están al nivel de Henry Miller. Casi todos los temas giran alrededor de su persona: la sexualidad, la vida en pareja, la vida de los inmigrantes peruanos en España, la crisis económica, la literatura, la enfermedad, el trabajo, etc. El andamiaje de Llamada perdida queda definitivamente armado y soldado gracias a la prosa de Wiener: lírica y reflexiva —reflexírica— como Francisco Umbral o Javier Pérez Andújar, pero de lectura mucho más ágil. Una muestra de “El Gran Viaje”, donde expone los motivos que tuvo para abandonar Perú:
"Planear la huida definitiva no se parece en nada a preparar un viaje de vacaciones porque el que se va de verdad no necesita mapas, ni guías turísticas, no le interesa si en su destino hay monumentos maravillosos. Las cosas que ignora son su principal ventaja. Lo más importante, además, el migrante ya lo sabe: que hará lo que sea para irse, no importa si tiene que borrarse del mapa. Posee todo el tiempo del mundo para descubrir si llegó o no al lugar adecuado, y que el lugar sea adecuado dependerá en última instancia de sí mismo. Para el viajero, el pasaporte es como la piel, cada viaje es una marca, una herida, una arruga, una historia que contar. Dime cuánto has viajado y te diré cuánto sabes, apuntan los filósofos del viaje. Para el migrante, en cambio, el pasaporte es eso que mira la policía sin una pizca de simpatía. Los migrantes pasamos cada día delante de la Sagrada Familia o la Torre Eiffel sin emoción".
En otro momento de Llamada perdida, las reflexiones sobre la fidelidad llevan a Wiener a escribir con pelos y señales sobre sus prácticas sexuales. Entre tanta confesión, uno se pregunta a menudo si la autora está siendo sincera siempre. El trastorno dismórfico corporal sufrido por Wiener puede servir como metáfora de la lectura de autoficción: como el enfermo, el lector tampoco sabe distinguir entre la fealdad real y la fealdad ficcional.

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