Cada
vez que viajo a Croacia o a algún país exyugoslavo, y en los
últimos años he ido con cierta frecuencia, suelo comprarme algún libro de un escritor local. La primera vez fue por
necesidad: como no tenía nada que leer, entré en varias librerías
hasta que una tenía libros en inglés; la segunda, por curiosidad;
la tercera, por vicio; a partir de entonces fue por costumbre. Así
aprendí que mis tiendas de souvenirs favoritas son las librerías, y
gracias a las de Zagreb, Liubliana, Sarajevo y otras ciudades, he
conocido a grandes escritores como Slavenka Drakulić,
Aleksandar Hemon, Miljenko Jergović,
Danilo Kiš, Ivo Andrić
o Dubravka Ugrešić.
Dubravka Ugrešić nació en Zagreb en 1949 y, aunque empezó a publicar en los años setenta, sus libros que se
han traducido a otros idiomas son bastante posteriores: el primero en
aparecer en inglés, Fording the Stream of Consciousness, ganó
el prestigioso premio yugoslavo NIN en 1988 y se tradujo en 1991. No
creo que las fechas sean casuales: eran los años de la Guerra, en
los que todo el mundo tenía los ojos puestos en Yugoslavia, incluido
el mundo literario. Ese mismo año, Ugrešić tuvo
que exiliarse de Croacia por haberse opuesto a la guerra y al
nacionalismo; ya se sabe que nada molesta tanto a los violentos como
la no violencia. Desde entonces vive en Ámsterdam, ciudad donde
tiene lugar su novela El ministerio del dolor, que
precisamente trata del trauma de los desplazados por la guerra y de
su yugonostalgia.
En los ensayos y crónicas de No hay nadie en casa (2009),
también se habla del exilio y del trauma cotidiano del exiliado. En
“Mercadillo”, un mercadillo berlinés es la metáfora de un mundo
sin fronteras, así como el lugar donde los exyugoslavos encuentran
la hermandad y la unidad que en sus países llevaron a la guerra.
Ugrešić logra hablar sin problema e
incluso con humor de temas duros; por ejemplo, reflexiona sobre los
estereotipos europeos, como el “Derecho a la infelicidad” y al
pesimismo de sus compatriotas yugoslavos (el cual yo extendería, sin
acritud, a todos los eslavos). Porque el objetivo final de Ugrešić
es quitarle al exilio el aura romántica que se le ha
atribuido sistemáticamente.
Los textos de Ugrešić también reflexionan
sobre literatura, aunque desde un punto de vista más bien político.
En la crónica “Europa, Europa”, la escritora croata intenta
entender qué es Europa a bordo del Expreso de la Literatura 2000, un
tren que llevaba a otros 129 escritores hacia Moscú con paradas en
París, Berlín y otras ciudades literarias. Uno de los mejores
ensayos de tema literario es “Geopolítica literaria”, donde
Ugrešić afirma que leemos a los autores
sobre todo en función de su lugar de origen; así, la
literatura clásica, canónica y universal la constituyen las grandes
literaturas —estadounidense, alemana, británica o francesa—,
mientras que las pequeñas literaturas —croata, serbia, rumana o
polaca— nunca alcanzan más que lo regional o particular. No le
falta razón, y por eso estoy seguro de que Ugrešić
criticaría a los que, como yo, consideran que la literatura
es un medio para entender Croacia o cualquier otra región. Y yo me
alegraría por la crítica.
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