sábado, 21 de octubre de 2017

21 de octubre. Dubravka Ugrešić, 'No hay nadie en casa'

Cada vez que viajo a Croacia o a algún país exyugoslavo, y en los últimos años he ido con cierta frecuencia, suelo comprarme algún libro de un escritor local. La primera vez fue por necesidad: como no tenía nada que leer, entré en varias librerías hasta que una tenía libros en inglés; la segunda, por curiosidad; la tercera, por vicio; a partir de entonces fue por costumbre. Así aprendí que mis tiendas de souvenirs favoritas son las librerías, y gracias a las de Zagreb, Liubliana, Sarajevo y otras ciudades, he conocido a grandes escritores como Slavenka Drakulić, Aleksandar Hemon, Miljenko Jergović, Danilo Kiš, Ivo Andrić o Dubravka Ugrešić.

Dubravka Ugrešić nació en Zagreb en 1949 y, aunque empezó a publicar en los años setenta, sus libros que se han traducido a otros idiomas son bastante posteriores: el primero en aparecer en inglés, Fording the Stream of Consciousness, ganó el prestigioso premio yugoslavo NIN en 1988 y se tradujo en 1991. No creo que las fechas sean casuales: eran los años de la Guerra, en los que todo el mundo tenía los ojos puestos en Yugoslavia, incluido el mundo literario. Ese mismo año, Ugrešić tuvo que exiliarse de Croacia por haberse opuesto a la guerra y al nacionalismo; ya se sabe que nada molesta tanto a los violentos como la no violencia. Desde entonces vive en Ámsterdam, ciudad donde tiene lugar su novela El ministerio del dolor, que precisamente trata del trauma de los desplazados por la guerra y de su yugonostalgia.

En los ensayos y crónicas de No hay nadie en casa (2009), también se habla del exilio y del trauma cotidiano del exiliado. En “Mercadillo”, un mercadillo berlinés es la metáfora de un mundo sin fronteras, así como el lugar donde los exyugoslavos encuentran la hermandad y la unidad que en sus países llevaron a la guerra. Ugrešić logra hablar sin problema e incluso con humor de temas duros; por ejemplo, reflexiona sobre los estereotipos europeos, como el “Derecho a la infelicidad” y al pesimismo de sus compatriotas yugoslavos (el cual yo extendería, sin acritud, a todos los eslavos). Porque el objetivo final de Ugrešić es quitarle al exilio el aura romántica que se le ha atribuido sistemáticamente.

Los textos de Ugrešić también reflexionan sobre literatura, aunque desde un punto de vista más bien político. En la crónica “Europa, Europa”, la escritora croata intenta entender qué es Europa a bordo del Expreso de la Literatura 2000, un tren que llevaba a otros 129 escritores hacia Moscú con paradas en París, Berlín y otras ciudades literarias. Uno de los mejores ensayos de tema literario es “Geopolítica literaria”, donde Ugrešić afirma que leemos a los autores sobre todo en función de su lugar de origen; así, la literatura clásica, canónica y universal la constituyen las grandes literaturas —estadounidense, alemana, británica o francesa—, mientras que las pequeñas literaturas —croata, serbia, rumana o polaca— nunca alcanzan más que lo regional o particular. No le falta razón, y por eso estoy seguro de que Ugrešić criticaría a los que, como yo, consideran que la literatura es un medio para entender Croacia o cualquier otra región. Y yo me alegraría por la crítica.

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